Con la ruptura del acuerdo de exportación del grano entre Rusia y Ucrania -que Moscú ha volado por los aires unilateralmente, en pos de sus propios intereses, y que amenaza crear una crisis alimentaria para 400 millones de habitantes de diversos países del Tercer Mundo- como telón de fondo, el 27 y 28 de julio ha tenido lugar en San Petersburgo la segunda cumbre Rusia – África. Un foro al que han acudido hasta 49 delegaciones de países y 17 jefes de Estado de todo el continente africano.
En esa cumbre el presidente ruso, Vladimir Putin prometió cancelar deuda, enviar armas y grano -entre 20 y 50 mil millones de toneladas- a ciertos países africanos, entre ellos Burkina Faso, Zimbabue, Malí, Somalia, República Centroafricana y Eritrea.
Este anuncio ha sido presentado por los propagandistas del Kremlin, dentro y fuera de Rusia y algunos de ellos aún disfrazados bajo la bandera roja, como un «ejemplo innegable» de la «ayuda antiimperialista» que presta Moscú a numerosas naciones africanas.
¿Ayuda antiimperialista? ¿de la Rusia de Putin?
Vayamos por partes. Primero, África es el continente del planeta que más padece y ha padecido, durante más de dos siglos el saqueo inmisericorde y el brutal expolio de las potencias imperialistas occidentales. El continente negro atesora en su subsuelo una ingente cantidad de riquezas minerales -desde hidrocarburos a fosfatos, de oro y diamantes a tierras raras ricas en minerales estratégicos, como el coltán- y sin embargo la mayoría de sus naciones y de sus pueblos soportan los peores índices de subdesarrollo, pobreza y miseria. Tal cosa no es una maldición, sino el fruto de la intervención, primero colonial y luego imperialista, de potencias como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Italia, Portugal, España… y ya en el siglo XX, de la superpotencia norteamericana.
En la segunda mitad del Siglo XX, las viejas potencias imperialistas, encabezadas por EEUU y Francia, han expoliado y saqueado el continente africano valiéndose del control político y militar sobre las naciones africanas, provocando guerras y golpes de Estado, colocando dictadores genocidas y títeres, alimentando una abigarrada corrupción para engrasar los negocios de sus multinacionales en África. Pero a pesar de esa brutal intervención, las naciones y los pueblos de África se han sacudido las cadenas de la dominación, llevando adelante numerosas y victoriosas luchas anticolonialistas y antiimperialistas.
Hoy, a pesar de que la miseria y el subdesarrollo siguen siendo casi la norma general, África y sus países llevan adelante una vigorosa lucha por la independencia, por forjar su propio camino por la soberanía y por su propio desarrollo y bienestar. El PIB del conjunto de África crece a un ritmo promedio superior al 6% anual, y cada vez más gobiernos y pueblos africanos mantienen una actitud cada vez más orgullosa y contestataria hacia los atropellos o las injerencias de París, Bruselas o Washington.
Los pueblos y las naciones de África tienen todos los motivos -presentes y futuros- en sentir rencor y desconfianza hacia las potencias imperialistas occidentales (especialmente EEUU y Francia, aún muy presentes en el continente), y en luchar contra sus profundos mecanismos de intervención y dominación. Y en ese camino, tienen todo el derecho del mundo -como cualquier nación soberana- a establecer relaciones de mutuo beneficio con otras potencias o países.
Pero lo anterior no debe servir para blanquear la sangrienta y amenazadora de Rusia. Al contrario que el resto de los BRICS -China, India, Sudáfrica o Brasil, todas ellas potencias emergentes procedentes del Tercer Mundo, y cuya política exterior hacia África se caracteriza por la búsqueda de relaciones de mutuo beneficio y por el respeto a la integridad y la soberanía nacional de los Estados africanos- la Rusia de Putin es la heredera de la superpotencia socialimperialista y socialfascista soviética.
Y como heredera de la URSS hegemonista, la clase dominante rusa tiene un proyecto imperialista. No pueden volver a ser una superpotencia que dispute a EEUU la supremacía mundial, pero sí aspiran a apoderarse de un nuevo «coto de dominio exclusivo», más o menos coincidente con el antiguo territorio soviético. Buscan el dominio imperialista de las naciones que una vez fueron la URSS: desde Bielorrusia a Georgia y Armenia, desde las repúblicas de Asia Central a las de la orilla del Báltico. La clave y el «pegamento» de ese proyecto, que sólo puede ser impuesto por la amenaza de la agresión militar, es Ucrania, y esta es la razón última de la criminal invasión imperialista de Putin contra este país.
Pero Rusia tiene más zonas de influencia en el mundo: desde Siria o Líbano en Oriente Medio, o Venezuela, Cuba o Nicaragua en el Caribe, a Argelia o Libia en el Magreb.
Siguiendo la ponzoñosa senda que marcó la URSS de Jrushev y Breznev, y presentándose como un «apoyo antiimperialista» frente al odioso dominio occidental, la Rusia de Putin también despliega sus tentáculos de intervención sobre el Sahel, sobre el África Subsahariana y sobre el resto del continente. No sólo a través de los alimentos, sino principalmente a través de la «ayuda militar desinteresada» mediante la venta de armas o mediante los mercenarios de Wagner, presentes en países como Mali, Burkina Faso, Sudán, República Centroafricana o Níger, ofrecen la posibilidad a Rusia de intervenir militarmente de manera «no oficial» en estos países… y de hacerse con lucrativos contratos de extracción minera.
Los pueblos y naciones de África, y el resto de países del Tercer Mundo, pueden y deben sacudirse las viejas y ominosas cadenas de la dominación de las potencias occidentales. Pero deben prevenirse de una Rusia imperialista que ofrece ayuda envenenada, y que extiende sus redes de dominación económicas, políticas y militares allí donde encuentra una oportunidad.