Recientemente el académico de la RAE José Manuel Sánchez Ron escribió un artículo de opinión en la prensa nacional llamando a que España «proponga y lidere un proyecto de cooperación en investigación científica con las naciones hispanoamericanas» para romper el marasmo general en el que está inmerso el país.
Y para justificarlo, echó mano de una acertada cita de Bernardo Houssay (Premio Nobel de Medicina en 1947): “El desarrollo científico es condición de libertad, sin él se cae en el colonialismo político, económico y cultural; además se vive en la pobreza, ignorancia, enfermedad y atraso. Estamos en una era científica y la ciencia es cada vez más importante en la sociedad y rinde más y mejores frutos. Es indispensable su cultivo para que un país tenga bienestar, riqueza, poder y aun independencia”.
El académico afirma que el futuro científico (por ende económico) de España está en arrimarse a aquella parte del mundo emergente con el que mayores lazos culturales e históricos tenemos. Comparto que es en ese mundo, y no en el de las viejas potencias al que estamos anclados (encadenados), donde residen nuestras potencialidades para investigar y crecer. Y añado; sólo desde la independencia de la que habla Houssay, desde la soberanía nacional que ha permitido el milagro emergente, es posible un acercamiento verdadero. Con todas las consecuencias. Uno no se puede acercar a un planeta en ebullición si no está dispuesto a quemarse.
La ebullición
Mientras la calidad de la ciencia española ha mejorado notablemente en las últimas décadas, su distancia relativa con las grandes potencias de las que depende ha aumentado. Grandes multinacionales empiezan a pujar directamente por departamentos de investigación pública degradados por los recortes. Por el contrario, la autonomía respecto a EEUU ha permitido a los países emergentes en su conjunto disminuir esta distancia relativa. Argentina, por poner por caso, supera hoy a España en esfuerzo en I+D. Algo impensable hasta 2003.
Más allá del ámbito “familiar” de Hispanoamérica, el mundo científico está viviendo una auténtica revolución en la última década cuyo rasgo principal es el cuestionamiento creciente de la hegemonía científica de la Tríada EEUU-Europa-Japón por parte de los países emergentes, encabezados por China. Ya antes de la crisis Asia pasó del 27 al 32% de la inversión mundial en ciencia entre 2002 y 2007 (impulsada por China). En este mismo periodo, las tres viejas potencias en I+D retrocedieron. En 2002 el 83% de la I+D se llevaba a cabo en los países desarrollados, mientras que en 2007 ese porcentaje se cifró solamente en un 76%. Sobernía, la clave
El factor dirigente de este cambio es la soberanía nacional. Tener en manos nacionales la capacidad real de decidir donde se invierte la riqueza del país y de desarrollar conocimiento autóctono. Y remarco real, no formal. Bajo la dependencia política de las grandes potencias la ciencia de los ahora emergentes no era (como lo es actualmente en España) sino “sucursal” de las actividades de investigación de las primeras. Con la autonomía política están desarrollando una auténtica expansión científica y tecnológica autónoma, acortando distancias en todos los terrenos, industrial y científico-tecnológico, con sus antiguas metrópolis. Podemos ver ya multinacionales chinas, brasileñas, indias… irrumpiendo en sectores que requieren alta tecnología, como la automoción, los bienes de consumo o la industria aeroespacial. «En el mundo emergente residen nuestras potencialidades para investigar y crecer»
La Tríada se enfría
Los números son arrolladores en cualquiera de los parámetros que escojamos. En el terreno de las publicaciones científicas, la proporción de ellas producida en las viejas potencias pasó del 84% en 2002 al 75% en 2008. El porcentaje de producción científica mundial norteamericana ha sufrido la caída más importante de todas. La proporción de las publicaciones producidas por China y su porcentaje de producción científica se multiplicó por más de dos entre 2002 y 2008, pasando del 5 al 10%. El número de artículos en revistas científicas de calidad con al menos un autor chino se ha multiplicado por 100 en los últimos 15 años. El porcentaje de producción científica en América Latina pasó del 3,8% al 4,9%, gracias sobre todo a Brasil, donde las publicaciones se han triplicado en los últimos 10 años, en consonancia con el gran aumento de población universitaria y doctores que se da a partir de la subida al poder de Lula en 2003. Por mucho que en términos absolutos siga habiendo una hegemonía de las viejas potencias en la mayor parte de parámetros científicos, las cifras en su movimiento proyectan una redistribución del poder mundial. También en el terreno científico-tecnológico. Aunque en cuestión de patentes y en atracción de mano de obra especializada (fuga de cerebros) la Tríada mantiene su liderazgo en términos absolutos y relativos, es sólo cuestión de tiempo que las naciones emergentes blinden a través de incentivos que sus científicos se queden y que los emigrados regresen. Brasil, un ejemplo
En 2010, siete años después de su victoria, Lula dio un nuevo salto en el crecimiento de la economía brasileña que motorizara un salto en “la generación, absorción y utilización de conocimientos científicos y tecnológicos», la industrialización y la justicia social a 15 ó 20 años vista. Lula planificó invertir los ingresos de la explotación de las cuantiosas reservas petroleras de mar profundo en el desarrollo científico y tecnológico del país. La inyección de 53.000 millones de dólares adicionales en Petrobras para aumentar su capacidad de inversiones requirió de un golpe legislativo en materia petrolera, para aumentar el control del estado brasileño sobre las enormes reservas petroleras halladas bajo un profundo manto de sal frente a las costas del país. Cambió el sistema de concesiones a las multinacionales extranjeras por un sistema de “coparticipación” en la producción. Petrobras obtendría de esta forma los recursos necesarios para que el estado brasileño multiplicara sus inversiones estratégicas. «La clave de multiplicar las inversiones científicas en Brasil fue adueñarse de sus recursos»Hasta 2010 las inversiones en Investigación y desarrollo interno permitíió aumentar el número de becas concedidas por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (de 65.000 en 2006 a 95.000 en 2010); crear 1.200 centros vocacionales tecnológicos, 1.200 incubadoras de empresas de tecnologías sociales y 2.000 nuevos telecentros; fortalecer las Olimpiadas de Matemáticas, con la participación de 24 millones de alumnos; y dar 10.000 becas de enseñanza media. Toda una inyección contra el fracaso escolar.Recetas y recetas
Mientras los países sometidos a las recetas del FMI y la UE tienen que renunciar a sus fuentes estratégicas de creación de riqueza, a su autonomía en política económica y científica, al 50% de las rentas de la gran mayoría de su población, a sus servicios sociales básicos… los países emergentes han tomado el camino contrario. Y esa es la receta que necesita España. De lo contrario, la creciente tendencia es a que EEUU, cuyas empresas recortaron sus presupuestos en I+D entre en un 5% y un 25% en 2009, y Alemania, se apropien a bajo precio de la economía y la estructura científica de los países dependientes como el nuestro, hundiéndonos todavía más en el marasmo y la dependencia de aquellos sectores en los que nuestros “acreedores” invierten. La creciente especialización de Francia o Alemania en ciencias de la Tierra y ciencias espaciales, a las que EEUU y Reino Unido añaden la investigación biomédica y la medicina clínica, contrasta con la diversificación de los campos en el mundo emergente (Rusia está muy especializada en física, matemáticas, ciencias de la Tierra y ciencias del espacio, China en física, química, matemáticas e ingeniería y tecnología; África y Brasil destacan en biología, y la India en química) ligada a sus necesidades de desarrollo autónomo.