Pocas cosas son más populares en Brasil que el carnaval. Y sin embargo su nuevo presidente, Jair Bolsonaro, junto a la derecha ultraevangélica, le han declarado la guerra. «Lamentablemente, las personas que hoy en día están detrás del carnaval adoran al diablo”, han llegado a decir. Así pues, las escuelas de samba y las comparsas le han declarado la guerra a Bolsonaro, mostrando todo su ingenio para mofarse y ridiculizar al ultraderechista.
Puede parecer insensato comenzar una cruzada moralizante contra el carnaval… en Brasil, pero Bolsonaro y los suyos lo han hecho. El presidente publicó un vídeo pornográfico en twitter para mostrar los excesos del carnaval, y los pastores evangélicos más extremistas han alarmado sobre los típicos disfraces de cuernos rojos y sobre las inclinaciones lujuriosas y diabólicas de los amantes de esta fiesta. El alcalde de la mismísima Río de Janeiro, meca mundial del carnaval -el también pastor evangélico Marcelo Crivella- ha recortado a la mitad la financiación pública de las escuelas de samba, organizaciones populares que forman un inmenso entramado cultural y asociativo.
Detrás de esta decisión hay mucho más que mojigatería meapilas. Las escuelas de samba organizan a millones de brasileños y se dedican principalmente a preparar los cantos, bailes y disfraces del carnaval, pero -como ocurre en nuestro propio país, especialmente en Cádiz o en las Fallas valencianas- sus montajes, carrozas y disfraces suelen ser dardos políticos. Gran parte de las escuelas de samba, especialmente las más ligadas a los barrios más populares de trabajadores, tienen una orientación política nítidamente izquierdista, y están ligadas al entorno del PT o de los movimientos sociales. No es intolerancia religiosa… sino intolerancia de clase. Bolsonaro y las clases dominantes, criollas y proimperialistas que representa, saben que tienen en el carnaval mestizo y popular un subversivo enemigo.
Declarando la guerra al carnaval, Bolsonaro ha cometido un grandísimo error. Los sambódromos y cientos de agrupaciones carnavaleras han lanzado una colorida e imaginativa respuesta, con mensajes críticos y de denuncia del gobierno de ultraderecha.
La escuela de samba de Mangueira sacaba una carroza sobre la historia de Brasil con todo lo que Bolsonaro desprecia: indígenas, líderes negras olvidadas y la lucha contra la dictadura militar. El actor Pedro Monteiro, miembro de la escuela, participó cargando con un cartel: «Brasil, llegó la hora de oír a las Marías, Mahins, Marielles, Malês», en referencia entre otras a Luisa Mahin, líder de la revuelta esclava de los malês, y a la activista y concejala Marielle Franco, líder izquierdista asesinada hace un año por grupos paramilitares vinculados a la policía y al propio entorno de Bolsonaro.
En las carrozas y disfraces, múltiples referencias en defensa de los movimientos sociales (feministas, LGTBi), denunciando las declaraciones a favor de la tortura de Bolsonaro, en defensa de indígenas y quilombolas (comunidades afro descendientes de esclavos fugados). En el carnaval de Belo Horinzonte, los cánticos y disfraces de la agrupación Tchanzinho Zona Norte eran tan incisivos en contra de Bolsonaro que la Policía Militar hizo un amago de detener el desfile, aunque la presencia de 70.000 personas le hizo desistir del intento de censura.
En el carnaval de Río cerraba el desfile una bandera de Brasil con los colores alterados –rosa y verde– y la inscripción «Orden y progreso» cambiada por un grito de guerra a favor de los ninguneados, que son sin embargo la mayoría del país: «Indios, negros y pobres».
Washington y las reaccionarias élites brasileñas han conseguido instalar a la extrema derecha de Bolsonaro en el Palacio de Planalto. Pero en las calles, las escuelas, los barrios y las fábricas -y ahora también en las escuelas de samba- existe un pueblo que bulle de rebeldía y de lucha, y que no piensa dejar que le arrebaten su país.