¿Qué está pasando en Cuba? ¿Un alzamiento de una parte de la población en protesta por la carestía, el empeoramiento de sus condiciones de vida y contra la opresión y la falta de libertades? ¿O estamos ante un agudo episodio de la injerencia norteamericana en la isla, que trata de aprovechar las dificultades creadas por la pandemia?
Nada de lo que está ocurriendo ahora en Cuba se puede entender si no se parte, en primer y principal lugar, de la permanente intervención del hegemonismo norteamericano en la isla. Desde que tras la Revolución cubana de 1959, el pueblo cubano – encabezado por el Movimiento 26 de Julio de Fidel y Raúl Castro, y el Che Guevara- derrocase al sanguinario y proyanqui régimen de Fulgencio Batista y arrancara a la isla de la órbita de Washington, la superpotencia norteamericana no ha dejado nunca de intervenir, desde fuera y desde dentro de Cuba, para hacer caer a un régimen hostil a sus intereses.
Durante y después de la Guerra Fría -en la que el régimen cubano cometió el imperdonable error de alinearse con el socialimperialismo de la otra superpotencia, la URSS- EEUU ha intentado invadir Cuba, ha promovido el terrorismo, ha perpetrado secuestros y asesinatos. Ha levantado un asfixiante bloqueo a la isla, provocando la escasez de alimentos, medicinas o suministros básicos. Ha saboteado por todas las vías posibles la economía de Cuba, sancionando a países y empresas de todo el mundo que se han atrevido a desafiar el embargo.
Las criminales agresiones de Washington han causado dolor, padecimientos y carestía contra el pueblo cubano. Pero todo ello ha sido inútil. Cuba y el pueblo cubano han resistido y derrotado a más de seis décadas de intervenciones norteamericanas.
El paso dado por Obama en 2016 de comenzar a levantar el embargo y normalizar las relaciones con la isla, supuso el reconocimiento tácito del fracaso de 60 años de bloqueo. Pero luego Trump volvió a las andadas, y Biden parece decidido a usar las dificultades creadas por la pandemia y por el endurecimiento del embargo para incidir en las contradicciones internas de la sociedad cubana, instrumentalizando el descontento y el malestar de una parte de los habitantes.
Este aumento de la tensión en Cuba se produce en un contexto en el que EEUU está sufriendo severos reveses en Sudamérica. La izquierda antiimperialista ha ganado las elecciones en Perú. El golpe de Estado made in USA fue derrotado en Bolivia. Dos años de lucha han enterrado la constitución pinochetista y neoliberal en Chile. Grandes oleadas de movilizaciones han arrinconado al proyanqui gobierno Duque en Colombia y están golpeando a Bolsonaro en Brasil…
En Centroamérica y el Caribe, el hegemonismo incrementa su intervención e injerencias: primero Nicaragua, luego (con toda probabilidad) Haití y ahora Cuba. Como ha hecho innumerables veces, la intervención norteamericana trata de usar las contradicciones de la sociedad cubana, y el legítimo descontento de una parte de los cubanos, para desplegar sus tácticas de «golpe blando», de «guerra asimétrica», de «revolución de colores», y tratar de hacer caer un régimen que lleva 60 años desafiándolo a escasas millas de Miami.
Es necesario separar el trigo del veneno. Saber distinguir entre el legítimo malestar de una parte de los cubanos y las maniobras golpistas de la superpotencia del norte.
Reconocer todo lo anterior, y subrayarlo como la causa principal de lo que está pasando en Cuba, no puede significar borrar las contradicciones que existen en el seno de la sociedad cubana. La contradicción entre el gobierno cubano y las masas cubanas. La contradicción entre los sectores del pueblo que apoyan al gobierno y otros que disienten, critican, denuncian o están furibundamente en contra.
La lucha contra la intervención norteamericana -y el combate a los contrarrevolucionarios que, dentro y fuera de Cuba, conspiran a favor de ella- no puede disculpar los errores que el régimen lleva cometiendo en el adecuado tratamiento de estas contradicciones. El carácter antiimperialista del régimen castrista no debe ocultar la falta de libertades individuales y colectivas en la isla.
Porque las penurias económicas que atraviesa en pueblo cubano no son enteramente fruto del bloqueo. Además de los aspectos burocráticos y “soviéticos” que mantiene la economía cubana, los gobiernos castristas han mantenido, por varias décadas, el monocultivo del turismo exterior como el motor de la isla. Un motor que con la pandemia ha quedado “gripado”, sumiendo en la miseria a una buena parte de la población.
Y son muchas las voces procedentes de Cuba, muchas de ellas insobornablemente antiimperialistas, que denuncian la opresión y la vigilancia policiaca de un régimen donde la disidencia en voz alta es contestada con el señalamiento, el ostracismo o la prisión. O cómo las élites del PCC disfrutan de unas prebendas que no tienen los ciudadanos de a pie.
Las contradicciones en el seno del pueblo cubano existen, son un producto endógeno, no las ha creado Washington. El propio presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ha advertido que «si bien hay personas con insatisfacciones legítimas por la situación que están viviendo, y también revolucionarios confundidos”. Y al mismo tiempo “hay oportunistas, contrarrevolucionarios y mercenarios pagados por el Gobierno de EEUU para armar este tipo de manifestaciones”.
El gobierno cubano hará bien si se esfuerza en todo momento en hacer esta distinción. Porque no todos los que protestan contra el gobierno en Cuba son «provocadores», «contrarrevolucionarios» o «mercenarios» a los que hay que reprimir sin contemplaciones. Entre ellos hay ciudadanos legítimamente descontentos y gente que, defendiendo los innegables logros sociales de la revolución cubana, pide más apertura, más libertades y derechos civiles.
Y de la misma forma, no todos los que se manifiestan son -como nos quieren hacer creer los medios de comunicación occidentales- «indignados ciudadanos» o «la sociedad civil». Sería iluso no señalar que en las protestas también están presentes aquellos que trabajan a favor de la estrategia del ‘golpe blando’ dictada por los Estados Unidos.
Los muchos miles de cubanos que se manifiestan ahora cerrando filas con el gobierno para defender Cuba de la intervención norteamericana tienen tanta legitimidad como los muchos miles de cubanos que lo hacen para exigir medidas contra el empobrecimiento o la pandemia, o más libertad y democracia. La represión contra los segundos, con cientos de detenidos, es injustificable.
La defensa de la libertad y la democracia en Cuba pasa en primer lugar por denunciar la permanente intervención norteamericana, por exigir el fin del bloqueo que asfixia a la isla y a los cubanos. Pero también por defender la justa exigencia de que debe haber en Cuba más libertad, más derechos civiles, más capacidad para que las clases populares puedan -al mismo tiempo que aíslan las injerencias imperialistas- criticar, enmendar o cambiar al gobierno, haciéndose cada vez más dueñas del país que pisan.
Es necesario separar el trigo del veneno. Saber distinguir entre el legítimo malestar de una parte de los cubanos y las maniobras golpistas de la superpotencia del norte.