Faltaban apenas 200 km para llegar a Moscú -los mismos que separan Madrid de Ciudad Real o Valladolid- cuando el convoy de tropas de Wagner recibieron la orden de su jefe, Yevgueni Prigozhin, de dar media vuelta y regresar a sus bases. El Kremlin, con la mediación del presidente bielorruso, había encontrado la manera de desactivar un motín que durante más de un día había colocado a Rusia ante el abismo de un conflicto armado interno.
Esta es una breve crónica de lo sucedido.
La abierta enemistad de Prigozhin contra la cúpula del Ministerio de Defensa ruso ya era manifiesta casi desde el inicio de la invasión, y se había ido alimentando conforme aumentaba el protagonismo de los mercenarios de Wagner en el largo asedio de Bajmut, una de las batallas más sangrientas de la guerra.
Desafiando la versión oficial del Kremlin, Prigozhin describió Bajmut como una “picadora de carne”, y afirmó que durante los diez meses de asalto a Bajmut, Rusia había perdido 20.000 hombres, la mayor parte de ellos mercenarios de Wagner sacados de las cárceles rusas con la promesa de ganar la libertad si iban a combatir a Ucrania. Y acusó al ministro de Defensa de privarles de medios y municiones para lograr tomar la población, amenazando con abandonar esa posición. Finalmente, el órdago tuvo éxito, las municiones llegaron, y finalmente Wagner logró tomar Bajmut a un alto coste.
Pero los ataques verbales y las amenazas de Prigozhin contra el ministro de Defensa Serguéi Shoigú y el jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov, no han dejado de sucederse en las últimas semanas. “¡Miradlos, gilipollas! Os sentáis en clubes lujosos y vuestros hijos hacen vídeos de YouTube. Los hombres de Wagner mueren para que podáis atragantaros a comer en vuestras oficinas”. Así se dirigía en mayo el oligarca a la cúpula militar rusa, acusando al Ejército de sabotear los esfuerzos de su compañía de mercenarios en el frente.
El supuesto «casus belli» del motín
El viernes 23 de junio, Prigozhin acusaba al propio Ejército ruso de haber bombardeado un campamento de sus propias tropas, mostrando un vídeo para «demostrarlo». Un autoataque que era tajantemente negado por el Kremlin, pero ya daba igual: pocas horas después, una enorme columna de los paramilitares de Wagner tomaba Rostov del Don, la capital de la región rusa homónima, y emprendía la autodenominada «marcha por la libertad» hacia una mal defendida Moscú, cuyas autoridades declaraban el estado de alarma antiterrorista y bloqueaban con vehículos pesados los accesos a la capital.
De cara a la opinión pública no se podía mostrar debilidad, ni vacilaciones. Ante la magnitud del desafío, un Putin que hasta ahora se había mantenido impertérrito ante los insultos y acusaciones de Prigozhin contra Shoigú, se veía obligado a intervenir, describiendo el motín como “puñalada en la espalda” y “alta traición”, advirtiendo que habría un “castigo inevitable” para aquellos que dividan a la sociedad rusa y asegurando que había dado las “órdenes necesarias” para atajar esta crisis. El jefe de Wagner respondía que «el presidente se equivocó profundamente. Somos patriotas”, y aseguraba que ninguno de ellos se entregaría.
Pero más allá de las palabras, régimen estaba buscando una salida. Aunque las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional no se unieron a los hombres de Wagner, pero tampoco los detuvieron. En su rápida carrera a la capital, la columna militar de Wagner -de entre 25.000 y 50.000 hombres, y de 50 km de largo-, fue objeto de un par de ataques aéreos de advertencia, sin daños reales
Los paramilitares podrían haber penetrado en una Moscú que no contaba con tropas para impedírselo, si es que esa verdaderamente su intención. Prigozhin asegura que no pretendía derrocar al Gobierno de Rusia, sino sólo forzar a cambiar la cúpula de Defensa.
Pero fueran cuales fueran sus intenciones, se desvanecieron cuando otro poderoso y sanguinario señor de la guerra, también famoso por sus acusaciones contra el ministro de Defensa, el presidente checheno, Ramzán Kadírov, rompió su silencio y puso sus fuerzas a disposición de Putin, anunciando que sus tropas veteranas se dirigían a Moscú a sofocar el motín.
El motín era ya un callejón sin salida, pero Putin no podía simplemente prescindir de un curtido ejército paramilitar que no sólo cuenta con carne de cañón reclutada en las cárceles de Rusia -a los que el propio Prigozhin ejecuta de un martillazo en la cabeza si desertan-, sino de tropas de élite que han combatido en el Donbás, en Crimea, en Siria, Libia y medio mundo, muchos de ellos procedentes de las fuerzas especiales del Kremlin, los spetsnaz.
Por eso, ambas partes bajaron el tono y encontraron una salida pactada. Junto al retiro de su líder a Bielorrusia -al que se le han retirado los cargos- la seguridad de los mercenarios fue garantizada: podrán integrarse en el ejército, ir a Bielorrusia o dejar las armas.
La crisis ha sido desactivada, al menos de momento, pero ha revelado la compleja y volátil tectónica de placas del régimen de Putin, y las fuertes tensiones internas en el seno de la clase dominante rusa ante una guerra imperialista que va de mal en peor para Moscú, en la que el pueblo ucraniano no sólo resiste, sino que contraataca. Y en la que el régimen de Putin se juega su propia supervivencia.
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Informaciones del Washington Post sobre Prigozhin
Y Washington, ¿qué sabía de esto?
Aunque el amotinamiento de Wagner ha tenido en vilo al planeta entero, la inteligencia norteamericana ya sabía a mediados de junio que lo que ha sucedido era un curso probable de los acontecimientos. Así lo afirma en Washington Post.
«Los espías estadounidenses se enteraron a mediados de junio de que Prigozhin estaba planeando una acción armada en Rusia». Así titulaba el Post, pocas horas después de la rebelión de Wagner.
«[Aunque] la naturaleza exacta y el inicio de los planes de Prigozhin no estuvieron claros hasta poco antes de su asombrosa [toma de Rostov] y su carrera de tanques hacia Moscú (…), a mediados de junio las agencias de espionaje de EEUU tenían información de inteligencia que indicaba que el jefe de Wagner estaba planeando una acción armada contra el establishment de Defensa ruso, e informaron a la Casa Blanca para que no les cogiera por sorpresa».
«Además de la Casa Blanca, altos funcionarios del Pentágono, el Departamento de Estado y el Congreso fueron informados en las últimas dos semanas» de una eventual rebelión de Wagner, ante la cual hubo una «gran preocupación» ante una eventual «guerra civil» rusa y el control de su arsenal nuclear, dice el Washington Post
El mismo diario -uno de los principales órganos de expresión de la clase dominante norteamericana- también aseguró hace unas semanas que en su lucha contra la cúpula militar rusa, el jefe del Grupo Wagner había llegado a proponer a los militares ucranianos revelarles dónde estaban las tropas del Ejército ruso para atacarlas si Ucrania retiraba a sus fuerzas de la asediada ciudad de Bajmut, según documentos filtrados del Pentágono.
Naturalemente, Prigozhin negó esas acusaciones. ¿Forman parte de la guerra de desinformación entre Washington y Moscú? ¿O hay parte de verdad en ellas?