En un célebre ensayo que lleva por título precisamente «Cómo leer y por qué», el gran crítico literario y ensayista neoyorquino Harold Bloom se enfrenta directamente a la pregunta ¿por qué leer?, que en nuestro tiempo lleva implícita otra pregunta, ¿por qué seguir leyendo, en una sociedad como la actual, prácticamente virtual, y saturada de ficciones, a las que podemos acceder de forma prácticamente gratuita y sin el menor esfuerzo?
Bloom, que es un oderoso defensor de la lectura a la vez que un ardiente defensor de la calidad literaria (se le conoce especialmente por la defensa de un “canon”, en el que Shakespeare y Cervantes ocupan, por así decirlo, la cumbre), no se toma la cosa a la ligera y emplea toda su artillería en defensa de lo que considera “más una praxis personal que una empresa educativa”.Bloom es un individualista nato, por lo que considera todos los argumentos que emplea a la luz del mero “beneficio personal”. A la luz de ello esgrime su primer argumento: leemos, dice, para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses. Este proceso de maduración y de aprendizaje, afirma, “nos hace sentir placer”, y es por ello por lo que tantos “moralistas sociales” (empezando por Platón y acabando por el último de los puritanismos y fanatismos actuales) acaban reprobando siempre los valores estéticos.Ese “placer”, dice Bloom, es el que suele estar ausente de la lectura cuando se lleva a cabo por motivos profesionales o puramente académicos. Y “placer”, no se debe entender en un sentido pura ni estrictamente hedonístico. Y lo ejemplifica con toda claridad: abrirse a una confrontación directa con Shakespeare en sus momentos más fuertes (como sería el caso de “El rey Lear”) nunca es un placer fácil, ni en la juventud ni en la vejez, y, sin embargo –afirma– “no leer El rey Lear plenamente es ser objeto de fraude cognoscitivo y estético”. Es hurtar –o hurtarse– un experiencia clave para “madurar”.¿Qué pasa hoy? Que la niñez pasada en gran medida mirando la televisión se suele proyectar en una adolescencia frente al ordenador, con lo que la universidad (no olvidemos que Bloom es también un profesor universitario) recibe a un estudiante difícilmente capaz (y aún menos dispuesto) a acoger “la sugerencia de que debemos soportar tanto el haber nacido como el tenemos que morir”, es decir, de madurar.Compartamos o no esta pieza esencial de su argumentario, con la que Bloom trata de enfrentarse a la doctrina “historicista” (que ve lo literario como un mero signo de los tiempos, lo que invalidaría leer a Cervantes a menos que quisiéramos saber lo que ocurría a principios del siglo XVII), lo mejor del ensayo de Bloom viene cuando abandona el campo de las reflexiones generales para meterse directamente en harina: es decir, cuando pone a disposición del lector su propia experiencia, ofreciendo lecturas detalladas y generosas de una amplia selección de textos del “canon occidental” tanto en el campo del cuento, como de la novela, las obras teatrales y la poesía. Incluye también una selección y lectura de las que, a su juicio, son siete de las mejores novelas de la literatura norteamericana.Aunque la selección está, a mi juicio, excesivamente “sesgada” o “escorada” hacia lo anglosajón, la “muestra” elegida es suficientemente representativa y muy sugerente. Del ámbito hispano, Bloom elige significativamente una novela, “El Quijote”, “la primera y la mejor de todas”, dice, y dos cuentos de Borges.En todo caso el ensayo es una excelente guía de lectura, que merece la pena seguir casi al pie de la letra. Y también puede ser un puente para escapar de ese “agobio” actual –tan bien recogido en un reciente artículo de prensa de Javier Marías– que empieza a generar un cierto cúmulo de lectores que anda todo el día espetando “¿Pero has leído lo último de…?”. Sin una buena inmersión permanente en los clásicos es díficil mantener vivo el verdadero “placer” de leer.