No es casual que el periodo de máximo florecimiento de la ciencia española coincida con el momento donde España pudo zafarse de la dependencia impuesta por las grandes potencias. Y en el origen de este movimiento se encuentra la «grieta imperialista» abierta tras la Iª Guerra Mundial.
La contienda bélica debilita rofundamente a las viejas potencias que hasta entonces habían dominado el mundo con esplendor y mano de hierro. Inglaterra, Francia y Alemania no van a poder seguir dominando como lo venían haciendo, y la humanidad se aprovechará con creces de ello. Todo un orden mundial se venía abajo, y de las grietas del edificio surgirán flores, en forma de un incontenible estallido de creatividad revolucionaria en el ámbito artístico, intelectual, científico y espiritual. La Revolución de Octubre añade al derrumbe del viejo orden imperial, la posibilidad, real, constatable en la práctica, de un nuevo mundo, de un horizonte donde los que nada habían sido durante miles de años tomarán el cielo por asalto. Todo el ideal de civilización basado en el progreso aritmético había sido quebrado por la barbarie de la guerra. Todo el mundo ordenado y previsible que tanto agradaba a las burguesías europeas ha dejado de existir. En su lugar, infinidad de corrientes artísticas de vanguardia proponen nuevos caminos, que subvierten el orden dominante, colocan patas arriba lo más sagrado, pulverizan las miradas y sensibilidades que habían sido impuestas como únicas. Es el momento donde el surrealismo, el dadaismo, el constructivismo, expresionismo, fauvismo, cubo-futurismo… ofrecen, en su febril y breve vida, hitos artísticos de los que todavía la humanidad esta recogiendo rentas. Pero también cuando, en el ámbito científico, asistimos a la definitiva explosión de la física cuántica, el último gran salto en el conocimiento científico de la humanidad. El debilitamiento de las grandes potencias europeas que históricamente habían ejercido su dominio sobre España -Inglaterra, Francia-, permite un margen mayor de autonomía, y esta es la base sobre la que se da un gigantesco salto. La economía española inicia en las dos primeras décadas del siglo, contradictoria y dificultosamente, el tránsito de un estadio semicolonial, en el que había permanecido durante todo el siglo XIX, a empezar a convertirse en una economía relativamente diversificada e industrializada. Conformándose una nueva oligarquía financiera que desplaza al elemento terrateniente a un segundo plano. Permitiendo, en el plano político, aventuras antes impensables. El régimen de Primo de Rivera supone el primer intento de un desarrollo económico propio. Las grandes potencias, Londres y París, propiciarán su caída -ante el “peligroso” margen de autonomía que había alcanzado-. Pero ya no pueden controlar la vida española como antes, y la “reconducción” se les irá de las manos, abriendo el paso al advenimiento de la República, donde por fin los sueños de regeneración y libertad pueden hacerse realidad. El proceso de industrialización había dado origen a una desconocida burguesía media con nuevas inquietudes sociales, políticas e intelectuales, y se gesta una nueva élite dirigente en el terreno intelectual y cultural. En estas condiciones, la necesidad de reformas es respaldada por la nueva élite, y los proyectos regeneracionistas impulsan la Junta de Ampliación de Estudios o la Residencia de Estudiantes. Este es el fermento permite un extraordinario florecimiento de la ciencia en España. Un país independiente, una ciencia poderosa ¿Cuáles son las amarras que lastran la ciencia española? “Cambio de modelo económico”. Este es el nuevo mantra que se escucha en boca de unos y otros. Para salir de la crisis debemos desprendernos del ruinoso “monocultivo” del ladrillo impuesto durante la última década, y subirnos al tren de los sectores tecnológicamente punteros. Pero el gobierno ha comenzado recortando los presupuestos destinados a I+D, a investigación y desarrollo. ¿Cómo va a ser posible “cambiar el modelo económico” si castramos uno de los principales motores del cambio? La movilización de los jóvenes investigadores contra los recortes del gobierno está recibiendo un caluroso apoyo, incluyendo el de los más prestigiosos científicos españoles. ¿Pero por qué el gobierno de la décima economía mundial abandona de forma tan palmaria el terreno de la ciencia y la investigación? La razón hay que buscarla en una repetición modernizada del “que inventen ellos”. Las élites económicas y políticas han aceptado un país políticamente castrado, y globalmente disminuido. ¿Para qué impulsar entonces una ciencia independiente, que sirva a los intereses y el desarrollo nacional y que satisfaga las necesidades populares? El momento donde más alto ha brillado la ciencia española, produciendo nuestros dos únicos premios Nobel, Ramón y Cajal y Severo Ochoa, está indisolublemente unido a los proyectos de regeneración nacional que permitieron conquistar un margen de autonomía respecto a las grandes potencias del momento. De Ramón y Cajal a Severo Ochoa ¿Cómo que en España no podía haber ciencia? Nuestros dos premios Nobel de ciencia, Ramón y Cajal y Severo Ochoa, no pueden entenderse sin el impulso de dos movimientos que pugnaron por sacar a España de los abismos de dependencia y atraso en que se consumía. Tras el desastre del 98, donde España es desgajada por la nueva potencia en ascenso, EEUU, Ramón y Cajal se entregará con ardor a la agitación regeneracionista, junto a los Costa, Picabea y Alba. El futuro premio Nobel participará activamente, con múltiples artículos periodistícos, en la campaña política contra el corsé caciquil y oligárquico de la Restauración. Elevando siempre su voz por “la pobre España, siempre esquilmada, siempre sangrante”. Las ambiciones regeneracionistas de Ramón y Cajal, imbuido de las ideas que pugnaban por liberar a España de los lastres que impedían expresar sus energías, se convirtió en punto de referencia de todo un movimiento. Será el científico aragonés quien presida la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, surgida desde la Institución Libre de Enseñanza, desde donde se impulsó una política científica con el objetivo de “elevar el nivel intelectual de la población, proporcionar a las clases sociales más humildes ocasión de una instrucción general suficiente, transformar la universidad , dedicada casi exclusivamente a la colación de títulos y a la enseñanza profesional, en el órgano principal de la producción filosófica, científica e industrial”. De este empuje surgió más adelante la Residencia de Estudiantes, en la que además de una actividad artística y literaria de primer orden se desarrollaba una actividad científica extraordinaria. Y de ella participará nuestro segundo premio Nobel de ciencia, Severo Ochoa- De la Residencia de Estudiantes dependían varios laboratorios, entre los que destacaba el dirigido por Pío del Río Hortega, histólogo descubridor de los cuatro tipos de células existentes en el tejido nervioso. Por otra parte la Residencia recibía periódicamente en sus salones la vista de las figuras científicas más relevantes de la época. La presencia de Ramón y Cajal, Albert Einstein o Madame Curie, entre otros muchos, ayudó, sin duda, a configurar el excelente ambiente cientifico en el que Severo Ochoa consiguió estimular lo mejor de sus sueños. El mismo Severo Ochoa recuerda el extraordinario papel de la Residencia de Estudiantes, afirmando que “deberían haber existido Residencias en Madrid y otras partes del país para elevar la cultura española al nivel que alcanzó en otras naciones. Aunque abandonó España tras la guerra civil, Severo Ochoa puede considerarse el padre de la Biología Molecular en España ya que, directa o indirectamente, ha formado a un gran número de investigadores en este campo, estimulando siempre el desarrollo de la investigación en este área. Tres generaciones de investigadores españoles han tenido a Severo Ochoa como maestro, de un modo directo o indirecto. Así, Margarita Salas, Santiago Grisolía, Eladio Viñuela o César Nombela, por citar sólo algunos nombres, son ejemplo de estos discípulos que, a la vuelta a España, impulsaron sus propios grupos y escuelas de alta calidad. Severo Ochoa es un ejemplo de lo que podía haber ofrecido la ciencia española si el golpe franquista no hubiera cercenado el impulso que cirstalizó en los años republicanos. Un impulso que volvía a participar, como con Ramón y Cajal, de la ambición de otorgar a España un nuevo papel en el mundo. Como destaca Gustavo Bueno, “Ochoa entendió sus investigaciones como instrumentos principales para el progreso social y democrático; su patriotismo, como español al estilo de Cajal, le movió a impulsar el cultivo de las ciencias positivas como medios los más adecuados, y aún únicos, para conseguir la regeneración y progreso de España y del mundo”. Dos caminosEn 1916, se publica un artículo en la Revista Nacional de Economía, firmado por Emio Riu y bajo el título de “El capital extranjero en España”, donde dibuja con admirable precisión, la contradicción principal que, todavía hoy tiene que resolver la ciencia española, y España como país: “Se presentan para España dos caminos: o recibir, aceptar humildemente agradecida, el capital extranjero, más o menos disimulado y suave, y por ende el dinero extranjero, la técnica extranjera, y que sean los embajadores extranjeros los que gobiernen con su baraja de ministros, ministrables y presidentes, con sus cortesanos adictos y sus generales afectos y sus magistrados agradables y sus periodistas y sus intelectuales a sueldo, o España tiene que buscar ardientemente en el camino del trabajo, del estudio, de la austeridad y del deber, la reconquista de su casi perdida independencia política, de su riqueza monopolizada por la banca extranjera, haciéndose su técnica propia, su ciencia propia, su banca propia, su cultura propia para llegar a ser nación independiente de pleno iure”. En su discurso “A patria chica, alma grande”, Santiago Ramón y Cajal lanzo una proclama dirigida a la juventud española, donde presentaba, basado en “el quijotismo de la ciencia”, una concepción de la “diaria entrega a la tarea de hace ciencia” como una de las mejores maneras de contribuir a la regeneración nacional, aplastada por el avasallamiento de poderes extranjeros. Hoy en día nos encontramos como que las decisiones sobre que proyectos se van a desarrollar a partir del sincotron Alba -una de las infraestructuras científicas más importantes del país, con sede en Barcelona- va a estar en manos de… un consorcio internacional. No puede estar más clara la diferencia. O decidimos nosotros, o volvemos al “que inventen ellos”, conformándonos simplemente con ser sedes subsidiarias de proyectos científicos que se deciden en el extranjero. Ramón y Cajal personifica las premisas que, contra el viento y la marea de unas bases siempre exiguas, han permitido a la ciencia española alcanzar las más altas cotas. Alma grande y espíritu de Quijote para entregarse con devoción sólo al beneficio de la humanidad. Y un proyecto nacional donde la ciencia actúe como motor de desarrollo del país, para abandonar la postración española en el concierto de naciones. Este es un decálogo, científico y sobre todo moral, que une en un mismo hilo a los grandes hombres de ciencia del pasado y del presente. Pero para ello es necesaria una voluntad política independiente. Con unas élites económicas y políticas que han aceptado la castración nacional -renunciando a jugar ningún papel independiente en el mundo- a cambio de ser aceptado en los más lujosos salones mundiales es imposible cualquier desarrollo científico poderosos. Con un proyecto de desarrollo que acepta la destrucción o venta al extranjero de toda la industria nacional, conformándose con que una pequeña élite gane millones a través de la explotación del ladrillo o el parasitismo bancario, cualquier posibilidad de desarrollo de una ciencia nacional, y que esté al servicio de los intereses del conjunto del pueblo y de la mayoría de la humanidad, está cercenado. Existen valiosos científicos, individualidades brillantes, gente que pelea desinteresadamente por sacar adelante un proyecto científico. Pero para alcanzar el escalón de una ciencia nacional, independiente y al servicio de la mayoría, necesitamos romper las amarras que nos atan a la dependencia de los principales centros de poder mundiales. Esto es lo que nos enseña la experiencia de Ramón y Cajal o Severo Ochoa. A patria chica, alma grande Santiago Ramón y Cajal“No soy en realidad un sabio, sino un patriota; tengo más de obrero infatigable que de arquitecto calculador. La Historia de mis méritos es muy sencilla: es la vulgarísima historia de una voluntad indomable resuelta a triunfar a toda costa. Mi fuerza fué el sentimiento patriótico; mi norte, el enaltecimiento de la toga universitaria; mi ideal aumentar el caudal de ideas españolas circulantes por el mundo, granjeando respeto y simpatía para nuestra ciencia. Prosigamos todos con ardor creciente en ésta tarea salvadora; trabajemos para que la Universidad sea lo que debe de ser: tanto fábrica de ideas como foco de educación y cultura nacional. Hoy más que nunca urge éste supremo llamamiento al heroismo del pensar hondo y del esfuerzo viril. Me dirijo a vosotros, los jóvenes, los hombres del mañana. En éstos últimos luctuosos tiempos la Patria se ha achicado; pero vosotros debeis decir: A Patria chica, alma grande. El territorio de España ha menguado; juremos todos dilatar su geografía moral e intelectual. Combatamos al extranjero con ideas, con hecho nuevos, con invenciones originales y útiles. Y cuando los hombres de las naciones más civilizadas no puedan discurrir ni hablar en materias filosóficas, científicas, literarias o industriales, sin tropezar a cada paso con expresiones o conceptos españoles, la defensa de la Patria llegará a ser cosa supérflua; su honor, su poderío y su prestigio estarán firmemente garantizados, porque nadie atropella a lo que ama, ni insulta o menosprecia lo que admira y respeta. He nombrado a la Patria y deseo que, en tan solemne ocasión, sea ésta la última palabra de mi desatinado discurso”.