Hace ahora exactamente 30 años, la clase dominante española y sus representantes políticos (encabezados por el PSOE de Felipe González, la UCD de Calvo Sotelo y el PP de Fraga) aceptaron la castración política y militar de España, renunciando a cualquier proyección exterior autónoma e independiente, a tener un papel, un peso y una voz propia en el mundo. A cambio de aceptar servilmente los planes de Washington e integrar a nuestro país en la OTAN, dijeron entonces, España alcanzaría junto a sus socios y aliados europeos sus mismas cotas de bienestar y seguridad económicas.
Dicho en otras alabras, España –mejor dicho, sus clases dirigentes, no el pueblo que libró una formidable batalla y al que sólo se consiguió doblegar en el último momento, por la mínima, a regañadientes y con toda clase de trampas y chantajes– aceptó ser castrada política, económica y militarmente en la confianza de que las potencias imperialistas la cebarían y le darían lustre. Tres décadas después, esas mismas potencias que nos condujeron a la autocastración, han decidido que ha llegado el momento de quitarnos la cebada. Ahora, con el estallido de la crisis y la competencia de las potencias emergentes, la necesitan para ellos. Y tiene el proyecto de dejarnos caer hasta donde determine nuestro propio (y escaso) peso. Conduciéndonos así a una nueva situación, la de un país sin peso político en el mundo para defender sus intereses, sin capacidad de proyección exterior para forjar nuevas alianzas, y sin tan siquiera una voz propia, enfrentado a una degradación en su posición mundial, que implica al mismo tiempo una pérdida sustancial de su riqueza. En junio de 1980, cuando todas las fuerzas de izquierda –moderadas y radicales, parlamentarias y extraparlamentarias– tenían centrada su atención en cuestiones como la ley del divorcio, la reforma estudiantil, el carril bici o la legalización de las drogas, en este mismas páginas (entonces con otra cabecera) publicábamos una editorial titulada “¡OTAN no, referéndum sí!” en la que advertíamos que el centro del proyecto de EEUU para España había pasado a ser la integración de nuestro país en su maquinaria militar y sus planes de guerra. Establecimos que ese había pasado a ser el centro de la vida política nacional para los próximos años y que Washington iba a usar todos los medios a su alcance para conseguir ese objetivo. Al tiempo que llamábamos al pueblo a organizar la respuesta recogiendo medio millón de firmas para exigir un referéndum. A lo largo de los años siguientes, la vida política del país conoció una turbulenta sucesión de acontecimientos (cerco y derribo de Suárez, brutal ofensiva de ETA, golpe del 23-F, hundimiento de UCD,…) cuyo epicentro era el dictado de Washington de meternos en la OTAN. Y cuya resolución definitiva, dada la resistencia popular, no pudo darse hasta 7 años después, gracias a la mayoría absoluta de Felipe González con su promesa de “OTAN de entrada no”, que rápidamente se reconvertiría en “OTAN sí, bases también”. La batalla política en la que nos encontramos en estos momentos, cuyo objetivo es recortar un 25% los salarios, dar un nuevo salto en la concentración monopolistas y aumentar nuestra dependencia del capital extranjero y los grandes centros de poder mundial, tiene un rango y un calado similar a la que tuvo la de la OTAN. Como en aquella, lo que nos estamos jugando es el futuro de nuestro país y de nuestro pueblo para los próximos 20 o 30 años. No estamos, como falsamente quieren hacernos creer, ante un fenómeno pasajero o coyuntural. Que a la vuelta de 4 o 5 años, cuando termine la crisis, volveremos a donde estábamos. Su proyecto nos afecta de una forma estructural, la degradación de un país no sólo implica una pérdida de su riqueza, también una posición más débil y dependiente en la escena mundial. Nos hicieron más dependientes a cambio del falso espejismo de una prosperidad y un progreso ilimitado. Y ahora, a causa de esa dependencia tienen la sartén por el mango para hundirnos, como a Grecia, en el abismo de tener que cargar con la factura de su crisis. No debemos confundirnos ni dejar que nos confundan. No hay ninguna “maldición bíblica”, ningún “demonio familiar” que nos haya condenado a esta situación. Es el grado de debilidad y dependencia al que nos han conducido la clase dominante española y las grandes potencias lo que explica que seamos, junto al resto de países a los que no por casualidad denominan despectivamente PIGS (cerdos en inglés), los mas afectados por la crisis. Como a los cerdos, también a estos países los castran y los ceban para posteriormente, cuando lo necesitan, sacrificarlos y consumir sus proteínas. ¿Acaso creían ustedes que el imperialismo conoce otra lógica?