Un par de fantasmas recorren el mundo, atemorizando a millones de personas y llenando de inquietud a las grandes burguesías monopolistas en sus rascacielos y parquets. Se trata de una crisis de suministros que camina encadenada a una crisis energética. Todos los analistas se preguntan si son apariciones coyunturales o si han venido del más allá para quedarse largo tiempo, extendiendo su reino de pesadilla.
No es un cuento de Halloween. En vísperas de las fechas donde el consumo mundial debería tener sus máximos del año -impulsado por eventos como el Black Friday, el Cyber monday, el Día del soltero en China o las Navidades- una tormenta perfecta se ha instalado en importantes nódulos del comercio mundial. Puertos colapsados de barcos que tardan días o semanas en cargar o descargar. Faltan contenedores, almacenes y camiones. Componentes claves para las fábricas -como los microchips- o mercancías básicas tardan semanas en llegar a su destino, amenazando con paralizar la producción. Una subida galopante de las materias primas provoca el alza de la inflación, y espolea una subida espectacular del precio del gas, y por ende de la electricidad. Hasta el punto de que gobiernos occidentales como el austriaco advierten a su población de la posibilidad de un gran apagón a escala europea que tardaría semanas en resolverse.
Esta preocupante situación tiene una serie de factores materiales que deberían ser coyunturales. La rápida y desordenada reanudación del comercio y la producción tras salida de la pandemia ha provocado que la demanda se dispare muy por encima de la oferta. Pero eso no basta para provocar unos efectos tan grandes, que potencialmente pueden ser aún mayores.
Como una llama que prende sobre un gran montón de hojarasca, una chispa no basta para explicar un incendio. Si los desequilibrios de la recuperación económica mundial post-Covid son tan nefastos, es porque operan sobre los mimbres del capitalismo monopolista, sobre las leyes de la acumulación y concentración del capital, y sobre una cadena imperialista donde un pequeño número de burguesías monopolistas imponen su dominio sobre el tráfico de mercancías y sobre el conjunto de la población mundial.
Tanto la crisis de suministros como la energética actúa sobre un sistema de contradicciones que viene de lejos. Sobre el dominio que un puñado de grandes potencias ejercen sobre el comercio mundial y el tráfico de mercancías, sometiendo ambos a sus intereses geopolíticos y a la ley del máximo beneficio. Son ellos los que imponen -en los momentos de escasez como los actuales- que mercancías clave para la vida de un país y de la gente suban muy por encima de su coste de producción, o de lo que impone la «ley de la oferta y la demanda», buscando el superbeneficio de los pescadores en el río revuelto.
Tenemos el ejemplo de las grandes compañías navieras, de un reducido número de mega-corporaciones que controlan el tráfico de contenedores en el transporte marítimo. Multinacionales como Maersk, Mediterranean Shipping Company, CMA CGM, China Ocean Shipping… que aprovechan para multiplicar sus ganancias incrementando las tarifas de sus fletes. O cómo el oligopolio eléctrico en España, que aprovecha la crisis energética para imponernos un precio de la electricidad más de 80 veces superior a su coste de producción.
Son los intereses imperialistas de un pequeño número de potencias los que han impuesto que Taiwán y Corea del Sur -con su mano de obra barata pero cualificada- concentren el 81% del mercado global de fabricación de microchips y semiconductores, componentes clave para las líneas de producción de medio planeta.
Tenemos además las distintas convulsiones provocadas en los últimos años por EEUU en el comercio mundial, que tienen el objetivo de socavar el ascenso de su gran rival: China. Unos conflictos comerciales y arancelarios que inició y llevó a su apogeo la administración Trump, pero cuyos ejes fundamentales han sido mantenidos por Biden.
Estas dos «apariciones» -la crisis en la cadena de suministros y la crisis energética- no son fruto de «las turbulencias del mercado» sino de un orden internacional dominado por un puñado de potencias y burguesías monopolistas.
Las dificultades energéticas por las que pasa Europa tampoco se pueden entender sin el convulso sistema de contradicciones geopolíticas que rodean la zona euro, determinado por las maniobras del hegemonismo. Ya sabemos que la Rusia de Putin -y su maniobrera y taimada política exterior, heredera del socialimperialismo soviético- juega sucio con la energía, utilizándola como una herramienta de chantaje contra el resto de Europa. Pero las tensiones entre Bruselas y Moscú no se pueden entender sin las contínuas exigencias de Washington de espolear a sus aliados europeos de la OTAN contra el oso del Kremlin.
Otro tanto podemos decir del conflicto entre Argelia y Marruecos que ahora pone en cuestión el suministro de gas a España. Estos dos países norteafricanos llevan décadas de malas relaciones, compitiendo por su supremacía en el Magreb. Pero no podemos entender la crisis diplomática actual entre Argel y Rabat sin partir de la decisión de Trump de reconocer la «propiedad» marroquí del Sáhara Occidental a cambio de que Marruecos estableciera plenas relaciones con Israel.
La crisis de suministros y la crisis energética opera por tanto sobre estos mimbres, sobre este sistema de contradicciones preexistente. Estas dos apariciones no son fruto de «las turbulencias del mercado» sino de un orden internacional dominado por un puñado de potencias y burguesías monopolistas.
Y estas dos crisis, hermanadas entre sí, no arrojan un porvenir sombrío sólo sobre los indicadores macroeconómicos, sino sobre la vida de los pueblos, sobre el día a día de la gente. Afecta al precio de los productos básicos de la cesta de la compra, a las tarifas del gas y la electricidad, a la recuperación económica y al empleo.
Todo ello vuelve a estar bajo preocupantes turbulencias, debido a que estamos sometidos a los intereses de estas clases dominantes, que vuelven a mostrar así como su dominio es incompatible con las más elementales aspiraciones de paz, progreso y bienestar de la humanidad.