Hace poco más de 100 días, Maria Dolores de Cospedal se postulaba como una de las grandes favoritas para ser la líder del PP. Ahora, merced a los audios del excomisario Villarejo Cospedal ha abandonado primero la ejecutiva del PP, y después su acta de diputada. Junto a ella, los cuadros más significativos de la «era Rajoy» han desaparecido en tiempo récord de la primera línea política.
Las revelaciones desde la cárcel del ex-comisario Villarejo siguen soltando zambombazos en la política nacional. Si hace pocas semanas ponían en un brete a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, que también fue grabada por este personaje, ahora le ha llegado el turno de «recibir» a la que hace pocos meses era ministra de Defensa, además de controlar buena parte de las estructuras organizativas regionales del Partido Popular en su condición de Secretaria de Organización: Maria Dolores de Cospedal.
Los audios difundidos por el comisario de las cloacas muestran a Cospedal y su marido, Ignacio López del Hierro, hablando con el comisario, entonces en activo, sobre el caso Gürtel. La conversación saca a colación el famoso «pendrive (lápiz de memoria)» del contable de la trama que «sería mortal para los intereses del Partido», dice Villarejo. Las grabaciones muestran que Cospedal pidió investigar a un compañero de partido, Javier Arenas, sobre su relación con Bárcenas; y al hermano del anterior ministro del Interior y ex-lider socialista, Alejandro Pérez Rubalcaba, «un punto débil» para utilizarlo.
Al salir a la luz las conversaciones de estas reuniones clandestinas en planta noble de la sede de Génova, Cospedal acabó por dimitir de la directiva del PP, aunque conservando su acta de diputada. Algo que le permitía mantener su aforamiento ante una eventual investigación por corrupción, además de retener una jugosa retribución de más de 6.200 euros mensuales. Pero la presión dentro del Partido para que dimitiera ha vencido su resistencia a «dimitir en fases» o «en diferido», y dos días después entregó su acta de diputada.
Siete meses después de la dimisión de la expresidenta de Madrid Cristina Cifuentes, las grandes figuras del «marianismo» dentro del PP han desaparecido. En apenas 200 días cuadros como el mismo Mariano Rajoy, Cifuentes, Soraya Sáenz de Santamaría… y ahora Cospedal se han retirado -o más bien han sido obligados a retirarse- de las primeras filas de la escena. Algunos de ellos parecían ser activos políticos con una gran proyección y potencial de futuro, destinados a tomar las riendas cuando se jubilara el gallego. Pero no ha sido así.
En España estamos asistiendo a un cambio -controlado y «desde arriba»- del modelo político. El antiguo modelo bipartidista ha sido agrietado y hecho inservible por la irrupción del fuerte viento popular que se levantó en España a raíz de la crisis y la degradación de las condiciones de vida y trabajo del 90%.
Ese vendaval de protestas erosionó el bipartidismo, haciendo que PP y PSOE, que antes de la crisis acaparaban el 80% de los votos, vieran caer su despensa electoral por debajo del 50%. Paulatinamente, en un ciclo electoral donde el PP se vió duramente castigado (pasando de tener casi 11 millones de votos a obtener 7,9 millones), se dió paso a una situación de fragmentación parlamententaria en la que hay cuatro partidos centrales (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos), ninguno de los cuales tiene más del 30% de los votos. La gobernabilidad queda sujeta a un sistema móvil de pactos y negociaciones entre ellos.
Al mismo tiempo, las exigencias de regeneración democrática de la mayoría social progresista han obligado a proceder a una renovación de la clase reinante, a la sustitución de la «vieja casta política» por una nueva, ampliable a las élites del Estado. Fue la Corona quien inició el proceso, con la llegada al trono de Felipe VI. A él le siguió un recambio de todos los líderes de los principales partidos, a izquierda y ahora a derecha, que ya pertenecen a la generación “post transición”.
El PP había sido, hasta hace poco, la pieza más refractaria a la «operación renove» de la casta política. El ascenso de Pablo Casado -una opción con influencias aznaristas que parece buscar una mayor cercanía con la línea Trump- es un elemento de esta renovación (aunque suene paradójico). Pero también es necesario apartar -de grado o por la fuerza- a los miembros de la «vieja guardia» de Génova. Este es el papel que objetivamente han cumplido en este caso las grabaciones con olor a cloaca de Villarejo.