La victoria de Alianza País en Ecuador, los enfrentamientos en Paraguay, la oleada de movilizaciones en Argentina o el resurgir del sentimiento antiimperialista en México tras la victoria de Trump son síntomas de que la marea antihegemonista no está muerta.
A lo largo de los últimos 15 años ha habido 25 elecciones presidenciales en 7 países (Venezuela, Bolivia, Uruguay, Nicaragua, Argentina, Brasil y Ecuador), y solo una vez las fuerzas oligárquicas y prohegemonistas han ganado en las urnas. Macri en Argentina es la excepción que confirma la regla. Lo de Brasil es caso aparte pues de lo que se trató no fue una victoria electoral sino un auténtico golpe de Estado parlamentario, al igual que en Honduras o Paraguay. En el resto de ocasiones, los candidatos de Washington no lograron obtener los votos suficientes para ser elegidos presidentes. El último, el banquero ecuatoriano Guillermo Lasso derrotado nuevamente, 4 años después, por la Revolución Ciudadana de Rafael Correa y Lenin Moreno.El pueblo ecuatoriano ha dicho que ni un paso atrás en el camino emprendido de recuperación de la soberanía nacional y en defensa de los grandes avances económicos
Los dos mandatos de Obama se han caracterizado por un agresivo retorno de las técnicas de subversión e injerencia de Washington en lo que EEUU ha considerado históricamente su patio trasero. Dirigiendo sucias y salvajes campañas de intoxicación, difamación y manipulación desde los medios de comunicación, utilizando supuestas organizaciones de la “sociedad civil” para crear un clima de inestabilidad y enfrentamiento, organizando a sus fuerzas para protagonizar lo que no pueden considerarse sino verdaderos “golpes blandos” utilizando arteros mecanismos jurídicos, la contraofensiva norteamericana ha conseguido en los últimos 8 años derribar a los gobiernos antiimperialistas de Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay, Cristina Kichner en Argentina y Dilma Roussef en Brasil. Impulsar la victoria de la oposición parlamentaria en Venezuela o ganar el referéndum del pasado año en Bolivia.
Cuando muchos, ante esta sucesión de avances y recuperación del poder por parte de las fuerzas oligárquicas y prohegemonistas consideraron que el “ciclo de gobiernos progresistas” había llegado a su fin, la victoria de Alianza País en Ecuador pone de manifiesto que las fuerzas de resistencia a la contraofensiva yanqui siguen siendo lo suficientemente fuertes para plantarles cara e infringirle nuevas derrotas. El pueblo ecuatoriano ha dicho que ni un paso atrás en el camino emprendido de recuperación de la soberanía nacional y en defensa de los grandes avances económicos y conquista de derechos sociales. Y al hacerlo, marca el camino al resto de pueblos y países del continente.
Un camino, que con sus necesarios traspiés, con los inevitables zigzagueos y retrocesos coyunturales, con los lógicos errores de todo lo que está en desarrollo en la búsqueda del progreso para las mayorías, la redistribución de la riqueza, la defensa de la soberanía y la conquista de la independencia nacional, sigue siendo, de fondo, la corriente principal que impulsa al continente.
Una corriente principal que no se traduce sólo en la urnas. Sino también en el auge de la movilización y la organización popular.
Tras las masivas movilizaciones de los últimos meses, los sindicatos argentinos han convocado para las próximas semanas una jornada de huelga general contra el tarifazo, la reforma laboral y el despido libre aplicados por Macri que han conducido a un empobrecimiento generalizado de las clases populares a una velocidad insólita. De seguir así, veremos si De la Rúa es el único presidente argentino obligado a huir de la Casa Rosada en helicóptero.
En Paraguay, el intento del presidente Horacio Cartes de modificar a las bravas la Constitución para permitir su reelección ha desatado una oleada de movilizaciones que finalizaron la pasada semana con un intento de asalto al parlamento.
Mientras, en Brasil no cesan las manifestaciones y denuncias contra el presidente Michel Temer, inductor mediante una artimaña jurídico-parlamentaria de la caída de Dilma Roussef y ahora acusado de corrupción y financiación ilegal por parte de las dos mayores empresas brasileñas –la petrolera Petrobrás y la constructora Odebrecht– de sus campañas electorales.
El retorno al gobierno de las fuerzas prohegemonistas está suponiendo una vuelta al legado más penoso y salvaje de las políticas neoliberales que arrasaron el continente en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado. Frente a ellas, y con toda la experiencia de lucha acumulada, se levantan ahora las fuerzas populares. Frente al pesimismo y la desesperanza de algunos, esta es la irresistible tendencia principal.
Como dice Marx de las revoluciones proletarias del siglo XIX, también las mareas antihegemonistas en Iberoamérica “se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la inmensa enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Aquí está Rodas, salta aquí!”.