Durante varios días, los medios de comunicación de medio planeta nos han contado minuto a minuto el intento de rescate de los cinco tripulantes del batiscafo «Titán», que se sumergió en visita turística al pecio del Titánic. Tras buscarlos durante días con todo tipo de medios marítimos, aéreos y satelitales, se supo su terrible destino: una implosión a gran profundidad acabó con sus vidas.
Casi al mismo tiempo, las noticias nos informaban -como un suceso más de la interminable lista de tragedias migratorias entre África y Europa- de la muerte de más de 600 personas, incluidas cientos de mujeres y niños, del pesquero Andriana en aguas griegas, un naufragio ocurrido bajo la terrible sospecha de inacción por parte de la Guardia Costera helena.
Y en la misma semana ocurría un nuevo naufragio en la mortífera ruta migratoria entre África y Canarias, con el hundimiento de una pequeña embarcación hinchable con cerca de 60 personas a bordo. Tras doce horas pidiendo auxilio, Salvamento Marítimo español -que tenía un buque a una hora de la lancha- decidió derivar el caso a sus homólogos marroquíes, que llegaron demasiado tarde. El caso está siendo investigado por el Defensor del Pueblo.
Tres tragedias en alta mar, pero dos tratamientos radicalmente diferentes. Dos tipos de «urgencia» y de cantidad y calidad de medios movilizados. La vida humana no tiene el mismo precio para los organismos de rescate marino según la cuenta corriente -y la clase social- de los naúfragos.
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Titán: un rescate millonario para aventureros millonarios
Cinco personas se embarcaron en el sofisticado batiscafo «Titán», para visitar los restos del mítico Titanic, hundido en 1912 a más de 4.000 metros de profundidad, donde la columna de agua ejerce presiones descomunales en medio de la más absoluta oscuridad. Cada viaje costaba 250.000 dólares, y además del CEO de la compañía de turismo de lujo, en el submarino siniestrado -ahora se sabe que algo provocó la implosión de la nave, matando a sus tripulantes en el acto- viajaban el millonario británico Hamish Harding y el explorador submarino francés Paul-Henri Nargeole, además de dos miembros de las familias más ricas de Pakistán, el empresario Shahzada Dawood (48 años), afincado en Londres y amigo del Rey Carlos de Inglaterra, y su hijo Suleman (19).
Cientos o miles de millones de dólares invertidos en una -desgraciadamente- infructuosa operación de salvamento submarino. Pero ¿acaso la vida de cualquier ser humano no vale eso, y mucho más?
Una hora y 45 minutos tras su inmersión, se perdió la comunicación con el batiscafo. Pocas horas después, la Guardia Costera de Canadá dió la alerta, y comenzó un enorme despliegue -con arcos, aviones y drones de Canadá, EEUU y Francia- y una cobertura mediática planetaria, minuto a minuto.
Cientos o miles de millones de dólares invertidos en una -desgraciadamente- infructuosa operación de salvamento submarino. Pero ¿acaso la vida de cualquier ser humano no vale eso, y mucho más?. Pues parece que en este caso -tal y como dictaría cualquier brújula moral- sí, pero que en otros naufragios… no.
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Grecia: 750 náufragos dejados a su suerte delante de la Guardia Costera
También eran pakistaníes -pero desde luego, no millonarios- al menos la mitad de los 750 tripulantes del atestado pesquero Andriana, un maltrecho navío que había partido el 10 de junio de Tobruk, Libia, un país convertido en base de operaciones de la inmigración irregular dada la situación de inestabilidad en la que está sumido desde que EEUU y la OTAN decidiera reducir a escombros el país en 2011. Este país es uno de los puntos de partida de una de las rutas migratorias más mortales del planeta, la del Mediterráneo Central, donde los migrantes son sometidos a tratos inhumanos -incluidas torturas, violaciones y trabajo esclavo- por parte de las facciones militares y los señores de la guerra que se disputan los despojos de Libia.
El destino del Andriana y de sus miserables tripulantes -que habían pagado cientos de euros, logrados a través de incontables sacrificios, por un pequeño rincón del barco- era Italia, pero atravesaron primero las aguas griegas, donde las dificultades les obligaron a pedir auxilio a los guardacostas helenos el 13 de junio, a las 10 de la mañana
Las autoridades griegas aseguran que ofrecieron ayuda y fue rechazada, pero los supervivientes cuentan otra cosa. Finalmente, ya por la noche, una patrullera de la Guardia Costera griega se acercó al Andriana, donde comprobó la extrema y agobiante masificación del navío, así como las señales de zozobra del barco, y entregó algo de agua y alimentos.
A partir de este punto, en la medianoche del 14 de junio, catorce horas después de la primera alerta, la versión de las autoridades griegas es puesta en duda por algunos supervivientes y por investigaciones periodísticas. Según el gobierno de Atenas, el capitán del barco insistió en seguir el viaje hasta las costas italianas, y los guardacostas se limitaron a escoltarlo. Pero poco después de la medianoche, los motores se pararon y el barco se hundió en cuestión de minutos, salvándose sólo 104 tripulantes. Todas las mujeres y niños, que iban apiñados en las bodegas, perecieron ahogados. La ONU cifra en más de medio millar las víctimas mortales
Las vidas de los miserables tripulantes del Andriana no eran lo suficientemente caras como para organizar un rescate como el del Titán.
Algunos de los supervivientes, así como una investigación de la cadena británica BBC, han ofrecido una versión bien diferente de la de la Guardia Costera de Grecia: los guardacostas no se limitaban a escoltar el barco, sino que intentaron remolcarlo y esa maniobra precipitó el hundimiento. Y los datos de la geolocalización del Andriana indican que la embarcación estuvo al menos siete horas detenida, sin que nadie evacuara a una tripulación en peligro mortal.
Las vidas de los miserables tripulantes del Andriana no eran lo suficientemente caras como para organizar un rescate como el del Titán.
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Canarias: que se encargue Marruecos
El mismo día de la tragedia del Andriana, en la ruta hacia Canarias tenía lugar otro naufragio con el mismo e indignante tufo «de clase».
A 150 km de las costas del archipiélago, una patera hinchable con 60 vidas a bordo emitió durante doce horas una llamada de auxilio que según Helena Maleno, de Caminando Fronteras, fue deliberadamente ignorada por Salvamento Marítimo, a pesar de que las aguas desde las que emitía el SOS eran españolas, y que había un navío de rescate a menos de una hora de distancia del naufragio. El centro de coordinación decidió que fuera Marruecos quien se hiciera cargo del rescate, y las fuerzas marroquíes llegaron a la patera doce horas más tarde.
El resultado: una niña pequeña, de entre cinco y ocho años, y un hombre, habían muerto ya. La demora, o la criminal displicencia de quienes tenían en sus manos salvarles sin perder ni un segundo, les costaron la vida.
“Cuando España sabe de la situación de riesgo de estas personas en la zona Canaria, presiona a Marruecos para hacer rescate, pero Marruecos, aunque acepta porque tiene interés en esas aguas, muchas veces no acude. Hoy está muy claro: el responsable de estas muertes es el Estado español. Tuvieron horas esta gente sin ninguna coordinación de rescate activa”, denuncia Maleno. Los audios -publicados por la Cadena Ser y eldiario.es- confirman la versión de la ONG Caminando Fronteras.