La capitana Carola Rackete en libertad

Capitanas y esbirros

La marinera alemana fue detenida por orden del ultraderechista ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, acusada no solo de violar su prohibición de atracar sino de intentar hundir una patrullera. Afortunadamente fue puesta pocas horas después en libertad por orden de una magistrada de Agrigento que la exoneraba de los cargos de «resistencia y violencia a una nave de guerra», y que afirmaba que actuó cumpliendo un elemental e imperativo deber, el de salvar vidas en el Mar.

Pero esta pequeña victoria es apenas un breve episodio de la larga pugna que libran las organizaciones humanitarias por salvar del abismo a los cientos de miles de migrantes que tratan de llegar a Europa por la mortífera vía del Mediterráneo Central, huyendo de la guerra y el genocidio, con una inhumana política migratoria europea que ignora las más elementales normas de salvamento en el mar; que antepone los intereses de Estado a los derechos humanos; que entrega el destino de miles de personas que vienen huyendo por su vida a los carceleros y señores de la guerra de Libia, condenándoles a la muerte, la tortura o la esclavitud. Una ignominiosa política de la que Salvini es solo su versión más descarnada, desnuda y grotesca.

Al cierre de esta edición un segundo barco de la ONG italiana Mediterránea, con 41 migrantes a bordo en estado de necesidad, ha atracado sin permiso en Lampedusa. Otra nave de la ONG alemana Sea-Eye, con 65 inmigrantes, se mantiene a la espera en las costas de la localidad. Y el barco español Open Arms, tras seis meses anclados, ha decidido poner proa hacia el Mediterráneo Central, desafiando al ministro italiano. «Antes presos que cómplices de Salvini. De la cárcel se sale, del fondo del mar no», ha dicho el fundado de la ONG, Óscar Camps, que también se enfrenta al gobierno español, que le impone una sanción de 90.000 euros «por rescatar sin permiso».

Pocas horas después de la valiente entrada de la capitana Rackete en el puerto de Lampedusa, un centro de detención de migrantes en Libia era bombardeado por la aviación del mariscal Hafter, el protegido por EEUU y Occidente que asedia Trípoli. El ataque dejó una masacre de 44 muertos, y los vigilantes dispararon a los prisioneros que intentaban huir. 

Es de este horror -junto a las inhumanas condiciones de hacinamiento, hambre, sed o tráfico de esclavos- del que tratan de escapar los miles y miles de personas que tratan de cruzar el Mediterráneo por la peligrosa Via Central. Cuando la UE o Italia ordenan devolver a los náufragos a Libia les están condenando a un peligro peor que el Mar.

A una orilla y a otra de esta mortífera vía -que se ha tragado según los datos disponibles, más de 14.000 vidas desde 2014- dos matarifes esperan a los migrantes: Matteo Salvini cerrando los puertos y criminalizando a la ayuda humanitaria, y el mariscal Hafter y otros señores de la guerra libios alimentando la guerra y la muerte. Ambos, Salvini y Hafter, tienen un factor común: están apoyados y promovidos -con más o menos disimulo- por la actual administración norteamericana, por la línea Trump. 

La Casa Blanca no oculta su satisfacción por que personajes como Savini, Viktor Orban o Le Pen, alimenten la xenofobia y las tendencias centrífugas en Europa, y hasta copien sus esloganes. «Los italianos primero», le jaleaban los ultras de Salvini a Rackete al ser detenida. Tampoco Salvini esconde su satisfacción al ser recibido como si de un jefe de Estado se tratara en la Casa Blanca por Mike Pompeo, secretario de Estado y uno de los halcones del Despacho Oval.

Pero también la guerra de Libia -provocada en la era Obama- y personajes como el mariscal Hafter son producto directo de las maniobras de la superpotencia por hacerse con el control de la ribera sur del Mediterráneo. Este militar -de origen libio pero de nacionalidad norteamericana- pasó largos años exiliado en EEUU al amparo de la CIA. Y ha recibido el poco disimulado respaldo de Washington parra hacerse con el control del país norteafricano, bombardeando Trípoli.

Para denunciar la ignominiosa situación de los migrantes que tratan de escapar de Libia y alcanzar las costas europeas no solo basta con apoyar el admirable heroísmo de capitanas como Rackete y de otras ONG. 

Es preciso señalar y acusar quién sostiene a sus verdugos. Porque Salvini o Hafter no son más que crueles esbirros de la superpotencia yanqui.