Destitución del general McCrhystal

Cese en el corazón de las tinieblas

En el asunto del cese del general McChrystal nada es lo que parece. Ni él ha sido cesado por criticar a sus superiores, sino por fracasar estrepitosamente en su estrategia contrainsurgente, ni su sucesor, el general Petraeus, ha sido elegido por ser el artí­fice de ningún éxito en Irak, sino por haber demostrado allí­ ser el militar de alto rango más capaz de gestionar de forma aceptable el fracaso de las aventuras bélicas del imperio.

Para comrender las razones de fondo del cese de McChrystal, nada mejor que recordar su principal objetivo, que él mismo se encargó de filtrar a la prensa norteamericana en agosto de 2009, al poco de ocupar su cargo como comandante en jefe de las fuerzas en Afganistán: “El fracaso en ganar la iniciativa y revertir el impulso insurgente en el corto plazo (los próximos 12 meses), mientras hacemos madurar las capacidades de seguridad afganas, daría como resultado el riesgo de que derrotar a la insurgencia ya no sea posible”. Han pasado ya casi esos 12 meses, y ni las tropas norteamericanas han ganado la iniciativa ni los insurgentes han revertido su impulso bélico, más bien al contrario, han tomado nuevo aliento. La incapacidad de estabilizar tan siquiera la situación que ha mostrado la cohorte de escuadrones de la muerte, espías y mercenarios de los contratistas privados que han impuesto su ley el último año en Afganistán bajo la dirección de McChrystal, revelan que derrotar a los talibanes se ha convertido en una tarea imposible. La estrategia contrainsurgente de McChrystal no ha sido capaz de cosechar ningún éxito significativo y su sustituto llega ahora con el objetivo, como en Irak, de empezar a gestionar la retirada con los menores costes posibles. En mayo de 2009, el secretario de Defensa, Robert Gates, había reemplazado al general David McKiernan por McChrystal, con el argumento de que era necesario “un enfoque más audaz y creativo para la guerra en Afganistán”. ¿En que consistía ese enfoque “más audaz y creativo”? Stan the Man Conocido entre sus hombres como “Stan the Man” (Stan el Hombre), McChrystal fue jefe del Comando de Operaciones Especiales Conjuntas en Irak desde 2003 hasta 2008. Sus logros públicos más notables fueron la búsqueda y el asesinato del líder de al-Qaeda en Irak, Abu Musab al-Zarqawi, en 2006 y la captura y posterior ahorcamiento del ex presidente Saddam Hussein. La unidad especial de McChrystal en Irak era tan clandestina y sus operaciones tan protegidas bajo el manto del top secret, que el Pentágono ni siquiera reconoció su existencia durante años. Al frente de la Task Force 6-26, McChrystal adquirió una negra reputación en Bagdad en el tristemente célebre Camp Nama, donde se interrogaba a los prisioneros –las organizaciones de derechos humanos dicen abiertamente que se les torturaba– en busca de información. Los detenidos de más alto valor eran interrogados en la llamada “the Black Room” (el cuarto oscuro), una habitación cerrada, forrada de planchas metálicas y con ganchos colgando del techo, en la que una música estridente y con el volumen a tope impedía escuchar cualquier otra cosa que ocurriera en su interior. De los interrogatorios en esa sala salieron las informaciones que llevarían a la muerte de al-Zarqawi y Sadam. Aunque aclamado por unos medios de comunicación norteamericanos que han hecho de él poco menos que un héroe, McChrystal es básicamente el jefe de una serie de escuadrones y comandos de asesinos altamente especializados y perfectamente adiestrados. El jefe operativo de los escuadrones de la muerte en Irak encargados de llevar adelante las tareas sucias de “limpieza” (ejecuciones sumarias, actos de sabotaje y terrorismo, infiltración en la insurgencia, detenciones irregulares y torturas) que el ejército no puede llevar a cabo abiertamente y los servicios de inteligencia no son capaces de ejecutar en un campo de batalla. Con su encumbramiento al frente de las tropas en Afganistán se buscaba hacer allí otro tanto, pero a una escala mucho mayor y sobre todo, dada su amplia experiencia en operaciones secretas, poder llevar este trabajo a ambos lados de la porosa frontera que separa Afganistán de Pakistán, sin implicar oficialmente a los gobiernos de Islamabad y Washington. Es decir, extender la guerra a Pakistán de un modo encubierto como última medida para tratar de cortar las raíces que unen, y nutren, a los talibanes afganos con las bélicas tribus pastunes de la región pakistaní de Waziristán. Desde su llegada, la cárcel Adyala de Rawalpindi se ha convertido en el mayor centro de detención de militantes islamistas del mundo, con más de 2.000 reclusos. Muchos de los cuales han sido absueltos de cualquier cargo por el Tribunal contra el terrorismo pakistaní, pero permanecen todavía detenidos con el único argumento de que la inteligencia norteamericana sospecha que tienen vínculos de alto nivel con al-Qaeda. Informaciones corroboradas por funcionario de seguridad e inteligencia pakistaníes afirman que, dado que en virtud de las leyes del país es prácticamente imposible que extranjeros puedan acceder directamente a ellos e interrogarlos, agentes de la policía pakistaní han sido clandestina e ilegalmente contratados por la inteligencia militar norteamericana, que les asesora sobre los métodos de interrogatorio y recibe posteriormente los informes. Esta transformación no oficial de algunas cárceles paquistaníes en centros secretos de detención estadounidenses –un proceso que comenzó antes de que McChrystal tomara el mando en Afganistán, pero que tras su llegada se ha multiplicado– ha abierto un nuevo frente en la guerra de baja intensidad no declarada que se libra en el norte y el oeste de Pakistán. Según las agencias de seguridad paquistaníes, el ataque del pasado año contra el equipo de críquet de Sri Lanka en Lahore tenía el objetivo real de tomar rehenes para intercambiarlos por militantes islamistas encarcelados. Del mismo modo que el ataque y la toma de policías como rehenes en una academia de policía de Lahore, también en esas mismas fechas, trataba de lograr la liberación de los presos talibanes. Una característica del último año de la guerra en Afganistán ha sido la concentración en el control de los centros de población, dejando al margen las zonas más apartadas de la insurgencia talibán. El ejemplo más reciente de ello fue la operación en Marjah, en la provincia de Helmand, lanzada a mediados de febrero e inspirada en la sangrienta toma de Faluya, bastión de la insurgencia sunnita. Aunque, a diferencia de la mártir Faluya, la operación no ha sido tan exitosa como se esperaba, ya que apenas cinco meses después los talibanes han comenzado a regresar a la zona. La gran ofensiva programada contra el bastión talibán de la provincia de Kandahar ha sufrido un retraso tras otro, en parte debido a la renuencia de Pakistán para acabar con las bases militantes en la zona tribal de Waziristán del Norte. Bases que sirven como propulsores cruciales de la guerra en Afganistán. Aunque la razón ostensible del cese de McChrystal la han proporcionado sus indiscretos comentarios y las mordaces críticas de sus colaboradores, publicada en la revista Rolling Stone, su relevo al frente de la dirección de la guerra es claramente el resultado de la insatisfacción de la Casa Blanca con la conducción y los escasos resultados conseguidos por McChrystal en su año de mandato. En las últimas semanas y meses se ha hecho cada vez más evidente que la estrategia de McChrystal no era capaz de conseguir los objetivos que había prometido al Congreso. Los ‘éxitos’ de Petraeus En contra de la opinión generalmente aceptada de que Petraeus fue el artífice de una exitosa campaña contra la insurgencia en Irak, su mayor, y casi único, logro fue hacer que los insurgentes sunitas se alejaran formalmente de al-Qaeda con la doble promesa de una activa participación en el futuro gobierno de Irak y el inminente inicio de la retirada progresiva de las tropas norteamericanas. La principal virtud demostrada por Petraeus en su mando en Irak fue la flexibilidad en adaptar los objetivos estratégicos a una realidad que no podía controlar. Desde el principio dejó claro que su misión era hacer un último esfuerzo para intentar avanzar en la estabilización del país, pero que iba a decirle al Congreso que había llegado la hora de retirarse en cuanto viera que ya no era posible ir más allá. Como comandante en Irak, Petraeus eligió para su Estado Mayor oficiales escépticos y realistas en lugar de ciegos creyentes en la superioridad militar norteamericana. En tanto que su objetivo desde el principio de su mandato fue crear las mejores condiciones para la retirada de Irak, admitió las propuestas de sus colaboradores de abrir un doble frente de negociación, con las milicias chiítas lideradas por Muqtada al-Sadr por un lado y con los insurgentes sunitas por el otro, incluso aunque ello supusiera negociar con el clan de Sadam Hussein. Son estas habilidades políticas de Petraeus y su capacidad para vender una estrategia que incluya un acuerdo negociado las que ofrecen a Obama una flexibilidad táctica muy superior a la que ha tenido con McChrystal en el mando. La publicación del espinoso reportaje de la revista Rolling Stone ha puesto en bandeja de plata a Obama fortalecer su alternativa de empezar a retirar las tropas de Afganistán a partir de julio de 2011. Alternativa que ha sido recientemente sancionada como parte de la doctrina estratégica de seguridad nacional del equipo de Obama al colocar “la reconstrucción del poderío interno de EEUU” como la clave para mantener su liderazgo mundial, pero que es fuertemente contestada en el Pentágono y en los círculos dominantes del complejo militar-industrial. Sectores para los que la guerra de Afganistán ha tenido siempre un componente geoestratégico de primer orden, puesto que se trata de un nuevo “Gran Juego” en Eurasia. Proyecto basado en la "doctrina del espectro de dominación" del Pentágono, que implica la creación de bases estratégicas en Afganistán –y desde ellas su expansión hacia el Asia central– para controlar y vigilar a los grandes competidores estratégicos, Rusia y China, muy cerca de sus fronteras. Con el cese de McChrystal y su relevo por Petraeus, la guerra de Afganistán entra en una nueva fase, que posiblemente sea la de su agonía final. Empantanados militarmente sobre el terreno, con un rechazo creciente entre la opinión pública norteamericana y una alianza internacional cada vez más cuarteada, Afganistán se perfila cada vez mas claramente en el horizonte cercano como el segundo gran fracaso militar de EEUU en la década. Todo indica que Washington empieza a estar interesado en reconocer cuanto antes este nuevo fracaso, para poder concentrarse en los múltiples frentes en que su hegemonía se ve tambaleante.