A pocos días de la decisiva segunda vuelta de las elecciones chilenas, que se celebrarán el 19 de diciembre, los chilenos y toda América Latina contienen el aliento. Están en juego dos proyectos antagónicos para el país.
Por un lado, el que representa el izquierdista Gabriel Boric, candidato por las listas de Apruebo Dignidad y representante de buena parte de las aspiraciones de las distintas vertientes del vasto movimiento popular chileno que desde 2019 no ha dejado de salir a las calles y cuya potente lucha ha dejado inservible, roto y obsoleto el viejo modelo económico, social y político vigente en Chile desde el fin de la dictadura.
Por otro lado, el que representa José Antonio Kast, el candidato de una ultraderecha que no esconde su veneración por la dictadura genocida de Pinochet, pero tampoco su empeño por emular los éxitos de Trump en EEUU o de Bolsonaro en Brasil. Con un 27,9% de los votos y una ventaja de algo más de 2 puntos sobre Boric, Kast fue el candidato más votado en la primera vuelta, y se espera que reciba los votos de la derecha oficialista que todavía gobierna el país, y de amplios sectores de la clase dominante chilena, que ven en el ultra la única alternativa de mantener el modelo neoliberal y ultra privatizador que permite a bancos, monopolios y multinacionales imponer de forma draconiana sus dictados e intereses al conjunto de las clases populares.
Muchos se preguntan cómo es posible que, en Chile, un país que hace sólo un año estaba sepultando con un arrollador 78% de los votos la Constitución de Pinochet, y donde se acaba de aprobar el matrimonio igualitario para personas del mismo sexo, un candidato tan reaccionario como Kast haya obtenido la victoria en la primera vuelta.
Lo cierto es que este hecho no es un signo de fortaleza de las clases dominantes chilena, sino de su creciente dificultad para embridar la vida política del país. Lo cierto es que las dos opciones «naturales» sobre las que se había alternado la presidencia de Chile desde el fin de la dictadura -la derecha socialcristiana, representada por Piñera; y la socialdemocracia de centro-izquierda heredera de los gobiernos de la Concertación- han quedado casi barridas del panorama electoral, reducidas a la cuarta y quinta fuerza con el 11-12% de los votos. Lo cierto es que la oligarquía y el capital extranjero tienen que jugársela al «todo o nada», a la carta de un Bolsonaro o un Fujimori, si no quieren que una alternativa de izquierda antihegemonista suba al gobierno y desmantele un modelo económico obscenamente favorable a sus intereses.
Mucho se ha hablado del carácter pinochetista y ultra reaccionario de la alternativa que representa José Antonio Kast, un candidato que ha recibido la ayuda de miembros de Vox trasladados a Chile. Un hedor cuasi-fascista que se confirma al conocerse que el propio padre de Kast fue miembro del partido nazi alemán huido, como tantos otros, a Sudamérica al acabar la II Guerra Mundial.
Pero este hecho no retrata lo que en realidad representa el ultra. Sí lo hace el viaje que, en medio de la campaña, ha emprendido José Antonio Kast… por EEUU.
Una gira donde el pinochetista se ha entrevistado con destacadas organizaciones ultraconservadoras (think tanks como Diálogo Interamericano y Council of Americas) y miembros del partido republicano -por ejemplo con Marco Rubio, congresista aliado del expresidente Donald Trump y enemigo acérrimo de los gobiernos progresistas latinoamericanos-, pero también con importantes directivos de grandes corporaciones norteamericanas con intereses en Chile: por ejemplo el gerente de PepsiCo (una de las grandes corporaciones mundiales de fabricación y distribución de comida, refrescos y aperitivos), o el vicepresidente de UnitedHealth Group, un gigantesco conglomerado de sanidad privada con 13 hospitales y 143 centros médicos en Sudamérica.
Dime quién te apoya y te diré quién eres. Esto es lo que representa Kast: un Chile aplastado bajo la misma bota hegemonista que ordenó el golpe de Estado y la posterior dictadura de Pinochet, y cuatro décadas de una democracia neoliberal donde los intereses de la banca y las corporaciones norteamericanas han sido ley.