Las maniobras desestabilizadoras contra Venezuela vienen de largo. En 2002 la movilización popular pudo hacer fracasar un golpe de Estado ejecutado por la oligarquía venezolana pero diseñado por la administración de G.W.Bush, muchos de cuyos halcones -por ejemplo su embajador en la ONU, actual Secretario de Seguridad Nacional, John Bolton- forman parte del actual gobierno Trump.
Durante los años de Obama, la táctica norteamericana contra Venezuela ha sido la promoción de un golpe blando: la utilización combinada de una oposición política dispuesta a bloquear al gobierno desde la Asamblea Nacional, las violentas ‘guarimbas’ (disturbios callejeros), el boicot económico y el desabastecimiento para provocar la carestía y el malestar en la población, el bombardeo incesante de los medios de comunicación controlados por la oligarquía… Pero la llegada de Trump a la Casa Blanca ha supuesto un salto cualitativo en la agresividad y los ritmos para desestabilizar al país caribeño.
En verano de 2017, al final de una reunión del equipo presidencial para debatir las sanciones económicas que se le iban a aplicar a Venezuela tras una primavera en la que la desestabilización instigada por Washington había dejado decenas de muertos, Donald Trump pregunta directamente a sus asesores: «¿No podemos simplemente invadir Venezuela?» (Associated Press).
En varias ocasiones a lo largo del año Donald Trump insistió en la idea de que EEUU llevara a cabo una agresión bélica directa contra Venezuela, al estilo de la invasión de Panamá de 1989. Sus asesores de entonces -los ahora defenestrados Rex Tillerson, H.R. Mc.Master- se tuvieron que emplear a fondo, durante horas, para convencerle de las adversas consecuencias para el dominio norteamericano sobre América Latina que tendría aquella decisión.
Unas semanas más tarde, Trump volvió a poner la opción armada encima de la mesa en una cena que tuvo con importantes líderes latinoamericanos, entre ellos el entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos o el premier brasileño Michel Temer. Durante la velada, Trump preguntó, uno a uno, como verían que EEUU aplicara «una solución militar en Venezuela».
Un año más tarde, el 4 de agosto, en un desfile de las fuerzas armadas venezolanas, tres drones explosivos atentaban contra la tribuna presidencial. Maduro salía ileso, pero en la investigación se detenían a varios mandos del ejército y diputados de la oposición.
En septiembre de 2018 el New York Times y la CNN revelaba que durante 2017, el gobierno de Donald Trump había mantenido reuniones secretas con oficiales militares rebeldes que querían derrocar a Maduro y requerían el patrocinio y el amparo de Washington. El ‘Times’ citó como fuentes a «funcionarios estadounidenses» (unos 11 en total) «y a un excomandante militar venezolano que participaron en las conversaciones». Los golpistas solicitaron entonces cobertura y equipos de comunicación cifrados.
Pocos días después, durante el encuentro entre Donald Trump y el nuevo presidente colombiano Iván Duque, el norteamericano no tuvo problemas en decir ante los periodistas que un golpe de Estado contra Venezuela sería «rápido» si cooperaran los militares de aquel país. «(Maduro) podría ser derrotado muy rápidamente si los militares deciden hacer eso».
Más recientemente, durante la gira del actual secretario de Estado norteamericano -y ex jefe de la CIA- por Brasil y Colombia, Mike Pompeo se reunió con los cancilleres (ministros de exteriores) de Bolsonaro e Iván Duque, para analizar la situación en Nicaragua, Venezuela y Cuba. «Vamos a trabajar contra esos gobiernos autoritarios. Actuaremos contra los gobiernos bolivarianos», dijo Pompeo a la prensa tras las entrevistas.