Xulio Ríos. Director del Observatorio de Política China

“Culminar el sueño de la modernización”

El 1 de octubre se celebra el 70 aniversario de la proclamación de la República Popular China por Mao Tse Tung en 1949. Entrevistamos  a Xulio Ríos, reconocido ensayista especializado en China, autor de numerosos artículos y una docena de libros. “Culminar el sueño de la modernización, largamente acariciado, desde el siglo XIX” es el objetivo de este nuevo tiempo que se abre en China. Y en la guerra comercial desatada por EEUU, “de lo que se trata es de arbitrar todos los medios necesarios para preservar la condición hegemónica de EEUU”, opina el director del Observatorio.


Xulio Ríos. Director del Observatorio de la Política China.

En su libro, “La China de Xi Jinping, de la amarga decadencia a la modernización soñada”, usted habla de “un tercer tiempo” en la evolución de la China contemporánea. ¿Cuál es su objetivo? 

En esencia, culminar el sueño de la modernización, largamente acariciado, desde el siglo XIX, cuando se percató trágicamente de que se había quedado atrás. La proclamación del triunfo revolucionario en 1949 tras décadas de convulsiones, guerra civil y contra el invasor japonés, abrió una nueva etapa en el desarrollo del país. Fue una segunda ola de la Revolución de 1911. Si Mao representó un primer tiempo del proceso iniciado en 1949 y Deng Xiaoping, el segundo a partir de 1978, Xi Jinping ha trazado los ejes esenciales de una “nueva era” marcada por un impulso en dos grandes zancadas (hasta 2035 y hasta 2050) que deben permitir a China convertirse en un país fuerte, estable y respetado en el mundo.  Esa es la guía. 

Se cumple el 70º aniversario de la República Popular China. Independientemente de la valoración que se tenga sobre el régimen chino o el actual papel de China en el mundo, ¿es posible comprender el mundo actual sin los efectos de esa revolución? ¿Qué consecuencias económicas, políticas…, tuvo, para China y para el mundo?

Sin duda que no. Y sus efectos han sido enormes. En 1949, el PIB de China se correspondía con el de 1890. Era un país muy poblado, atrasado y pobre. En 1978 era la 32ª potencia económica del mundo. Desde 2010 es la segunda y desde 2014, según el FMI, en términos de paridad de poder de compra, la primera ya. En 2020 debe culminarse plenamente la erradicación de la pobreza extrema. En cuanto a su impacto, por ejemplo, la contribución al crecimiento mundial en el periodo comprendido entre 1961 y 1978 era del 1,1%, entre 1979 y 2012, del 15,9% y entre 2013 y 2018, del 28,1%. El PIB de China en 1952 ascendía a 30.000 millones de dólares. En 2018, ascendió a 13,61 billones, con un crecimiento cercano al 500 %. Las cifras son bien reveladoras.

Suele situarse el inicio del actual y fulgurante crecimiento chino en las reformas emprendidas en los años 80 bajo la dirección de Deng Xiaoping. Pero la realidad nos dice que los fundamentos del actual crecimiento chino se fraguaron en los años posteriores a la fundación de la RPCH en 1949.

El maoísmo sentó las bases del desarrollo posterior. A pesar de fracasos como el Gran Salto Adelante o el enorme impacto de los años más intensos de la Revolución Cultural, la economía creció y se transformó la realidad de un país, hasta entonces eminentemente rural hasta la médula. Por ejemplo, el valor de la producción agrícola se incrementó un 84% entre 1949 y 1979, pero entre 1965 y 1976 el ingreso promedio del campesinado aumentó menos de 1 yuan por año. Y la población pasó de poco más de 500 millones en 1949 a casi mil millones en 1978.

El maoísmo sentó las bases del desarrollo posterior. A pesar de fracasos como el Gran Salto Adelante la economía creció y se transformó la realidad de un país

Las convulsiones políticas de aquel periodo afectaron mucho al desarrollo de la economía. Y dividieron enormemente al Partido. La inmensa mayoría de la población vivía en el campo en condiciones de atraso y el impulso logrado en los primeros años con la colaboración soviética y los planes quinquenales se estancó. Lo que hizo Deng, en realidad, fue recuperar en 1978 el programa de las cuatro modernizaciones formulado en 1964 con el concurso del entonces primer ministro Zhou Enlai. Y con la inspiración de Liu Shaoqi, que acabaría falleciendo en prisión durante la Revolución Cultural.

El maoísmo sentó las bases del desarrollo posterior.


Empezamos a ver los efectos de una guerra comercial, que está afectando al comercio mundial y amenaza con provocar una nueva recesión. Se concentra entre EEUU y China, pero está afectando al conjunto del planeta. ¿Detrás de esta guerra comercial no están las intenciones de EEUU de contener el crecimiento económico y el aumento de la influencia global de Pekín?

De lo que se trata es de arbitrar todos los medios necesarios para preservar la condición hegemónica de EEUU y ahí que el gran rival en lo económico, comercial, e incluso tecnológico, ya es China. Por lo tanto, se trata, en primer lugar, de trabar ese ascenso, dificultarlo al máximo; en segundo lugar, de alterar su modelo, de forma que se reduzca el intervencionismo público en la economía, maximizar su apertura, reducir la significación del sector público, etc., homologando su modelo con el liberal. El déficit comercial, que se expone como principal argumento, en realidad importa poco en esta cuestión. De hecho, EEUU lo tiene con buena parte de las economías del mundo, aunque no tan abultado.

La guerra comercial es un episodio de una confrontación más amplia, es comercial, es tecnológica, financiera, es política e ideológica y militar

China se mostró dispuesta a aumentar las importaciones estadounidenses. Pero la clave reside en diezmar el crecimiento chino, impedir que se consolide como una nueva vanguardia tecnológica, como el nuevo centro tecnológico mundial, y atraerla a sus redes de dependencia. Que la economía china acabe siendo más fuerte que la de EEUU parece lógico a la vista de sus condiciones territoriales y demográficas, pero lo que realmente le preocupa a EEUU es que esa fortaleza le permita entablar un diálogo de igual a igual e incluso se avenga a transformar las reglas del orden global buscando otro equilibrio de intereses donde las economías más desarrolladas deban ceder en sus puntos de vista frente a las economías emergentes. 

¿Cómo valora la política de la administración Trump para contener a China, respecto de la anterior administración de Obama?

Hemos pasado del binomio cooperación-contención a una incipiente confrontación que abarca cada vez más dimensiones. El discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en octubre del año pasado lo dejó muy claro. También la estrategia de seguridad nacional. El rival estratégico principal para EEUU, es China.

El discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en octubre del año pasado lo dejó muy claro: el rival estratégico principal para EEUU, es China

Hay que decir también que, a día de hoy, los demócratas suscriben en gran medida el discurso y las políticas de Donald Trump hacia China. Por tanto, aunque se registren cambios en las próximas elecciones en EEUU, no es seguro que eso llevará consigo necesariamente un cambio de política en lo sustancial. La posibilidad de establecer una relación basada en el respeto a las diferencias de modelo, hoy por hoy, no es muy halagüeña. 

Usted ha dicho que la “guerra comercial es un episodio de una confrontación más amplia”. ¿En qué terrenos se dirime esa confrontación promovida por EEUU?

Sin duda, es comercial, es tecnológica, financiera, es política e ideológica. En el plano militar, la retirada del tratado INF (fuerzas nucleares de alcance intermedio) suscrito con la URSS en 1987 responde en gran medida al deseo de verse libre para impulsar la carrera armamentista en Asia. El nuevo secretario de Defensa Mark Esper ya inició conversaciones con sus aliados en Asia-Pacífico para desplegar, llegado el caso, misiles de alcance intermedio que solo pueden tener como objetivo a China.

Asistimos a un intenso conflicto en Hong Kong. ¿Las tensiones territoriales pueden afectar a la estabilidad política de China?

Hong Kong, pero también Xinjiang o Tibet, igualmente Taiwán –a otro nivel– representan la fragilidad del modelo político-territorial de China. Es difícil conjugar la autonomía política real en el plano institucional cuando lo que impera es la dinámica del Partido que funciona en base al centralismo democrático. La falta de separación entre Estado y Partido dificulta su implementación práctica. En Hong Kong, la autonomía de la región administrativa especial es muy superior a la de cualquier región autonómica continental. Los años de Xi han fortalecido la tendencia a una mayor centralización. Esto genera tensiones. Parece mucho pero la presencia de las nacionalidades minoritarias se extiende por amplias regiones periféricas y estratégicas. La base de la actuación china en este asunto pone también el acento en la economía, el desarrollo, la erradicación de la pobreza y el atraso, confiando en que una mejora del nivel de vida diluirá otros problemas de naturaleza identitaria. 

 “El principal frente de batalla sigue siendo la economía… China no aspira a emular a la URSS… Desde luego, mejor fábricas que bases militares. Ese es su plan”

Permanentemente se nos sitúa un combate entre dos superpotencias, EEUU y China, colocadas si no a la par sí “en la misma división”. ¿Es comparable el poderío económico, político y militar de China al norteamericano? ¿Tiene China un proyecto agresivo para conquistar una hegemonía mundial que hoy ostenta EEUU?

China ha mejorado mucho en las últimas décadas, pero aun le falta para igualarse a EEUU en aspectos importantes. Su poder económico, comercial e incluso tecnológico ha dado un salto de gigante, pero si comparamos las rentas per cápita, por ejemplo, China se encuentra a una gran distancia: no llega a 9.000 dólares frente a los 60.000 de EEUU. Y uno de los mayores riesgos políticos que debe enfrentar la China actual es la impaciencia… Por otra parte, el principal “frente de batalla” sigue siendo la economía. China no aspira a emular a la URSS. Por el contrario, cree que llegar al 75º aniversario de la RPCh (que la URSS no pudo celebrar) va a depender en gran medida de su éxito económico, de la capacidad para culminar el tránsito hacia un nuevo modelo de desarrollo, de situarse a la vanguardia tecnológica, de construir la “sociedad acomodada”, etc. Igualmente, en su estrategia exterior, la economía es la punta de lanza y a la larga eso puede generar más confianza en el exterior. Desde luego, mejor fábricas que bases militares. Ese es su plan. 

Usted mismo ha resaltado como clave la defensa de su soberanía nacional y la autonomía de su proyecto. ¿Es esta una de sus principales fortalezas para hacer frente a las grandes presiones que vienen del poder norteamericano?

China porfía en seguir una vía propia. Ya Deng formuló en su día como complemento de las cuatro modernizaciones la idea de los “cuatro principios irrenunciables” que abundan en la orientación socialista del proyecto y la preservación del liderazgo del Partido en todos los órdenes. Esa búsqueda de una vía adaptada a su idiosincrasia, también en lo cultural, es la historia del PCCh, prácticamente desde su fundación, primeramente explorando alternativas al modelo soviético y ahora al liberal hegemónico. El PCCh sabe que si pierde el control de la economía, la pérdida del control político está sentenciada. Su apuesta, incluso cuando ya se clamaba su “conversión al capitalismo salvaje”, siempre fue la experimentación a partir de su propia realidad, en clave nacional, no sometiéndose  a ciegas a las exigencias exteriores. Sí al mercado, sí a la propiedad privada, etc., pero sin abandonar la planificación o la propiedad pública. Sí a la apertura al exterior, pero no desprotegiendo a las empresas nacionales, muy en desventaja a veces frente a las multinacionales. Y hay un gran componente de orgullo nacional en todo este proceso que no se debe perder de vista cuando hablamos de una civilización como la china. Lo de bajar la cerviz, con la memoria de las guerras del Opio, es un nervio sensible. 

¿Cómo valora y en qué situación está hoy el proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda?

Es un proyecto de largo plazo. Ha transcurrido apenas un lustro pero es perceptible su enorme impacto en algunas regiones, como el sudeste asiático, Asia central, el Este europeo, África e incluso América Latina. Sufrirá altibajos, sin duda, pero ha venido para quedarse. Es una realidad en los cinco continentes y su potencial es suficiente para transformar la geoeconomía global. Eso, obviamente, también despierta críticas, algunas justificadas, otras no tanto. Escuchar a Washington acusando a China de “potencia imperialista”, de promover “trampas de deuda”, etc., al tiempo que fortalece sus presiones sobre aliados en todo el globo para que no se sumen a ella, viene a ratificar esa importancia estratégica del proyecto. Para China, contextualiza una alternativa al modelo de globalización neoliberal y pone el acento no solo en el comercio, sino en las infraestructuras, en la cooperación industrial, financiera, en la transferencia tecnológica, en un desarrollo sostenible, en el intercambio cultural y entre personas. Con contradicciones y problemas, a veces, pero la orientación general que prima es esa. Habrá que estar atentos a su implementación.