SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Buscando un Puigdemont para España

El espí­ritu de la Transición ha sobrevolado estos dí­as el panorama polí­tico español. Es lógico. Estamos viviendo un cambio de paradigma propiciado por la crisis económica, los casos de corrupción y la actitud de los votantes que hoy son mucho más exigentes y participativos influidos por las redes sociales. La sensación de estar viviendo una profunda transformación se consolidó con el resultado de las últimas elecciones, que mandó un mensaje clarí­simo a sus señorí­as: se acabaron las grandes mayorí­as de un único partido.

El espíritu de la Transición ha sobrevolado estos días el panorama político español. Es lógico. Estamos viviendo un cambio de paradigma propiciado por la crisis económica, los casos de corrupción y la actitud de los votantes que hoy son mucho más exigentes y participativos influidos por las redes sociales. La sensación de estar viviendo una profunda transformación se consolidó con el resultado de las últimas elecciones, que mandó un mensaje clarísimo a sus señorías: se acabaron las grandes mayorías de un único partido.

Desde el 20 de diciembre, los dos principales partidos del país han seguido moviéndose con los viejos esquemas clásicos y han tratado de jugar tácticamente en contra del adversario, pero nunca con el adversario. El socialista Pedro Sánchez ha usado sus escasas posibilidades con habilidad, pero los números son muy tozudos. Aunque hubiera conseguido una abstención de Podemos, encarar la legislatura con la única compañía de Ciudadanos era iniciar un viaje de gran inestabilidad.

La sesión de investidura ha revelado que todos los participantes estaban más pendientes de quedar bien de cara a unas nuevas elecciones que de buscar una solución al rompecabezas que eligieron los votantes el 20D. Los partidos siguen encasquetados en practicar la vieja política. Y llegados hasta el extremo, lograrán que se convoquen nuevas elecciones, y conseguirán, tal como predicen todas las encuestas, que volvamos a tener una distribución de escaños muy similar a la actual.

Por tanto, la única salida sería un acuerdo estable lo más amplio posible. Un acuerdo que debería contar, en primer lugar, con el PP y el PSOE, y en segundo lugar, con todas aquellas formaciones que puedan sumar para consolidar esta nueva política. Sería una grandísima oportunidad también para abordar el tema catalán, de forma mucho más sensata que la expresada estos últimos meses por los dirigentes socialistas y populares. No se puede hacer nada en este país dejando al PP y al PSOE al margen de un gran pacto, pero también es irresponsable tratar de construir nuevos esquemas sin los partidos nacionalistas que son claramente mayoritarios en Catalunya. Es muy penoso escuchar a dirigentes populares y socialistas hablar de “muro de silencio” o “problemática convivencia” en Catalunya.

Cada vez que hablan, la desconexión con España aumenta en Catalunya. Ahora tienen una gran excusa para darle la vuelta a la situación.

La oportunidad la pintan calva. Para superar el actual marasmo, hay que tener coraje para intentar un pacto entre todos que recuerde el espíritu de aquella Transición. Se puede entender a Pablo Iglesias cuando afirma que no quiere saber nada de los partidos del pasado de la corrupción o de la cal viva, pero por desgracia suya, aquellos partidos son todavía los más votados por los ciudadanos. Sin ellos, nada se puede construir.

Y aquí llegamos al papel de la Corona. En la tan elogiada Transición el papel del Jefe del Estado fue crucial para pasar de una dictadura a una democracia. Las circunstancias hoy son muy diferentes a las de 1975 pero quizás Felipe VI está llamado a desempeñar un papel un poco más protagonista que el que está teniendo en estos momentos. En Catalunya, en unas circunstancias similares, se encontró un Puigdemont que evitó nuevas elecciones. En España, hay que encontrar ese Puigdemont. Y la Corona tiene un papel a jugar. Puede ayudar y mucho.