Lo han bautizado grandilocuentemente como el ‘acuerdo del siglo’, pero todo el mundo sabe que el plan de paz entre israelíes y palestinos que ha parido la administración Trump es un feto muerto mucho antes de nacer. La propuesta norteamericana se vuelca cínica y descaradamente hacia los intereses del Estado de Israel y pisotea e ignora las aspiraciones de los palestinos, que ya lo han tildado de «agresión» y «fraude del siglo».
La puesta en escena dice muchas cosas. Cuando en 1993 el presidente norteamericano Bill Clinton quiso mostrar al mundo su mecenazgo sobre los Acuerdos de Oslo, que ponían los raíles de una resolución viable al conflicto palestino-israelí, convocó en la Casa Blanca a dos enemigos jurados. El entonces primer ministro de Israel, Isaac Rabin, y el líder histórico de la causa palestina, Yasser Arafat, se dieron un largo e histórico apretón de manos. La paz fue entonces posible bajo la guía de la «solución de los dos Estados», pero poco después, ya con G.W. Bush, las maniobras incendiarias de los halcones del Pentágono y de los sectores más tenebrosos del sionismo israelí volvieron a llenar de odio y muerte Oriente Medio.
Ahora Trump ha anunciado su ‘acuerdo del siglo’ acompañado solo de una de las partes, por un exultante primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que no dudó en exhibir su absoluta sintonía con el mandatario norteamericano. No en vano los principales muñidores del acuerdo -el vicepresidente Mike Pence y el asesor y yerno de Trump, Jared Kushner- son destacadísimos miembros del lobby pro-israelí del establishment político de EEUU.
Si para la comunidad internacional la «solución de los dos Estados» (el reconocimiento del Estado de Israel por parte de los palestinos, por una parte; y que éstos se doten de un Estado propio, por otra) ha sido durante décadas la piedra basal de cualquier vía de solución del conflicto palestino-israelí, Trump ha dejado claro que para su administración, es una piedra en el zapato. «Esta es una oportunidad para que ambas partes ganen, una solución realista de dos Estados que resuelve el riesgo del Estado palestino para la seguridad de Israel», dijo ante su invitado en la Casa Blanca.
Lo que ofrece Trump a los palestinos es de todo, menos un Estado propio. Es una humillante propuesta que concede el 90% de las concesiones a Israel, mientras que lanza baratijas al lado palestino.
La Casa Blanca afirma que el plan de paz ofrece a los palestinos algo más del 80% del territorio al que aspiran. Pero si se examina de cerca, la estafa salta a la vista. Lo que se contempla en pocas palabras es que los palestinos renuncien a Jerusalén, que traguen con los asentamientos israelíes ilegales en Cisjordania, que cambien tierras fértiles por áridas colinas, y que acepten su lugar como mano de obra barata para las empresas de Tel Aviv.
El diablo en cada detalle
La propuesta de Trump limita la nación palestina a los núcleos urbanos actuales. Esto tiene su máxima expresión en Jerusalén, uno de los puntos críticos del conflicto. Los palestinos siempre han reclamado como capital de su Estado la Jerusalén Oriental, donde están los lugares sagrados. Tras haber roto el consenso internacional en 2017 al reconocer Jerusalén como «capital de Israel», Trump ahora declara la ciudad «indivisible», y exhorta a los palestinos a instalar la sede de sus instituciones en la periferia oriental de la Ciudad Santa.
Cisjordania permanecerá salpicada de colonias ilegales, que pasarán a ser anexionadas a Israel, algo que restará el 20% del territorio cisjordano. Y además Cisjordania prácticamente quedaría dividida entre una zona norte y sur incomunicadas, al estilo de las reservas negras del apartheid sudafricano.
A cambio de esta política de hechos consumados, Trump ofrece «congelar” la expansión de las colonias durante cuatro años. Y una «lluvia de 50.000 millones de dólares en 10 años» para mejorar la prosperidad palestina, aunque la mitad de esta inversión iría para Jordania o Egipto, países con gobiernos fieles a EEUU, y la otra mitad quedaría bajo administración israelí.
Trump cambia valles por desiertos. Según el plan norteamericano, el fértil valle del Jordán, al este de Cisjordania -que comunica Palestina con Jordania y resulta vital para la seguridad nacional de Israel- quedará bajo soberanía israelí, perdiendo Cisjordania otro 30% de su territorio. Palestina perdería este valle (de unos 100 km de largo), que proporciona recursos hídricos a toda Cisjordania. Israel tendría el control total del agua que usan los palestinos.
A cambio, las bagatelas. Al norte de Cisjordania, en la cuenca del Ara, Israel cedería el control de varias localidades de población árabe palestina que actualmente le pertenecen. Al sur, Palestina ganaría una amplia franja… pero se trata de una zona de áridas colinas de difícil labranza.
Para Gaza también hay una propuesta envenenada. Al sur de la Franja, en el desierto del Neguev, se crearía en el desierto una zona de empresas tecnológicas israelíes que emplearían a los habitantes de Gaza. Mano de obra barata y con derechos restringidos para el gran capital israelí.
Un acuerdo de guerra
«No es un plan de paz, es un acuerdo de guerra», dice el analista Juan Luis González Pérez, a HispanTV. «Es un intento de una de las partes por imponer su solución a la otra utilizando el chantaje militar, económico y la presión diplomática”. Pérez afirma que al ofrecer a los palestinos un acuerdo abierta e insultantemente inaceptable, la Casa Blanca busca responsabilizarles de su rechazo frontal y las acciones de protesta posteriores. Una eventual «nueva intifada» que justificaría una escalada de represión.
Las incendiarias maniobras de Trump en Oriente Medio, en Siria, Irak, Irán o Palestina, ponen a la zona al borde del estallido de un conflicto a gran escala de imprevisibles consecuencias para la paz mundial.