Señor Otegi: Le escribo estas líneas porque estoy desconcertado ante su figura y ante la admiración que le profesan personas que se dicen de izquierdas, como Pablo Iglesias, Lluís Llach, Anna Gabriel o David Fernández; y también, entre otros, un numeroso grupo de miembros o simpatizantes de Acción Antifascista y de otras organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas. Le escribo, en resumen, para explicarle mi desconcierto.
Antes de nada, permítame decirle que no voy a negar lo evidente. Sé que Franco oprimió a los nacionalistas vascos (al igual, por cierto, que oprimió a demócratas y antifranquistas del resto de España). Sé que en Euskadi (Euskalherria, si usted quiere) ha habido torturas por parte del Estado y hubo terrorismo de Estado. También ha habido sentencias judiciales impresentables (como la que motivó el cierre de Egunkaria). Efectivamente, las leyes internacionales dicen que los presos deben estar cerca del lugar en que residen sus familias. Se lo reconozco: si se ilegalizó Batasuna, se deberían ilegalizar también los partidos españoles de extrema derecha que, exactamente igual que usted ha hecho durante décadas, defienden o justifican algún tipo de violencia y desafían el orden democrático. Y, por supuesto, la doctrina Parot era una cadena perpetua encubierta.
Dicho esto, sobre lo que volveré más adelante, deje que le explique mi desconcierto. Si no me equivoco, usted nació en 1958. Desconozco cómo ingresó en ETA, pero según la Wikipedia, tenía usted 19 años cuando en 1977* huyó a Francia al descubrirse su pertenencia a ETA (pm). Para entonces ETA había matado a más de 50 personas, desde reconocidos torturadores franquistas, hasta miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y, también, a ciudadanos anónimos que pasaban por allí.
En 1987 tenía usted casi 30 años. Era un adulto. Me pregunto qué pensaba entonces de los más 500 muertos que a esas alturas ya había causado la organización a la que pertenecía. Ese año de 1987, ETA atentó contra un supermercado Hipercor de Barcelona matando a 21 personas. Entre las más de 500 víctimas que acumulaba la banda para entonces, había políticos, guardias civiles, militares y agentes de policía y, también, jubilados, taxistas, empresarios, obreros, estudiantes, deportistas, camareros, fotógrafos, pescadores, peluqueros, médicos, panaderos, niños, adolescentes… Hace unos días dijo usted que el atentado jamás debió haber ocurrido. ¿Por qué no abandonó usted entonces la organización, como habían hecho muchos otros, en protesta por las muertes? La única explicación que puedo encontrar es la de que usted, casi con 30 años; siendo ya un adulto, estaba de acuerdo con esos asesinatos. ¿Quizá por aquel entonces era usted un halcón, un macho alfa? Usted, claro, no los llamaría asesinatos. Los llamaría bajas enemigas, ejecuciones o con cualquier otro eufemismo.
En cualquier caso, si usted los consideraba ejecuciones, eso quiere decir que usted era partidario de la pena de muerte: como Pinochet, Thatcher, Bush, Ariel Sharon, Netanyahu, Trump, Le Pen… ¿Era usted de ese tipo de gente? Deduzco que a sus casi 30 años no le parecía a usted que toda persona tuviera derecho a un juicio justo, a una defensa… No creía usted en los Derechos Humanos. Es más, consideraba usted que había unos sujetos (sus compañeros) legitimados para volarle la cabeza a los enemigos.
Parece que no le planteaba a usted demasiados problemas morales el hecho de que la organización a la que usted pertenecía le privara a alguien de la vida, así que menos escrúpulos morales suscitaría en usted el extorsionar y amenazar a quien fuese necesario (mediante el sarcástico impuesto revolucionario) o el privar a una persona de su libertad. Tengo entendido que participó usted en varios secuestros. Me dirá usted, en su descargo, que pensaba que vivía en una guerra. Pero, señor Otegi, hasta en la guerra hay reglas, y ETA las violó todas.
¿Y qué me dice de las muertes de la gente que pasaba por allí? Supongo que, igual que Aznar, Bush, Rumsfield, Sharon o Netanyahu, consideraría usted esas muertes como daños colaterales. Y si usted pensaba entonces que esas muertes, esos daños colaterales, eran necesarios para conseguir el fin, entonces, señor Otegi, abrazó usted la razón de Estado de Maquiavelo: el fin justifica los medios. Exactamente la misma razón de Estado que animaba a los fascistas de los GAL o que animó a las acciones ilegales del Gobierno de Thatcher contra miembros del IRA. Su mente, señor Otegi, durante la mayor parte de su vida –y perdóneme la dureza de la expresión– ha funcionado exactamente con el mismo combustible (puro estiércol moral) con el que funcionaba la mente de los fascistas que usted y los suyos decían combatir. Si se siente ofendido y quiere dejar de leer, lo entendería; pero siempre puede usted ofrecerme sus razones.
Señor Otegi, desconozco las circunstancias en las que usted se crió. Ignoro cómo fue su socialización. Puedo intuir que sus familiares sufrieron el franquismo. Diría que usted sufrió un totalitarismo por partida doble: el del franquismo y el de su familia. Porque con sus actos ha demostrado que la educación recibida por usted en valores democráticos, tolerancia y derechos humanos ha dejado mucho que desear. Sin embargo, millones de ciudadanos de este país sufrieron como usted el franquismo, incluso un franquismo más virulento, y eso no los convirtió en secuestradores, ni en cómplices de asesinos, ni siquiera en partidarios de la pena de muerte, ni de la violación de los derechos humanos.
DIÁLOGO Y NEGOCIACIÓN
Usted tenía casi 30 años cuando ETA puso la bomba en Hipercor y, lo repito, hace poco dijo que ese atentado no debía haber ocurrido. Sin embargo, hasta la década que va de 2000 a 2010, no tenemos noticia de que se distanciase definitivamente de la estrategia violenta. En 2008, cuando salió de la cárcel tras cumplir una de las muchas condenas que pesaron sobre usted por enaltecimiento del terrorismo (es decir, por homenajear y ensalzar a esos que empleaban las mismas tácticas y los mismos razonamientos que los fascistas, los fanáticos y los mafiosos), dijo que apostaba por el “diálogo y la negociación” para resolver ‘el conflicto’.
En 2008 tenía usted 50 años y se había pasado media vida justificando y contemporizando con las ejecuciones sin juicio, la extorsión, la tortura, la muerte de civiles y, en definitiva, la violación de todos y cada uno de los derechos humanos… Por eso no entiendo cómo alguien que se dice de izquierdas, como Pablo Iglesias, Anna Gabriel, David Fernández o Lluís Llach, pueden admirar a alguien como usted. No, señor Otegi, no es usted Mandela, ni Gandhi, ni Allende. No es usted un personaje mítico, ni legendario. Por eso no puedo entender cómo militantes de Acción Antifascista admiran a un tipo que, hasta bien entrado en su madurez, ha tenido el mismo esquema mental que Thatcher, Bush, Franco o que cualquier patriota ultraderechista. Y esto que digo lo digo sin entrar en detalles doctrinales acerca del etnicismo y del socialismo nacionalista (o nacional-socialismo) que ha animado su vida, señor Otegi, desde hace tantas décadas. Ahí habría tanto que rascar…
Pero concedámosle lo que es suyo. Jugó usted un papel en que ETA abandonara las armas. Así es. ¿Eso lo convierte en un héroe y un referente para la izquierda? No, en absoluto. Eso simplemente le convierte en un tipo que por una vez en su vida (y demasiado tarde) hizo parte de lo que cualquier persona bien nacida habría hecho. En el fin de la violencia de ETA ha jugado un papel muchísima gente: para empezar, la inmensa mayoría de la sociedad vasca (eso que usted llama ‘pueblo’ y del que se erige en portavoz sin ninguna legitimidad). Los terroristas, lo sabe bien, hubieran acabado derrotados con o sin usted. Esto lo supo ver, o más bien se lo hicieron ver a usted mucho antes que a otros miembros de ETA y de su entorno. A usted le hicieron ver la nueva fase que se avecinaba y se apresuró a coger un buen sitio para jugar en posición de ventaja en ese ‘nuevo tiempo’.
No puede ser usted referente de la izquierda. De ninguna izquierda. De hecho, la izquierda es una víctima más de usted y de ETA. Antes que usted, señor Otegi, deberían ser referente de la izquierda todos y cada uno de los ciudadanos que han aguantado las amenazas y la violencia de ETA sin recurrir ellos mismos a la violencia. Deberían ser homenajeados y tratados como auténticos héroes los activistas de Gesto por la paz, de Basta Ya, los amenazados, los perseguidos… Referentes de Pablo Iglesias, Anna Gabriel, David Fernàndez, Lluís Llach y compañía, deberían ser las víctimas de la violencia y las víctimas de personas que, como usted, señor Otegi, creen o han creído alguna vez que el asesinato, el secuestro y la extorsión son acciones válidas. Además, y tanto que habla usted de socialismo, me gustaría que me dijera una cosa, una sola cosa, de las que ha hecho usted por el bien de los trabajadores de Euskadi (Euskalherria, si usted quiere). ¿Qué derechos laborales ha defendido usted o ayudado a conquistar para ellos?
Me voy a permitir ahora repetir aquí sus presuntas razones. Las enumeré en detalle al principio de esta larga carta: Franco oprimió a los nacionalistas vascos (igual que oprimió a demócratas y antifranquistas del resto de España). En Euskalherria ha habido torturas por parte del Estado y hubo terrorismo de Estado. También ha habido sentencias judiciales injustas. Los presos deberían cumplir pena cerca del lugar en que residen sus familias. Si se ilegalizó Batasuna, se deberían ilegalizar los partidos de extrema derecha que defienden la violencia y desafían el orden democrático. La doctrina Parot era una cadena perpetua encubierta. Todo eso es verdad, y me tendrá a su lado a mí y a los auténticos demócratas para denunciarlo.
Pero también es verdad que el propio Estado de derecho, atendiendo a los deseos de democracia de la sociedad, acabó logrando establecer mecanismos para evitar que esas violaciones de los derechos humanos vuelvan a suceder o, en caso de que sucedan, puedan ser investigadas y castigadas, otorgando a sus ciudadanos el derecho a defenderse. Por ello España se somete a la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, entre otros. ¿A qué jurisdicción obedecían los miembros de ETA? Me gustaría que me respondiera usted a esta pregunta, señor Otegi: ¿Ante qué tribunal podían recurrir las víctimas de ETA para evitar su muerte, su tortura o su confinamiento en condiciones inhumanas?
Nada justifica el asesinato (ni siquiera entendido como pena de muerte), el secuestro (incluso entendido como detención) y ni la extorsión (aunque se le llamara impuesto revolucionario). El asesinato, el secuestro y la extorsión (o llámelos usted como quiera, si quiere llámelo lucha armada), no se justifican por el hecho de que se cometan desde una pretendida ideología de izquierdas o en aras de unos supuestos fines de justicia social ni de liberación nacional. El asesinato, el secuestro y la extorsión siempre son fascismo.
PRESOS POLÍTICOS
Señor Otegi, hasta bien entrado en su madurez, sus esquemas mentales (su concepción de la democracia y del valor de la vida humana) eran homologables a los que tenían Pinochet, Bush, Netanyahu o Thatcher. Nada justifica que usted sea digno de admiración. Máxime cuando en las instituciones vascas y estatales tenía usted desde hacía décadas ejemplos a los que seguir (Mario Onaindia, Patxi Zabaleta…). En el País Vasco han existido partidos independentistas no violentos mucho antes de que ETA abandonara las armas. Nadie ilegalizó a Aralar, ni a Eusko-Alkartasuna, por ejemplo. Si dentro del mundo abertzale (es decir, patriota) hay alguien digno de admiración son aquellos que condenaron la violencia hace décadas. Desde que en este Estado hay democracia siempre se ha podido ser independentista. Por eso, pese a lo que digan usted y los suyos, en el Estado español no hay presos políticos. Si los miembros de ETA estuvieran encarcelados por sus ideas independentistas y supuestamente socialistas, también estarían en la cárcel los miembros de Aralar y de otras formaciones. No, señor Otegi, ni usted fue un preso político ni lo son los que todavía cumplen pena.
Usted ha pedido perdón por algunas muertes, pero no todas; ¿sigue usted pensando que había gente que debía morir? Un hombre de paz no pensaría esas cosas. No tenga miedo: condene todas las muertes causadas por ETA. Porque si usted es todavía incapaz de condenar la violencia de ETA es, bien porque la comparte, bien porque no quiere herir los sentimientos (o la hombría, o qué sé yo) de los etarras que aún no se han arrepentido, o bien porque quiere apurar el rédito político que esa negativa a condenar la violencia puede traerle a usted. ¿Su baza política, acaso, es hacernos creer que no condena la violencia por nuestro bien, porque que teme usted que, si condena, la banda pueda soliviantarse y volver a las armas? No somos tan tontos, señor Otegi. Y no se preocupe por los etarras que no se arrepienten: están donde deben estar. Bueno, no: deberían cumplir pena cerca de sus familiares. Eso ya le dije que se lo concedo.
Me concederá usted a mí que es paradójico que no le hayan importado durante 50 años los sentimientos de las víctimas y sus familiares, y que ahora le preocupen sobremanera los sentimientos de los etarras que no se arrepienten de haber empleado las tácticas y los esquemas mentales del fascismo. Así que, señor Otegi, si tuviera un poco de sensibilidad y de valentía, condenaría usted la violencia y llevaría usted una vida discreta, alejada de los medios. Y, sobra decirlo, rechazaría usted cualquier homenaje. No tiene usted más mérito que cualquier niño con uso de razón, que sabe que matar, extorsionar, secuestrar y torturar, está mal. De hecho, tiene usted menos mérito porque no ha sido capaz de darse cuenta de ello (si es que de verdad se ha dado cuenta), hasta pasados los 50 años. Usted merece perdón, pero no homenajes.
Usted y los suyos han sumido a la ciudadanía vasca en un periodo tan sombrío como el de la dictadura franquista. El mundo que ustedes crearían sería igual de totalitario, violento y arbitrario como cualquier dictadura. No saque pecho, señor Otegi. No se enorgullezca de su pasado. Haber defendido durante décadas los mismos métodos y los mismos esquemas mentales que los fascistas, los fanáticos y los mafiosos no es algo de lo que alguien medianamente inteligente presumiría, la verdad.
Sé que esta carta no obtendrá respuesta, ni de usted ni de ninguno de los aludidos. Le deseo sinceramente una larga vida sin sufrimiento. Esa vida que, lamentablemente, 829 personas y sus allegados no han podido disfrutar.
Madrid, 24 de mayo de 2016