La visita de Pedro Sánchez a Cuba es una de las citas más significativas de la gira internacional del presidente por las históricas relaciones entre Cuba y España. Las relaciones entre España y Cuba, desde tiempos de Franco, se han enfrentado a las órdenes de EEUU.
Dice el historiador Josep Fontana en la presentación de «Cuba/España, España/Cuba: Una historia común», del afamado historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, que este libro «debería ser de lectura obligatoria para los cubanos». Pero no habría errado mucho si, a continuación, en vez de señalar pudorosamente que también es de «interés muy especial para los españoles», hubiera afirmado que, asimismo, «debería ser de lectura obligada para los españoles».
No se puede decir mayor elogio, pero tampoco exigir más responsabilidad e imponer un listón más alto a un libro de historia, que considerarlo de «lectura obligatoria» para todo un pueblo. Y no podemos tomarlo como un elogio gratuito, o desmedido o hiperbólico cuando viene de quien viene, uno de los mejores historiadores españoles, Josep Fontana, cuya ecuanimidad y ponderación de juicio son bien conocidos.
Y es que este libro, que es una historia de Cuba, desde sus orígenes hasta el 98 y, por tanto, inevitablemente, también una historia de España, es un libro ciertamente extraordinario. Y lo es por muchos motivos. Lo es por el rigor con el que está elaborado. Por la riqueza de fuentes que utiliza. Por la claridad y sencillez con que resuelve los temas más arduos y complejos. Por la excepcional calidad de su prosa narrativa. Por las innovaciones que introduce a la hora de construir el relato histórico. Pero sobre todo lo es por la enorme voluntad de verdad que hay en sus páginas, que le lleva a desmontar mil tópicos, remover unas cuantas «certezas inconmovibles» y, en definitiva, abrir camino al reconocimiento de un hecho incontrovertible: que las relaciones forjadas entre Cuba y España durante más de cuatro siglos de vida en común fueron «algo más», algo distinto a las clásicas relaciones entre una colonia y su metrópoli. Fueron relaciones de otro tipo, relaciones «de familia». De ahí que la pérdida de Cuba no fuera sentida por la sociedad española como la pérdida de «un dominio colonial más», sino como la amputación de una parte esencial del territorio nacional.
¿Por qué Cuba no se independizó de España al mismo tiempo que el resto de sus posesiones americanas? ¿Por qué su pérdida desencadenó una auténtica conmoción nacional –el desastre del 98– que afectó como un seísmo a todas las clases y a todas las regiones del país? ¿Se hubiera producido la desmembración de Cuba sin la intervención determinante del naciente imperialismo norteamericano?Para llegar a entender y poder responder adecuadamente a estas y otras preguntas, que afectan a unos momentos y a unas cuestiones críticas de la historia de España, y que encierran lecciones que hoy tienen una actualidad y una utilidad acuciante, el libro de Moreno Fraginals es una obra verdaderamente imprescindible. Con rigor y amenidad, dejando siempre muy claros y asentados los conceptos teóricos esenciales y ajustándolos a la perfección, como un guante, al devenir de la peculiar formación social cubana, Moreno Fraginals va recorriendo y mostrándonos paso a paso las etapas fundamentales de la “historia común” de España y Cuba desde que Colón avista por primera vez la isla caribeña el 28 de octubre de 1492 hasta la independencia de 1898. Desde el primer momento el libro nos pone tras la pista de los tres o cuatro hechos esenciales que van a determinar el valor extraordinario que Cuba va a tener para el entonces incipiente imperio español y la forma en que, a partir de ahí, se va a ir configurando su realidad singular. El hallazgo de su posición estratégica y el descubrimiento de la corriente del golfo, que favorece la navegación transatlántica, van a hacer muy pronto del puerto de La Habana el centro neurálgico de partida y llegada del sistema de flotas que unen España con sus inmensos territorios de América. Base militar de defensa y núcleo de aprovisionamiento de la flota, La Habana va a crecer rápidamente, transformándose en muy poco tiempo de un mero asentamiento de conquista/colonización en un enclave militar y marinero al servicio de la estructura global del imperio. Ese cambio va a permitir la transición a una economía de servicios y producción, con la que los hijos y descendientes de los colonizadores, ya nacidos en Cuba, van a ir configurando una sólida oligarquía criolla con auténticas ambiciones de poder.
Esta economía de servicios y producción al servicio de las flotas (para la que, a mediados del siglo XVI, comienza ya la importación de esclavos negros, pues la escasísima población nativa india no soportó el choque de la colonización) mutó en el plazo de apenas cien años a una “economía de plantaciones”, donde el azúcar y el tabaco van a acabar ocupando un papel realmente determinante en la historia de Cuba. La oligarquía criolla habanera se volcó en la construcción y explotación de ingenios azucareros hasta constituir lo que Moreno Fraginals llama, con gran poder descriptivo, una “sacarocracia”, una aristocracia del azúcar, cuyo poder y riqueza le llevarían a equipararse a la oligarquía peninsular y a ennoblecerse con títulos comprados a la Corona. Los conflictos entre esta cada vez más poderosa oligarquía criolla y las autoridades e intereses peninsulares, de un lado, y por otro el conflicto entre blancos y negros, a consecuencia de la esclavitud, van a marcar durante dos siglos el devenir cubano. Decisivos en ese devenir van a ser también los once meses que duró la ocupación británica de La Habana entre 1762 y 1763. Los ingleses van a abolir las trabas y los privilegios propios del Antiguo Régimen, van a impulsar las relaciones plenamente capitalistas y van a abrir el azúcar cubano al mercado mundial, dinamizando todas las estructuras económicas de la isla. La “sacarocracia” cubana va a sacar todas las consecuencias de la “lección británica” y en los próximos cien años va a convertir a Cuba en el primer productor mundial de azúcar y bananas, y en uno de los primeros de tabaco, café, melaza, miel, aguardiente de caña, cobre y estaño. En muchos aspectos, la “colonia”, Cuba, va muy por delante de la metrópoli, España: va a construir ferrocarriles antes, va a tener antes el telégrafo, sus universidades y centros de enseñanza tenían mejores estudios técnicos y científicos que en la península… Pero, al mismo tiempo, esta oligarquía criolla se sigue sintiendo profundamente española: sigue casando a sus hijas con peninsulares para ganar abolengo, no sólo no se suma a la ola independentista sino que crea y financia cuerpos de ejército (en los que incluye a mestizos y negros) que luchan en toda América contra los rebeldes, etc. Hasta 1850 no aparecerá en Cuba una corriente abiertamente independentista, y no saldrá precisamente de la “sacarocracia”. Por otra parte, durante estos tres primeros siglos de presencia española en Cuba no dejará de producirse una inmigración sistemática de peninsulares a Cuba. Esta inmigración aumentará y se hará mucho más intensa a lo largo de todo el siglo XIX, sobre todo en el último tercio, donde llegará a alcanzar casi el millón de personas, entre militares y civiles. El poderío económico de Cuba acabará atrayendo como un imán capitales, negocios, capitalistas y comerciantes de toda España, y especialmente de Cataluña. Cada vez más los sectores financiero, comercial e incluso productivo de la isla van a estar en manos de peninsulares, alcanzando incluso a la propia industria azucarera. Los capitales generados en Cuba (y luego repatriados) y las fortunas obtenidas merced al monopolio del comercio con Cuba van a jugar un papel clave en la configuración de la oligarquía española. Pero no sólo las clases dominantes vivirán “pendientes” de Cuba. También para las clases populares Cuba es un lugar de oportunidades que la Península no les ofrece. Decenas de miles emigran todos los años, se casan con criollas y contribuyen a una incesante “hispanización” de Cuba. Pero el poderío económico cubano (y su situación estratégica) no pasaron tampoco desapercibidos al “monstruo” (como le llamó José Martí) que había crecido desde la nada hasta convertirse en una gran potencia al norte de Cuba. Tras ir convirtiéndose paso a paso en un importantísimo socio comercial, Estados Unidos llegó, a mediados del siglo XIX, a controlar totalmente el mercado azucarero cubano. En 1860 el azúcar cubano tenía un solo mercado (EEUU) y un solo comprador (el Sugar Trust, con sede en Nueva York). Tras esta “anexión económica” de Cuba, dice Moreno Fraginals, “sólo faltaba la anexión política”. Y esta llegaría en 1898. Tras cuatro años de guerra indecisa, en que España echó los restos de su muy mermado poderío militar y económico, los círculos imperialistas más agresivos de Estados Unidos aprovecharon el “nunca aclarado” incidente del Maine (en realidad, un descarado “autoataque”) para provocar la invasión y amputación de Cuba. Pero ni aun así, dice Moreno Fraginals al final de este apasionante libro, Cuba dejó de “ser española”. Cerca de 700.000 inmigrantes españoles (entre ellos cerca de 200.000 soldados españoles) se quedaron en Cuba tras la derrota, como quien “se queda en casa”. El independentismo cubano insistía una y otra vez que su lucha no fue contra los españoles, sino contra “el gobierno español”. Los “lazos de familia”, pues, nunca se rompieron. [«Cuba/España, España/ Cuba Una historia común», de Manuel Moreno Fraginals, es el nº 80 de la Biblioteca de Bolsillo editada por Crítica].