Muere Maradona

D10S era argentino… y antiimperialista

Hoy en el mundo cientos, quizá miles de millones de personas, han sentido encogerse el corazón al enterarse de la muerte de Diego Armando Maradona, y qué decir de una Argentina que llora entera desconsolada. Pocas figuras pueden provocar esta onda expansiva de congoja planetaria.

En pocos rincones del planeta aún no han oído hablar de eso que llamamos fútbol. Y en todos aquellos sitios, todos -sepan mucho o poco de este deporte- han oído hablar de Maradona. Por méritos propios, Diego es un icono popular, en el más hondo sentido de las dos palabras.

Decir que ha muerto el mejor futbolista de todos los tiempos sería entrar en un sorteo donde hay algunas pocas bolas más: Pelé, Messi, Cruyff. Pero en todos esos olimpos está el diez argentino, está D10S. 

La lista de apodos de Maradona es tan abundante como fecundos son sus paisanos en otorgarlos -el Pelusa, Barrilete Cósmico, Cebollita, Pibe de Oro- pero solo el título de D10S -la D por Diego, el 10 por el número que siempre lució en la espalda- hace justicia a la verdadera devoción (con «religión» incluida, la Iglesia Maradoniana) que sienten por él millones de personas en Argentina o en Nápoles, donde desembarcó en 1984 procedente del F.C.Barcelona. 

Allí el prodigioso juego de Maradona convirtió al Napoli, un pequeño equipo del sur de Italia -comparable a un Recreativo de Huelva- en una máquina de fútbol capaz de ganar una Copa de la UEFA y dos scudettos. Era la históricamente relegada y ninguneada Italia del Sur conquistando algo que hasta ahora sólo habían ganado los grandes clubes del Norte, regados con los millones de los Agnelli o los Berlusconi.

Pero no se acaban aquí los milagros del Pelusa, el autor de «la Mano de Dios», un tanto tan antirreglamentario y deliberado como determinante en la victoria 2:1 en los cuartos de final del Mundial de México de 1986, que enfrentó a Argentina e Inglaterra. Una victoria que sería decisiva para que esa selección, con Maradona al frente, pudiera levantar la Copa del Mundo poco después.

El otro tanto maradoniano que pasará por siempre a la historia del fútbol también se marcó, apenas unos minutos después, en ese mismo partido contra la Pérfida Albión. En el llamado Gol del Siglo el Pibe de Oro zarpó de la mitad de la cancha, eludió a uno, a dos, hasta a cinco defensores ingleses en una carrera frenética que aún hoy hace llorar de emoción, escuchando al locutor Victor Hugo Morales gritar con la voz rota: «¡Barrilete cósmicooo!… ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?. ¡Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas!»

Por cosas como éstas, Diego se incrustó en el corazón no ya de los argentinos, sino de todo el mundo hispano, o de millones y millones de personas de todo el planeta. Ya no era un jugador de fútbol, sino un símbolo. Una poderosa figura en el subconsciente colectivo de los oprimidos. El David que derrota al Goliat.

Apenas cuatro años antes, la Inglaterra imperialista había agredido y humillado a Argentina, despojándola de una parte de su territorio y causando más de 600 muertos, en la Guerra de las Malvinas. Por eso, en ese partido, la aplastante genialidad futbolística, la prodigiosa creatividad y picaresca de aquel jugador, provocó un catarsis colectiva, una explosión de orgullo y dignidad que sacudió no solo los cimientos de la Argentina, sino de todo el mundo hispano.

Quizá allí nació el otro Maradona. Ya hemos hablado del genial futbolista, pero también está la figura política, para siempre ligada a la dignidad de los pueblos.

Siempre de izquierdas, siempre antiimperialista.

La figura del astro ya no se puede desvincular de su nítido posicionamiento político, siempre a favor de los pueblos y países oprimidos, siempre en contra del imperialismo y el hegemonismo. Maradona puso toda su fama, toda su influencia, al servicio de la causa de los pueblos. 

El origen de Maradona no puede ser más representativo de la vida de miles de millones de parias de la tierra. Fue el quinto de ocho hijos de un matrimonio pobre de la Villa Fiorito, un humilde suburbio del conurbano bonaerense. Maradona nunca olvidó sus raíces de clase, las canchas de barro, el fútbol físico de patadas, empujones y astucia intuitiva. Un juego que sólo te puede regalar la calle.

En su hombro derecho, Maradona llevaba con orgullo al Che Guevara, y de todos es sabida su amistad personal con los Kirchner, con Evo Morales, con Lula da Silva, con Rafael Correa, y especialmente con Hugo Chávez y Fidel Castro, que puso a los expertos cubanos al servicio de su desintoxicación de las drogas. 

De Chávez y Fidel dijo que habían cambiado la forma de pensar de los latinoamericanos, que «nos metieron en la cabeza que podíamos caminar solos, rompiendo la entrega a Estados Unidos». «Tenemos que apoyarlos porque son los defensores de nuestra tierra, de nuestros intereses acechados por el imperio norteamericano”

En los últimos años Diego combinó la constante denuncia política contra los planes del hegemonismo y la derecha latinoamericana, como «el golpe de Estado norteamericano en Bolivia», con cientos de iniciativas solidarias, en unos dramáticos momentos para la vida de millones de argentinos pobres a causa de la pandemia, de las organizaciones populares de su país. 

“Soy de izquierda en el sentido de que estoy por el progreso de mi país, para mejorar la vida de los pobres, para que todos tengamos paz y libertad”. […] “No se nos puede comprar, somos zurdos en los pies, somos zurdos en las manos y somos zurdos en la mente. Eso tiene que ser conocido por la gente, que digamos la verdad, que queremos igualdad, y que no queremos que nos planten la bandera yanqui», decía Maradona.

Uno de sus muchos seguidores expresaba así su pérdida. «La primera sensación fue de dolor: ahora es de gratitud”. «Nunca le podremos pagar tantas alegrías», ha dicho el presidente argentino Alberto Fernández.

Así que gracias. Gracias Diego. Gracias por ser fútbol… y antiimperialista.