Las políticas de los gobiernos de Felipe González habían creado el caldo de cultivo de la indignación. La promesa de “800.000 puestos de trabajo” con que arraso en las generales de 1982 se había transformado, tras la liquidación de sectores industriales impuesta como precio a la entrada en la CEE, en 650.000 trabajadores despedidos. Las sucesivas reformas laborales abrieron paso a la temporalidad, la precariedad y el abaratamiento del despido. Hasta las pensiones son rebajadas, dando como resultado que el 80% de ellas estuviera por debajo del salario mínimo.
Felipe González consideraba que todo estaba “atado y bien atado”. Que la desmovilización y reflujo de la lucha popular impuesta tras el cierre de la transición impediría cualquier respuesta significativa, especialmente contra “un gobierno socialista”.
Pero la realidad fue otra. Se multiplicaron las luchas obreras contra los estragos de la reconversión industrial, en Sagunto, Reinosa, Asturias, Cádiz, Euskadi, Galicia… Y el rechazo a las medidas antipopulares del gobierno, mayoritaria entre las bases, se trasladó también a las cúpulas de los sindicatos.
El 14-D el movimiento obrero emergió como la única oposición posible a las políticas antipopulares de los gobiernos de González
En un gesto inédito en los 100 años de historia del sindicato, el secretario general de la UGT, Nicolás Redondo Terreros, rompió con la dirección del PSOE. Abandonando primero su cargo de diputado en protesta contra la ley que recortaba las pensiones. E impulsando la unidad de acción con CCOO. La conjunción de los dos mayores sindicatos estaba prohibida “de facto”, por temor a las consecuencias que podía provocar la revitalización de la lucha obrera.
La aprobación del Plan de Empleo Juvenil por parte del gobierno de González, que condenaba a la juventud trabajadora a condiciones de híper-explotación, fue la gota que colmó el vaso. Provocando la convocatoria de una huelga general unitaria. A CCOO y UGT se sumaron los demás sindicatos, USO, CNT, ELA en Euskadi, CIGA en Galicia…
Suele valorarse que, a pesar de su enorme éxito, el 14-D no consiguió cambiar las políticas de los gobiernos de González, y que los recortes acabaron imponiéndose igualmente.
Esta lectura (conveniente para difundir la apatía bajo el argumento de que “al fin y al cabo movilizarse no sirve para nada”) tergiversa la realidad. Felipe González tuvo que retirar el Plan de Empleo Juvenil, algo que nunca había hecho, y no volverá a hacer otra vez. Y se vio obligado a ofrecer contrapartidas, como el actual sistema de pensiones no contributivas o el derecho a la negociación colectiva para los empleados públicos.
Después del 14-D vinieron otras nueve huelgas generales, expresión del nivel de combatividad del pueblo español. Podemos decir sin temor a equivocarnos que sin ellas, sin la lucha que impulsaron, la situación que vivimos, los derechos que disfrutamos, sería muy diferente.