Filólogo, poeta, narrador, ornitólogo… Traductor de Flaubert o de Tristán Tzara. Creador a partir de 1984 de un nuevo movimiento artístico, para el que acuñó el término de “arte casual”. Premio de la Crítica en 2010 por su poemario Fámulo… Francisco Ferrer Lerín ( Barcelona, 1942) es, sin duda, uno de los creadores más singulares y de mayor talento de la literatura española contemporánea.
Sus orígenes lo sitúan en la Barcelona de los años sesenta, donde junto y, de algún modo, a la cabeza de unos jóvenes entre los que están Pere Gimferrer o Ana María Moix, impulsa la revuelta poética que acabará canonizada como “los novísimos”. En 1964 publicó su primer libro, De las condiciones humanas, y en 1971 recogía parte de sus textos inéditos escritos entre 1960 y 1970 en La hora oval, selección que había resultado finalista del “Primer Premio Maldoror”.
A raíz de este prometedor inicio, Lerín da un giro total a su vida, dejando a un lado la literatura (razón por la que acabará apareciendo en la selección de Bartlebys del libro de Vila-Matas). Se traslada a Jaca, en el prepirineo aragonés, epicentro desde el que emprende una vida enteramente “novelesca”, donde amén de su pasión ornitológica, desempeñará oficios como los de jugador de póker profesional o espía. Destaca en este periodo su lucha encarnizada por salvar a las aves carroñeras del Pirineo y otras sierras del interior. Hacia el año 2000, en otro giro igualmente radical, retoma con una pasión inusitada la actividad literaria, generando en estos últimos veinte años un verdadero alud de títulos (poesía, cuento, novela, textos inclasificables), de los que cabe recordar títulos como El bestiario de Ferrer Lerín (Galaxia Gutemberg, 2007), Fámulo (Tusquets, 2009), Familias como la mía (colección Andanzas, Tusquets, 2011), Mansa chatarra (Jekyll & Jill, 2014), Besos humanos (Anagrama, 2018, edición de Ignacio Echevarría) o El libro de la confusión (Tusquets, 2019).
Acerca del proceder literario de Ferrer Lerín quizá sería ilustrativo seguir el curso de uno de sus textos. En el año 2001 Lerín escribe, por encargo de Frederic Amat, un guion cinematográfico, Die Rabe, que más adelante es transformado en una novela, publicada en 2005 bajo el título de Níquel. Varios años después, Ferrer Lerín revisa y amplía este texto narrativo hasta convertirlo en Familias como la mía, una de las novelas esenciales de la narrativa española contemporánea o, como dice Ignacio Echevarría, “una de las pocas novedades realmente portentosas que ha dado la narrativa española en los últimos tiempos”. Los textos van adquiriendo mayor complejidad sin perder su frescura y su incisividad con cada nueva reelaboración, camino de convertirse en verdaderos “clásicos” sin abandonar al mismo tiempo su buscada “marginalidad”.
Cuaderno de campo (Contrabando, Valencia, 2020) es la última de las producciones de su nueva prolífica etapa, y como todos los suyos es un libro absolutamente singular, que además podríamos considerar como lo más parecido a una autobiografía de lo que vamos a disponer nunca.
Este libro —bajo la apariencia de un cuaderno ornitológico en el que la rara avis a estudiar es, precisamente, Ferrer Lerín— surge de una exhaustiva selección de las mejores entrevistas publicadas en diversos medios desde su vuelta a la literatura, allá por el año 2000, hasta la actualidad. Organizado en una serie de curiosos epígrafes que dividen y organizan su torrencial lucidez, esta suerte de Lerín contado por sí mismo desgrana y aporta su visión de los temas que le son propios: la muerte, el sexo, la infancia como paraíso perdido, los peligros del regionalismo, la naturaleza, los misterios femeninos, los sueños, el azar, la literatura…
El resultado es un texto que, como afirma el autor, “no esperaba que resultara aforístico, y no me importa, de hecho es un facilitador de citas, y teniendo en cuenta que siempre quise publicar un libro de citas ajenas, va más allá y riza el rizo, consigue alcanzar el grado de manual de avisos y sentencias”.
Junto a la cuidadosa selección de citas de sus entrevistas, el libro incluye la versión íntegra de la larga entrevista que le hizo Félix de Azúa en la revista Ínsula en septiembre de 2015, y que ofrece una versión más sistemática y concienzuda de lo que se desgrana en las más de 200 páginas de este Cuaderno de campo.
Acerca del libro, Ferrer Lerín ha respondido a una entrevista, publicada en el Blog de Ediciones Contrabando, de donde extraemos las siguientes respuestas:
En su génesis, el Cuaderno estaba concebido como un recopilatorio de entrevistas, pero en un momento del proceso decidimos eliminar las preguntas. Y quedan tus respuestas, organizadas en varios epígrafes. Decías que te resultaba casi aforístico, ¿no? Aun así, hemos detectado que muchas veces te preguntan algo y tú respondes lo que te da la gana.
Sí, bueno, rescatar secciones de un discurso propicia la aparición de aforismos, o similares, pero aforístico o no, Cuaderno de campo será un libro singular en mi bibliografía, perteneciente a una estirpe no habitual en los catálogos editoriales; lo espero con mucha ilusión. En cuanto a responder al pie de la letra, creo que limita la capacidad de la pregunta; los circunloquios, incluso las salidas de pista, aportan nuevos argumentos.
¿Es Cuaderno de campo un libro en el que te desnudas? Al menos literariamente…
Iban a rodar un filme sobre mi vida y obra… y me negué porque el guión comenzaba con unos planos de Ferrer Lerín en la cama despertándose y luego en el cuarto de baño en paños menores.
La cita de Vila-Matas que abre el Cuaderno me plantea dos cuestiones: primera, que Vila-Matas te incluyó en su compendio de escritores del no, en Bartleby y compañía, y le saliste rana, pues has sido, del año 2000 a esta parte, uno de los autores más prolíficos del país. ¿Qué te ha impulsado a acometer esta gesta? Y segundo, siguiendo con la cita, ¿planeas darle un giro rimbaudiano a tu existencia en algún momento?
Mi vida no creo que se haya modelado nunca siguiendo patrones; citas a Rimbaud y a su atrabiliaria biografía y no puedo reconocerme en nada de lo que le aconteció a dicho genio, sustancialmente porque he tenido suerte en los períodos de mi vida en que manejaba el riesgo y ahora, en la senectud, prefiero el confort de mi sillón orejero a antipáticas y peregrinas peripecias. Dejé de escribir (entonces sólo poesía) a comienzos de los setenta, y la agrafía la asumí con normalidad; en aquellos años infantiles-adolescentes los poemas surgían con extrema facilidad y este carácter no laboral fue el mismo que no impidió que abandonara. Cuando regresé a la escritura, por circunstancias absolutamente azarosas, tampoco me encontré en situación de extrañeza y, animado por seguidores y editores, me lancé a publicar de modo quizá excesivo.
Te debo confesar que cuando le hablo de ti a gente de mi círculo de amistades o a conocidos —y en muchos casos son personas serias y leídas— no te conocen. ¿Crees que Cuaderno de campo servirá para paliar esta situación? ¿Y qué les dirías a estas personas?
A estas personas les pediría disculpas por no ser más popular, por no trabajar más la vertiente publicitaria de mi producción literaria y limitar con mis carencias su posibilidad de disfrute. Cuando desembarqué en editoriales grandes como Tusquets/Planeta y Anagrama, alguien dijo que a partir de ahora mi obra iba a entrar en juego desde posiciones que no acostumbraba a ocupar, que por fin se iba a vulgarizar (lo escribieron así, en cursiva), creo que estuvieron a punto de decir que se iba a democratizar, este término tan ridículo con el que uno se reviste de corrección y progresismo; pero estaba claro que las cosas no iban a ir por ahí y que no iba a ganar nuevos lectores por el hecho de que mi editor disfrutara de prestigio comercial. Desde luego estoy hablando de narrativa, la poesía pertenece al mundo de los poetas, que son los únicos que la consumen, aunque, como siempre ocurre con estas cosas de la competencia, un poeta acostumbra a leer a otro poeta con desaforada angustia por si descubre en el rival cualidades que él no tiene.