La Diada de 2019 se celebraba pocas semanas antes de que se anuncie la sentencia del juicio a los dirigentes independentistas encarcelados. Eran condiciones que las élites del procés presentaban como “óptimas” para poder “ampliar la base soberanista”, incorporando “a quienes no son independentistas pero rechazan la represión española”.
La realidad ha sido exactamente la contraria: la Diada de 2019 ha visto recortada su asistencia a la mitad respecto al año pasado. Quienes han sido rechazados por los catalanes, incluso por una parte importante de los que hasta ahora les habían seguido, han sido los Puigdemont y Torra.
La policía municipal de Barcelona ha ofrecido la cifra de 600.000 asistentes a los actos organizados esta diada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Siguen siendo números relevantes, pero a mucha distancia de anteriores ocasiones.
El pasado año se llegó al millón de asistentes. Lo que significa que la movilización de la diada ha perdido, en un solo año, el 40% de su base de masas.
Si lo comparamos con el pico de asistencia, registrado en 2014, con 1,8 millones de manifestantes, las pérdidas llegan al 66%. Es decir, dos de cada tres asistentes a esa diada -celebrada antes de que el procés acelerara el camino hacia la ruptura unilateral- han dejado de hacerlo.
¿Cómo se explica semejante sangría?
Se recurre a la división en las élites del procés como el “factor desmovilizador de la base independentista”. Pero esta es la fiebre, el síntoma de una enfermedad más grave… para ellos.
El enfrentamiento en las altas esferas del independentismo se concentra en un punto: si se debe persistir en la unilateralidad, o si la única opción es replegar velas y minimizar los daños.
Mientras Puigdemont y Torra apuestan por “un nuevo enfrentamiento con el Estado”, utilizando la publicación de la sentencia del juicio del procés como banderín de enganche, la ERC de Junqueras aboga por la convocatoria de elecciones anticipadas, aparcando el aventurerismo de una vía unilateral ya imposible.
Pero si la ruptura en las élites del procés ha estallado es porque han perdido. Y el factor principal que les ha hecho retroceder no ha sido “la aplicación del 155”, sino el rechazo de una mayoría de la sociedad catalana a sus proyectos de ruptura.
Solo un 38% de los catalanes participó en el referéndum del 1-O, y en las sucesivas elecciones celebradas desde entonces, el apoyo al independentismo ha quedado siempre reducido a poco más de un tercio del censo. Dos tercios de los catalanes se han negado a respaldar la ruptura, y se han movilizado, en las urnas y en la calle, en defensa de la unidad.
Conviene evitar la complacencia de considerar el procés poco menos que desactivado. Están divididos y en retroceso, pero siguen siendo peligrosos. Especialmente cuando, tras la publicación de la sentencia del juicio a los políticos independentistas encarcelados, y en medio de un panorama europeo especialmente convulso, vamos a asistir a nuevas maniobras para hurgar en la herida abierta en 2012.