«Barack Obama, en su reciente definición de la estrategia de seguridad y política exterior de su Administración, aludió al G-20 como la agrupación que mejor define la composición del mundo actual y que más eficazmente puede actuar para afrontar los desafíos modernos. La convocatoria simultánea de las cumbres de Toronto responde en parte a esa nueva concepción.»
Pero el cambio de formato no resuelve el roblema de fondo sobre la crisis de liderazgo, simplemente reduce la responsabilidad de las grandes potencias, que, en realidad, siguen considerando más útil profundizar las relaciones bilaterales -las reuniones semestrales entre China y Estados Unidos, la reciente visita de Dimitri Médvedev a Washington- que agotarse en discusiones multilaterales sin perspectivas de progresos. (EL PAÍS) EL MUNDO.- Los países partidarios de aplicar medidas drásticas de reducción de gasto -liderados por Alemania- y los empeñados en mantener los planes de estímulo, capitaneados por EEUU, sólo están de momento de acuerdo en un punto: «En España no tienen otra opción, es importante que se mueva con mucha rapidez contra el déficit para tranquilizar a los mercados». LA VANGUARDIA.- Pero la ofensiva de Sebastián contra las primas a las renovables se había convertido ya en una guerra que trasciende fronteras y adquiere carácter de conflicto diplomático. Para que el recorte sea efectivo deberá ser retroactivo, es decir, debe cambiar las condiciones que se fijaron cuando se concedieron, lo que ha desatado acusaciones de inseguridad jurídica. Amparándose en parte en ello, el amigo americano, comenzando por su presidente, Barack Obama, se ha aplicado a fondo para impedirlo. Su equipo ha planteado el tema al Gobierno español en innumerables ocasiones, así como su vicepresidente, Joe Biden, al propio Zapatero. Su embajador en España, Alan Solomon, ha visitado empresas e instituciones con el mismo mensaje, incluso invocando la preocupación de Obama por la actitud de las instituciones españolas. Opinión. El País La cumbre del G-8 confirma la crisis de liderazgo mundial Antonio Caño Esta quería ser una cumbre realista. Hartos de tantos compromisos incumplidos, los líderes mundiales pretendían que la reunión del G-8 alcanzara solo acuerdos verificables. El resultado ha sido un pobre plan para la ayuda a la maternidad en África, una tenue condena a Irán y Corea del Norte y, sobre todo, la constatación de que el propio G-8 ha perdido sentido, que la coordinación de esfuerzos internacionales es casi imposible y que el mundo carece de un liderazgo fuerte en un momento histórico política y económicamente muy delicado. La necesidad de verificación fue expresada por el miembro más modesto, Canadá, el promotor y principal financiador del proyecto africano, y por la obligada ambición innovadora del último en llegar a la mesa, el primer ministro británico, David Cameron. Pero verificación, en una ocasión como esta, significaría la aceptación de un fracaso y de la impotencia para resolver los problemas (…) La decisión de convocar las reuniones del G-8 y el G-20 en las mismas fechas y el mismo lugar, además de un intento de ahorrar viajes estériles a dirigentes que tienen mejores cosas a las que ocuparse, era el reconocimiento de que el G-8, donde se reúnen las ocho primeras potencias mundiales, prefiere diluirse en el más amplio y representativo G-20, donde también participan otros potencias intermedias y las principales naciones emergentes. Barack Obama, en su reciente definición de la estrategia de seguridad y política exterior de su Administración, aludió al G-20 como la agrupación que mejor define la composición del mundo actual y que más eficazmente puede actuar para afrontar los desafíos modernos. La convocatoria simultánea de las cumbres de Toronto responde en parte a esa nueva concepción. Pero el cambio de formato no resuelve el problema de fondo sobre la crisis de liderazgo, simplemente reduce la responsabilidad de las grandes potencias, que, en realidad, siguen considerando más útil profundizar las relaciones bilaterales -las reuniones semestrales entre China y Estados Unidos, la reciente visita de Dimitri Médvedev a Washington- que agotarse en discusiones multilaterales sin perspectivas de progresos. Esa realidad habla de la complejidad del mundo actual, pero también de la debilidad de los dirigentes actuales. Los gobernantes europeos están desprestigiados -caso de Silvio Berlusconi-, han agotado su energía -caso de Nicolas Sarkozy o Angela Merkel- o son demasiado alevines para capitanear la revitalización -caso de Cameron-. El nuevo premier británico ha despertado cierta curiosidad e interés, más que por su victoria, por su capacidad para instalar una coalición atractiva, pero no ha tenido aún el impacto que en su día tuvo Tony Blair. Toda Europa se encuentra sumergida en una angustiosa batalla por la reordenación de sus finanzas públicas. Nada puede esperarse de Rusia, que construye su propio modelo de democracia controlada, ni de Japón, donde ha fracasado un atrevido intento de relevo del partido de Gobierno y que trata de sobrellevar su calvario económico particular. Queda Obama. El presidente norteamericano es aún el polo de referencia de estas reuniones, pero la luz que irradiaba hace un año se ha apagado, su carisma no es ya capaz de iluminar el futuro o de ocultar las discrepancias. Con su popularidad disminuida por una serie de infortunios domésticos -el último y más grave, el vertido de petróleo en el Golfo de México-, Obama ha relegado la política exterior a un segundo lugar en su agenda. Este es el primer viaje propiamente dicho de Obama al extranjero en lo que va de año. Antes solo había dedicado unas horas a la firma del tratado con Rusia y a una visita relámpago a Afganistán, en realidad un asunto doméstico. Ha cancelado dos veces sus viajes a Indonesia y Australia y se desentendió de la visita que el Gobierno español había anunciado a Madrid. No se espera que salga de Estados Unidos hasta noviembre, lo que probablemente constituirá un récord de inmovilidad para un presidente norteamericano. Puede argumentarse que, en los tiempos actuales, existen medios para tener presencia internacional sin necesidad de hacer largos desplazamientos. Pero no se trata de un problema de medios, ni siquiera de personas. La carencia de liderazgo mundial es el reflejo, en realidad, de la falta de ideas y de autoridad. Las grandes potencias occidentales están todavía embarcadas en la salida de una catástrofe económica para la que no han encontrado recetas realmente eficaces y útiles para todos. El desempleo se ha enquistado en la mayor parte de las economías, y lo que necesitan unos -más inversión para un crecimiento más acelerado: Estados Unidos- no es válido para otros -Europa, agobiada por la deuda-. Pese al reciente acuerdo sobre la reforma financiera en Estados Unidos, las economías occidentales no han conseguido por lo general transmitir credibilidad en su voluntad declarada de poner orden en el sistema financiero. Los países emergentes, ante eso, se sienten liberados de su obligación de emprender sus propias y necesarias reformas. La esperanza que en su día provocó la irrupción de esas potencias regionales en el escenario internacional no ha acabado de concretarse. Brasil y Turquía se desmarcaron por su cuenta con su posición sobre Irán. India, que está enfrascada en una agudización de la carrera nuclear con Pakistán, ha impuesto su propio ritmo económico. China no busca foros multinacionales sino la hegemonía mundial. La cumbre de Toronto es, por tanto, un pequeño paréntesis en una dinámica internacional incierta. El comunicado final de la reunión afirma, solemnemente: "Nosotros, el G8, estamos decididos a ejercer liderazgo y a cumplir con nuestras obligaciones". Pero el resto del documento no incluye ideas nuevas sobre el cambio climático o la proliferación nuclear, hay solo alusiones retóricas a la pobreza y se queda, en relación con otros asuntos de seguridad internacional, como Irán, muy por detrás de lo que ya han decidido varios países individualmente. EL PAÍS. 27-6-2010 Opinión. El Mundo EEUU: “España no tiene otra opción” Pablo Pardo Los países partidarios de aplicar medidas drásticas de reducción de gasto -liderados por Alemania- y los empeñados en mantener los planes de estímulo, capitaneados por EEUU, sólo están de momento de acuerdo en un punto: «En España no tienen otra opción, es importante que se mueva con mucha rapidez contra el déficit para tranquilizar a los mercados». Fue Tim Geithner, el secretario del Tesoro de EEUU, quien sacó a colación la crisis de España dos horas y media antes de que el avión de Zapatero tomase tierra en Toronto, la ciudad que alberga la cumbre del G-20. «Es completamente apropiado que España y Grecia» actúen contra el déficit, insistió. Así pues, España y Grecia parecen ser los únicos países acerca de cuya política fiscal todos están de acuerdo. Con los demás, la controversia está garantizada. Al cierre de la edición, el G-20 parecía encaminado a aceptar la tesis de Alemania, Reino Unido y Francia de que ya es hora de empezar la consolidación fiscal, aunque dejando un margen de maniobra que permita salvar la cara al grupo encabezado por EEUU y la India, que propugna que los estímulos fiscales continúen. La clave es que, como explicó Geithner, «saldremos de la crisis a velocidades diferentes». Sobre esa base, los líderes de las 19 economías más grandes del mundo, más la UE y los dos invitados permanentes -Países Bajos y España-, estaban trabajando en una declaración que proclamaría que cada país podrá seguir la política fiscal que quiera, siempre que reduzca su déficit a la mitad en 2013. Justo 2013 era la fecha propugnada hace un año por Obama para que EEUU lograra ese objetivo, aunque ahora la Casa Blanca ya no hace ninguna referencia a ese año. Pero, al mismo tiempo, la idea de los países líderes de la UE de empezar los ajustes en 2011 a más tardar parecía haberse caído de la agenda del G-20. Ésas eran las conclusiones que se obtenían de las filtraciones del comunicado final logradas por la agencia de noticias Reuters. «Por un lado, necesitamos desarrollar los actuales planes de estímulo», declaraba el texto. Pero, al mismo tiempo, recordaba que «los recientes acontecimientos subrayan la importancia de unas finanzas públicas sostenibles», en referencia a los problemas de Grecia, Portugal, España, Italia e Irlanda. Y fijaba como objetivo reducir la deuda pública al 100% del PIB para 2016. El documento añadía que «hay necesidad (…) para poner en marcha [planes de ajuste] creíbles, adecuadamente organizados en el tiempo, diferenciados y ajustados a las circunstancias nacionales», lo que deja un amplio margen a cada país para llevar a cabo las políticas fiscales que juzgue necesarias, algo lógico en un contexto en el que la recuperación económica mundial es «frágil». En todo caso, el acuerdo distaba de estar cerrado. Por un lado, estaban los campeones del optimismo -el presidente de la UE, Herman von Rompuy, y el de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso- afirmando que «todos los participantes del G-20 están de acuerdo» en esa declaración. Una hora después el ministro de Finanzas brasileño, Guido Mantegna, calificaba el objetivo de 2013 de «draconiano», «difícil» y «exagerado». En todo caso, lo que estaba claro es que Merkel se había plantado ante Obama. Porque, como dijo la canciller alemana el viernes por la mañana, con un estilo que haría sentirse orgullosa a Margaret Thatcher: «He dejado claro que necesitamos crecimiento sostenido, y que crecimiento y medidas de austeridad inteligentes no tienen por qué ser contradictorias». El borrador del comunicado toma una solución salomónica con respecto a la divisa china, el renminbi: «Damos la bienvenida a los esfuerzos de China para fomentar su demanda interna y para reformar más el tipo de cambio del renminbi y la flexibilidad de su régimen cambiario». Es una declaración que no entra en si la apreciación es un verdadero paso adelante o un simple paripé de Pekín. Pero el G-20 es consciente de que cualquier medida que China adopte para fomentar sus importaciones -y encarecer su divisa, aunque sea poco, lo es- puede tener un impacto clave en la economía mundial. Como botón de muestra: en los primeros cuatro meses de este año, China ha aumentado en un 60% sus compras en el exterior, hasta los 127.859 millones de euros, el equivalente a la mitad de todo el PIB de Grecia. Eso significa que «cada 8 meses, China importa una Grecia», como afirma el economista Jim O’Neill, de Goldman Sachs. Aún así, los jefes de Estado y de Gobierno del G-20 tenían aún una agenda llena de obstáculos anoche -madrugada de hoy en España-, cuando la cumbre arrancó formalmente con una cena de gala en el Hotel Fairmont Royal York. La discrepancia clave era la regulación bancaria. Obama ayer lanzó una bomba política al pedir al Congreso de EEUU la creación de un impuesto especial que grave a los bancos para recaudar 90.000 millones de dólares (73.000 millones de euros) con los que financiar futuros rescates de entidades. De hecho, los demócratas del Congreso ya han deslizado por la puerta de atrás otro gravamen a las entidades por 19.000 millones de dólares (15.400 millones de euros) que será gestionado por el Tesoro para financiar los cambios en el sistema regulatorio del sector financiero estadounidense. Así, la Casa Blanca se vuelve a alinear con el Reino Unido, Francia y Alemania y contra países como Canadá, India, Australia, Brasil y Sudáfrica que, al no haber sufrido crisis bancarias, creen que ése no es su problema EL MUNDO. 27-6-2010 Opinión. La Vanguardia La luz y el amigo americano Manel Pérez Eran las 11 de la mañana del pasado jueves cuando Pedro Luis Marín, secretario de Estado de Energía, iba a presentar en la Comisión Delegada para Asuntos Económicos la propuesta de subida de las tarifas eléctricas a partir del 1 de julio y que podría acabar encareciendo el recibo de la luz hasta un 7,5%. Pero, poco antes, sonó su móvil. Era su jefe Miguel Sebastián, ministro de Industria. "Olvídate de la propuesta de subida. Acaba de llamar Cristóbal Montoro [ el portavoz parlamentario de asuntos económicos del PP], y me ha dicho que Mariano Rajoy da el visto bueno". La luz verde del presidente del PP abría la puerta a negociar un pacto sobre política energética entre el Gobierno y el primer partido de la oposición. El acuerdo inicial consistía en aplazar la inminente subida de las tarifas, reclamación de los populares, a cambio de intentar un pacto global que incluya acometer la rebaja de las generosas primas que el Estado abona a las energías renovables, más de 6.200 millones de euros en el 2009, especialmente las fotovoltaicas, la reivindicación del Gobierno. A tarifas más bajas, menos dinero para las renovables. Yala inversa. Esta es la dialéctica de la negociación en marcha entre Gobierno y PP. Por eso no hay compromiso de congelar las tarifas sino de aplazar su subida, aunque el montante de ese aumento está por determinar y dependerá de la rebaja que se consiga imponer al volumen de primas a las energías renovables. Con la subida abortada se intentaba recortar unos 1.000 millones; sin ella, el tijeretazo tendría que rebasar los 3.000 millones. Ha sido un pacto relámpago, de urgencias mutuas. Comenzó a fraguarse el día anterior, miércoles, con los primeros contactos de Montoro, llamada mediante, a Sebastián, y de Álvaro Nadal, el adjunto del primero, a Marín. Se cerró en la mañana del jueves y ese mismo día se anunció. El acuerdo ha disparado las especulaciones. Algunos ven un giro desde la dura línea de oposición del PP a la política económica del Gobierno hacia una más centrada con el objetivo de acabar con un aislamiento que dejaba demasiado territorio libre a CiU, protagonista en la aprobación del decreto de ajuste y candidata a serlo en la inminente mejora parlamentaria de la reforma laboral. Confirmación de que Rajoy no prevé un adelanto significativo de las elecciones previstas para el 2012 y de que no se puede seguir dos años más sólo con el eslogan de que el presidente del Gobierno es el único problema. En cualquier caso, una oportunidad para Rajoy de aparecer como el jugador hábil que en el tiempo de descuento tapona la subida de las tarifas más impopular de entre las que se tiene recuerdo, con el simple recurso a insuflar vida a una propuesta de pacto que está encima de la mesa desde septiembre pasado. En la misma proporción, Sebastián se ahorra el marrón del aumento del recibo en plena orgía del desempleo y le ofrece a Zapatero un regalo inesperado en momentos de alto descontento ciudadano y depresión en las encuestas. En el pasivo de la operación, el enfado de las poderosas compañías eléctricas, que ya contaban con el aumento de ingresos gracias a las nuevas tarifas, sus acreedores bancarios y los inversores internacionales, desconcertados por este nuevo giro en la política energética. Guiño, en cambio, a la industria consumidora de electricidad y a la CEOE en plena discusión sobre la reforma laboral. Más allá de las circunstancias coyunturales, ambos bandos han visto la oportunidad de alcanzar otros objetivos de mayor alcance que por separado estarían fuera de su radio de acción. Para el Gobierno en general, y para Sebastián en particular, la reducción del coste de las renovables es un elemento clave de su agenda en el ministerio. Sin esa rebaja, el coste de la tarifa deberá subir exponencialmente para cubrir los costes y evitar que el déficit, que deberán pagar todos los españoles y que al final de año podría alcanzar los 20.000 millones de euros (una cifra de escándalo en esta época de recorte de déficit y ajuste forzoso con los mercados de capitales histéricos), siga disparándose. A menores primas para las renovables, menor será también la tarifa que deberá pagar el consumidor eléctrico. Pero la ofensiva de Sebastián contra las primas a las renovables se había convertido ya en una guerra que trasciende fronteras y adquiere carácter de conflicto diplomático. Para que el recorte sea efectivo deberá ser retroactivo, es decir, debe cambiar las condiciones que se fijaron cuando se concedieron, lo que ha desatado acusaciones de inseguridad jurídica. Amparándose en parte en ello, el amigo americano, comenzando por su presidente, Barack Obama, se ha aplicado a fondo para impedirlo. Su equipo ha planteado el tema al Gobierno español en innumerables ocasiones, así como su vicepresidente, Joe Biden, al propio Zapatero. Su embajador en España, Alan Solomon, ha visitado empresas e instituciones con el mismo mensaje, incluso invocando la preocupación de Obama por la actitud de las instituciones españolas. Juan Verde, el español que ocupa la secretaría de Estado adjunta para las relaciones económicas con Europa, ha hecho otro tanto y junto a su tarjeta de visita ha dejado una reclamación de reciprocidad: ustedes reciben primas en Estados Unidos, nosotros también aquí. A esto debe sumarse el lobby de las empresas españolas perjudicadas por el cambio. Un choque económico y político de alcance estratégico que desborda a un Gobierno que aprueba decretos con un solo voto de ventaja y con la abstención de algunos grupos de la oposición. Las chispas han llegado a la Moncloa, donde los americanos creen tener alguna puerta de entrada, pero Zapatero sigue defendiendo la posición de Sebastián, que ahora espera tener un nuevo aliado. LA VANGUARDIA. 27-6-2010