Mientras Trump aplaza tres meses más las negociaciones sobre el sector tecnológico chino, aplica nuevos aranceles a otros bienes industriales. Pekín sostiene la apuesta elevando las tasas a más productos norteamericanos y además eleva la temperatura permitiendo la devaluación de su moneda, el yuan.
Trump anunció que a partir de septiembre aplicará un nuevo impuesto para productos chinos por valor de 300.000 millones de dólares. Pekín aumentó también los aranceles en 75.000 millones, y cerró la puerta a las importaciones agrícolas del Medio Oeste, zona de gran bolsa de votos a Trump; pero, sobre todo, dejó caer el cambio hasta los siete yuanes por dólar, al nivel de hace una década. Al día siguiente, la Bolsa de Nueva York registró su mayor caída del año. Y la huida de inversores a otros valores más seguros tumbó la rentabilidad de los Bonos de Deuda de EEUU y Alemania.
Este ha sido un salto cualitativo: “Al devaluar su moneda, China ha mostrado que si es preciso va a librar esta batalla con otras armas más allá de los aranceles”, explicaba en una entrevista un analista del Real Instituto Elcano.
Una gran partida
La agencia pública de noticias Xinhua denunciaba “una escalada grave y unilateral” por parte de EE UU, que “politiza la cuestión de la tasa de cambio empleando tácticas de abusón”. Y explicaba que su superávit comercial no supera los límites establecidos por el Tesoro norteamericano, que su política monetaria cuenta con el visto bueno del FMI y que el yuan ha sido una de las divisas más apreciadas en los últimos años. Y sentenciaba: “El pueblo chino ha puesto a un lado sus ilusiones y está dispuesto a luchar”.
En el mismo sentido, y cuando EEUU ha aplazado otro trimestre las sanciones contra el fabricante Huawei, (que incluían prohibirle vender en Norteamérica, dejar de servirles microprocesadores y negarle el acceso a las actualizaciones de Android, universalmente usado en teléfonos y tablets), China sin embargo ha tomado la iniciativa mostrando al mundo un nuevo sistema operativo propio con el que podría pasar a equipar sus teléfonos, tan solo dos meses después de la amenaza de Trump. Que Huawei disponga de un sistema operativo que se tarda no menos de dos años en desarrollar, evidencia que no era un farol cuando anunciaron que llevaban tiempo preparándose para posibles sanciones estadounidenses. El presidente chino intervino públicamente en este sentido, explicando que aunque EEUU podría infligirles daños, se planteaban esta batalla a largo plazo y no les cogía por sorpresa.
En palabras de otro analista del Instituto Elcano: “el movimiento de la divisa es un pequeño detalle en una gran partida. Lo que se juega aquí es la hegemonía geopolítica y tecnológica… Esa es la gran partida”.
Y es lo que explica que las decisiones políticas del gobierno norteamericano busquen contener el crecimiento chino aún a riesgo de que causen un daño a corto plazo a su propia economía. Los intereses estratégicos de sus monopolios y grupos financieros les impelen a impedir que el desarrollo tecnológico chino quiebre el monopolio estadounidense en este campo, permita a otras naciones reducir su dependencia respecto a Washington y acelere el debilitamiento de su posición hegemónica en el planeta.
Según estimaciones de consultoras estadounidenses la debilidad de la moneda china es una apuesta sostenible: Un 10% de depreciación del yuan hará sus importaciones más caras y puede suponer una subida del 0,5% en los precios, reduciendo el consumo, y provocaría en un retroceso del PIB de 0,1%. La posible fuga de capitales que sigue a una depreciación no es un problema en China, que lo controla por ley. Como beneficio, esa depreciación favorece las exportaciones, elevando el PIB un 0,2%”. Ganan más que pierden.