«Según la secretaria de Estado, «un telón de información» estaría por abatirse sobre una buena parte del mundo en referencia clara a la censura que ejerce el régimen chino sobre la red, aunque si no hubiera hablado en términos estratégicos, hubiera sido más propio referirse a una gran muralla.»
La que fue única suerpotencia en un mundo unipolar después de la caída del comunismo ha quedado transformada en gran potencia en un universo en el que China aspira a una posición paritaria con Estados Unidos. Washington ya no puede dictar su ley. Tiene ahora enfrente a una potencia con la que debe medirse (EL PERIÓDICO) EL PAÍS.- Desde hace meses circula profusamente por la Red un artículo publicado por Simon en la Atlantic Monthly, titulado "El golpe de Estado silencioso", cuya tesis es que la industria financiera americana ha capturado a la Casa Blanca, lo que explica su poder y lo ocurrido desde el verano de 2007. La reacción de Obama, plantando cara en sus declaraciones a los grandes banqueros, no sólo se entiende por las dificultades de los demócratas tras perder el control del Senado, sino por la sensación generalizada acerca del poder sin límites de la banca y por el mal uso de ese poder, a pesar de haber sido multimillonariamente ayudada con dinero público, liquidez sin cuento, avales y compras de activos. EXPANSIÓN.- La comprometida situación de Grecia, con un déficit fiscal que ronda el 12,7% de su PIB y una deuda pública del 113%; las dudas de Jean-Claude Trichet y Angela Merkel sobre la solidez de la recuperación en Europa, y la existencia de un informe del BCE en el que se evalúan las consecuencias de una hipotética expulsión o retirada del euro de un Estado miembro (¿actitud preventiva o aviso a navegantes?) han azuzado el debate acerca de la consistencia de la moneda única y sobre cómo se ha construido –y se edifica– la Unión Monetaria. Editorial. El Periódico Conflicto entre China y EEUU Hay quien habla de una nueva guerra fría, y la propia Hillary Clinton rememoró el telón de acero que dividió en dos el mundo en la segunda mitad del siglo XX en su discurso sobre la libertad de internet. Según la secretaria de Estado, «un telón de información» estaría por abatirse sobre una buena parte del mundo en referencia clara a la censura que ejerce el régimen chino sobre la red, aunque si no hubiera hablado en términos estratégicos, hubiera sido más propio referirse a una gran muralla. En el origen del discurso estaba el ciberespionaje de empresas tecnológicas estadounidenses, en particular Google. Estos ciberataques constituyen uno de los puntos más conflictivos y delicados de las relaciones entre los dos países que, bajo el nombre de G-2, reciben la consideración de ser el verdadero eje de poder de hoy en día. A un paso de convertirse en la segunda economía del mundo y de abandonar definitivamente el carácter de potencia regional para pasar a serlo mundial, China no solo necesita la censura para mantener en pie el régimen de partido único. Necesita información, mucha información –tecnológica, científica y militar–, de lo que están investigando y produciendo las compañías más avanzadas, en buena parte estadounidenses, para alimentar su imparable crecimiento económico. Y no es solo Google el objeto de la curiosidad insaciable de Pekín. La que fue única superpotencia en un mundo unipolar después de la caída del comunismo ha quedado transformada en gran potencia en un universo en el que China aspira a una posición paritaria con Estados Unidos. Washington ya no puede dictar su ley. Tiene ahora enfrente a una potencia con la que debe medirse. Los norteamericanos se quejan de la infravaloración del yuán, y Pekín les acusa de proteccionismo comercial, mientras en la Organización Mundial de Comercio se acumulan las quejas al respecto. Además de estos conflictos económicos y comerciales, la geoestrategia es también un terreno de choque entre las dos potencias. Taiwán, la gran reclamación histórica de Pekín, sigue siendo un punto de serio conflicto, en particular cuando EEUU no deja de armar a la pequeña isla, en tanto que China usa su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para frenar iniciativas de Washington sobre su política en relación con Irán. En el G-2 no hay armonía, pero ambos países se necesitan; uno más que otro. Y este uno es EEUU. EL PERIÓDICO. 25-1-2010 Opinión. El País Golpe de Estado silencioso Joaquín Estefanía Simon Johnson es un prestigioso economista norteamericano que da clases en la escuela de negocios del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Nada izquierdista, fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional y acaba de publicar un libro, aún no editado en España, titulado 13 banqueros que es una de las críticas más despiadadas a la banca de inversión desde el corazón del sistema, por su papel en la crisis financiera. Desde hace meses circula profusamente por la Red un artículo publicado por Simon en la Atlantic Monthly, titulado "El golpe de Estado silencioso", cuya tesis es que la industria financiera americana ha capturado a la Casa Blanca, lo que explica su poder y lo ocurrido desde el verano de 2007. La reacción de Obama, plantando cara en sus declaraciones a los grandes banqueros, no sólo se entiende por las dificultades de los demócratas tras perder el control del Senado, sino por la sensación generalizada acerca del poder sin límites de la banca y por el mal uso de ese poder, a pesar de haber sido multimillonariamente ayudada con dinero público, liquidez sin cuento, avales y compras de activos. La hartura ciudadana, en medio de una larguísima recesión que conlleva altas tasas de paro y un empobrecimiento de las clases medias, es cada vez más explícita. Si existe un ámbito en el que la protección al consumidor es necesaria es en el de los ahorros de los ciudadanos, en los recursos que disponen ante un futuro incierto. Muchos no han entendido que el Estado, habiendo entrado mayoritariamente en el capital de las entidades para salvarlas de la quiebra, no haya ejercido a continuación los derechos políticos de las acciones que había adquirido, para evitar los abusos salariales, el riesgo especulativo desmedido, la altanería y falta de autocrítica de sus presidentes en las comparecencias parlamentarias, y la falta de crédito. Aunque restan concreciones y un calendario explícito para las reformas del sistema financiero y de los mecanismos de regulación, Obama ha anunciado tres grandes ideas fuerza, más allá del fortalecimiento de la Reserva Federal como principal institución reguladora: primero, un impuesto sobre el pasivo, con el objeto de recuperar hasta el último céntimo del dinero público aportado a la banca para su supervivencia; segundo, la separación de las actividades comerciales y de inversión de la banca, recuperando la idea de la ley Glass-Steagall (aprobada en medio de la Gran Depresión), que fue abolida por la Administración Clinton, lo que demuestra que no sólo los republicanos activaron la desregulación financiera que llevó al desastre. Por último, el troceamiento de las entidades más grandes, aquellas a las que no se puede dejar quebrar so pena de riesgo sistémico; muchos economistas han abierto un debate muy interesante: por qué tienen que ser privadas aquellas instituciones que no pueden caer y han de ser apoyadas por las muletas públicas en caso de riesgo. La reacción política de Obama, que ha sido apoyada por los dirigentes europeos, sean éstos de extracción socialdemócrata o conservadora, y por la opinión pública mayoritaria, se sustenta en los últimos abusos de la industria financiera: en cuanto las entidades han vuelto a los beneficios supermillonarios han recuperado las prácticas del pasado basadas en una innovación financiera desaforada, con operaciones opacas y fuera del balance; los escandalosos bonus récord a sus ejecutivos, en un momento en que se exigen sacrificios salariales al resto de los ciudadanos; y, sobre todo, la ausencia de líneas de crédito suficientes para empresas y familias. A ello se le ha unido un elemento coyuntural, pero de claro valor pedagógico: el cobro de comisiones a las transferencias de solidaridad con los afectados del terremoto de Haití (que también se manifestó durante los primeros días en los bancos españoles). En el fondo de este debate subyace el viejo dilema ya planteado por Max Weber sobre quién manda en última instancia en el mundo de la economía: los representantes elegidos por los ciudadanos o el planeta de los negocios. La hegemonía de la política o de la economía. La gobernanza en tiempos de la globalización. EL PAÍS. 25-1-2010 Editorial. Expansión Nuevas grietas en la Europa del euro La comprometida situación de Grecia, con un déficit fiscal que ronda el 12,7% de su PIB y una deuda pública del 113%; las dudas de Jean-Claude Trichet y Angela Merkel sobre la solidez de la recuperación en Europa, y la existencia de un informe del BCE en el que se evalúan las consecuencias de una hipotética expulsión o retirada del euro de un Estado miembro (¿actitud preventiva o aviso a navegantes?) han azuzado el debate acerca de la consistencia de la moneda única y sobre cómo se ha construido –y se edifica– la Unión Monetaria. Los acontecimientos han puesto en entredicho la eficacia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, creado a finales del siglo pasado (y reformado posteriormente), con la misión de velar por el cumplimiento de la disciplina presupuestaria en la Europa del euro. Probablemente, nadie contaba con que un país miembro falseara sus cifras de déficit y deuda en los últimos años, como ha hecho Grecia, pero es evidente que las instituciones comunitarias fueron incapaces de detectar, y aún menos prevenir, dichas irregularidades. El episodio griego y el fuerte deterioro sufrido por otras economías de la zona, como España e Irlanda (aunque la situación de ambas no es, afortunadamente, comparable con la griega), han llevado a algunos a cuestionarse incluso si no fue una equivocación incorporar en su momento a determinados países a la Unión Monetaria, recelo que gana intensidad ante el palpable deterioro de la convergencia fiscal y los fuertes desequilibrios económicos entre unos y otros Estados miembros. Es evidente que la recesión ha agrandado las grietas de la UE, pero también que éstas son previas al inicio de la tormenta, fruto quizás de no haber ponderado bien los riesgos de crear una Europa de 27 miembros donde las diferencias eran -y son- muy acusadas, y en la que el esfuerzo para converger de muchos de sus socios implica, inevitablemente, el aumento del gasto presupuestario para afrontar las reformas necesarias (infraestructuras, energía, educación, mercado laboral…). Pese a las dificultades, no parece que el abandono o la exclusión del euro de un país miembro sea, a día de hoy, un riesgo cercano. Una eventual expulsión constataría el fracaso de la Unión Monetaria, mientras que una salida voluntaria tampoco se antoja probable dado el elevado coste que representaría para quien la afrontase, sin menospreciar el alto precio que, en términos de ajuste económico y desgaste social, implica para algunos seguir dentro. De ahí que el mayor riesgo sea, tal vez, la prolongación de una Europa a varias velocidades, desequilibrada, y que avance renqueante hacia un futuro incierto. EXPANSIÓN. 25-1-2010