Tras cometer el imperdonable pecado de pactar con los demócratas para evitar in extremis la enésima amenaza de cierre administrativo de las cuentas federales, el ala más dura y trumpista del Partido Republicano ha decidido darse un auto-golpe, defenestrando al presidente de la Cámara de Representantes, el también republicano Kevin McCarthy. Un nuevo episodio de la aguda lucha de fracciones en el seno de la clase dominante norteamericana. ¿Y ahora qué?
Desde hace años, la superpotencia norteamericana vive recurrentemente la amenaza de algo potencialmente más destructivo para su funcionamiento que un huracán de categoría 5 en su costa sur o que un terremoto de grado 7 en California. Son los cierres administrativos (‘government shutdown’ en inglés) debido a los bloqueos en el Capitolio.
Un ‘shutdown’ no es ninguna broma. Un cierre del gobierno, y de todas las agencias federales, tiene muchas y muy graves consecuencias dentro y fuera de EEUU para la superpotencia. Los 1,3 millones de militares, y 2,1 millones más de funcionarios federales dejarían de percibir sus salarios. Las partidas presupuestarias -incluyendo sensibles programas de inteligencia, o de su aparato político-militar- quedarían congeladas, pudiendo llegar a suspenderse operaciones en el extranjero. Según Goldman Sachs, el cierre podría afectar a la economía estadounidense, reduciendo su PIB entre 0,15 y 0,2 puntos porcentuales por cada semana que dure.
No es una hipótesis. Esta parálisis ya ocurrió durante 34 días en enero de 2018, durante el gobierno de Trump. Y el New York Times cifra en 21 las ocasiones en las que EEUU ha estado al borde, o ha llegado a estar, en un cierre administrativo. Pero en las últimas legislaturas estas situaciones se han producido incluso dos o tres veces… cada año.
Tal situación es la que trató de impedir el ahora cesado presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy a finales de septiembre. Los demócratas y la mayoría de los republicanos acordaron in extremis mantener el funcionamiento del gobierno durante 45 días, evitando un costoso cierre, aunque el acuerdo dejó fuera la ayuda a Ucrania solicitada por el presidente Biden.
Este pacto ha sido el «casus belli» para el ala más radical y trumpista del partido republicano, agrupada bajo el llamado ultraderechista Freedom Caucus, y que hace tiempo que buscan la caída de un Kevin McCarthy considerado blando y conciliador con los demócratas.
Este grupo trumpista de republicanos -liderados por el congresista por Florida Matt Gaetz, feroz detractor de McCarthy- pasó a la acción y presentó una moción de censura contra su líder en el Congreso. Aunque la mayoría de los congresistas republicanos no la secundaron, hasta ocho del Freedom Caucus sí lo hicieron, así como la mayor parte de los demócratas. El resultado es la humillante defenestración -por 216 a favor y 210 en contra- de McCarthy como speaker de la Cámara de Representantes, algo que deja descabezada la cámara baja del Capitolio y pone de nuevo a EEUU al borde de una parálisis legislativa sin precedentes.
Las alternativas a sustitutos de McCarthy no están nada claras. Tendrá que ser republicano, pero un candidato demasiado moderado pondrá al ala derecha del Grand Old Party (GOP) en contra -McCarthy lo tuvo extraordinariamente difícil para salir, teniendo que someterse hasta a nueve votaciones-, mientras que un candidato demasiado derechista podría levantar los vetos de gran parte de los conservadores, además de los demócratas.
Del caos que se ha levantado en el Capitolio han nacido incluso propuestas estrambóticas: Troy Nehls, un congresista de Texas, ha asegurado que piensa proponer al mismísimo Donald Trump para el puesto. La primera votación se ha fijado para el 11 de octubre.
Un episodio más de la lucha de fracciones
La defenestración de McCarthy desde las propias filas republicanas, que deja sin cabeza sine die a la cámara principal del Capitolio, y a EEUU sumido en una parálisis legislativa, es un nuevo y explícito episodio de la aguda lucha de fracciones en el seno de la clase dominante norteamericana.
Una pugna que no sólo se da entre sus representantes políticos -republicanos vs. demócratas- sino que recorre el propio GOP por dentro (trumpistas vs. «moderados»). Y que se libra asimismo en el seno de los aparatos fundamentales del Estado de la superpotencia (poder judicial, fiscalía, aparatos de inteligencia) y en los medios de comunicación. Una aguda lucha entre fracciones de la burguesía monopolista norteamericana que además genera una brutal y creciente polarización política en la sociedad estadounidense, con episodios tan tumultuarios como la toma golpista del Capitolio por parte de los seguidores de Trump en enero de 2021.
Lo que se enfrentan son dos fracciones de la misma clase dominante norteamericana, unidos en torno a sus intereses fundamentales -mantener la hegemonía estadounidense, y contener el auge de rivales como China o el ascenso de la lucha de los pueblos del mundo- pero cada vez más divididos en torno a qué linea seguir para detener o ralentizar la decadencia de EEUU.
Esta aguda batalla, que tiende a antagonizarse más y más, es fruto del ocaso imperial norteamericano, y a su vez lo retroalimenta, abocando a la superpotencia a periódicos episodios de crisis política o de semiparálisis que agudizan su declive y le impiden ocuparse como debiera de sus intereses internacionales.