Apenas 72 horas después de la tragedia se ha instalado de manera firme en la opinión pública occidental la convicción de que Rusia, por acción u omisión, es el responsable del derribo. La posición de dominio de Washington en los medios de comunicación tradicionales y en el ciberespacio, que le da la capacidad de imponer las condiciones para el flujo de información mundial y dictar así la «corrección política» en el discurso internacional, le ha permitido convertir el poder de la opinión pública occidental en una herramienta política a su servicio.
«La lógica política invita a tomar con extremada prudencia lo que pretenden instalar como certezas» Al tomar EEUU la iniciativa y lanzarse en tromba a poner a Rusia en el ojo del huracán, Putin ha quedado con el paso cambiado, forzado a adoptar una actitud defensiva ante la reacción norteamericana. Cualquier vacilación por su parte provocará más acusaciones de Washington. Y si las investigaciones, como es frecuente en estos casos, no ofrecen ningún resultado esclarecedor, Rusia quedará marcada por defecto como perpetrador o instigador del derribo.Sin embargo, la lógica política invita a tomar con extremada prudencia lo que pretenden instalar como certezas. Como sabemos por experiencia, en cualquier crimen, y más si es de naturaleza política, lo primero que hay que buscar es el móvil y preguntarse a quien beneficia. ¿Qué motivo podría tener Moscú para derribar el MH17? Hacerlo sólo reduciría su espacio de actuación en la crisis ucraniana, tirando por la borda muchos de los avances geopolíticos alcanzados por el Kremlin en el ultimo año. ¿O de lo que se trata justamente es de eso, de frenar los cada vez más ambiciosos pasos de Rusia, que ya desbordan claramente sus tradicionales áreas regionales de influencia para dirigirse a algunos de los núcleos centrales del sistema de alianzas capitaneado por la superpotencia yanqui? ¿De crear las condiciones que permitan una respuesta mucho más agresiva de Washington?La agudización de la crisis de Ucrania -uno de los pivotes geopolíticos más importantes del planeta, dado que allí confluyen y se enfrentan directamente los intereses estratégicos de EEUU, Rusia y Alemania- ha dejado de ser un conflicto local para convertirse en un tablero de juego donde se está dirimiendo, o al menos se está dibujando, la correlación de fuerzas, los sistemas de alianzas y la consistencia de los proyectos de algunas de las principales potencias mundiales. Para Rusia es vital retener de alguna forma a Ucrania bajo su esfera de influencia, impidiendo su incorporación a la OTAN, frenando una excesiva ‘fluctuación’ de Kiev hacia la Unión Europea e imponiendo al país una estructura federal que le permita al menos, mediante su dominio sobre las regiones orientales, mantener neutralizado su alineamiento. » La agudización de la crisis de Ucrania ha dejado de ser un conflicto local» Y no ya por Ucrania misma, sino por la proyección que ésta le otorga a su proyecto más ambicioso. El de alcanzar una especie de asociación estratégica con una Alemania más independiente y menos anclada a EEUU, como paso previo para negociar desde una posición de mayor equilibrio con la superpotencia la formación de un triunvirato Washington-Berlín-Moscú.
El establecimiento de un directorio rector así significa para los estrategas del Kremlin la restauración del prestigio y la influencia pérdidas por Rusia como gran potencia mundial -alianza que tampoco descartan algunos destacados miembros del establishment norteamericano como Bzrezinski- a cambio de ofrecerse a contrapesar la emergencia y el lento pero gradual e imparable ascenso de China. Tanto la agudización del declive norteamericano y las vacilaciones de Obama en su política exterior, como el continuo fortalecimiento de Alemania como cabeza suprema de la UE y sus tensiones crecientes con Washington han abonado la audacia -no exenta de aventurerismo- de Putin en los últimos tiempos para tratar de avanzar brusca y unilateralmente en esta dirección. Pero alterar de tal modo el estatus quo internacional, intentando además forzar a EEUU y subiéndose por encima de su liderazgo en este terreno, no es tarea fácil, mucho más cuando para respaldarlo Putin no dispone más que de abundantes recursos energéticos y un formidable arsenal nuclear que, como puso de manifiesto la Guerra Fría, sólo tiene un relativo valor cuando todo el mundo sabe que no puedes usarlo más allá de su valor simbólico. Y cuando tiene además enfrente una superpotencia cuyo poder y capacidad de actuación va bastante más allá de las dudas y vacilaciones de un inquilino pasajero de la Casa Blanca. Y que aunque es consciente de su pérdida de peso y su acelerado declive, ni lo acepta fácilmente ni parece saber muy bien como manejarse esta situación. Lo que le vuelve un actor muy peligroso y dado a desatar agudos choques y conflictos de difícil resolución en sus intentos de detener lo inevitable.