La designación del candidato popular al Parlamento europeo ha sido un acierto por parte del señor Rajoy, porque se trata de una persona muy experimentada en los tejemanejes de la burocracia europea, además de gran experto en las políticas agrarias que, como es sabido, forman parte del núcleo duro de los presupuestos comunitarios. La famosa PAC, tan importante para Francia y Alemania y, en menor grado, para la agricultura española. No quiero decir que el candidato no sea idóneo para otros sectores; probablemente lo será, pero en ellos, la posición de España es más desvaída y menos determinante, como se comprueba cada vez que hay que negociar asuntos financieros, bancarios o industriales. Para el actual modelo de la UE, que el jefe del Ejecutivo considera adecuado y no se plantea su modificación, nadie mejor que el ministro de Agricultura, a notable distancia de los restantes candidatos. La cuestión es si los electores son favorables a éste modelo de Unión Europea que, cuando han venido mal dadas, ha puesto al descubierto sus enormes carencias y su falta de sensibilidad para con los ciudadanos que habían depositado su confianza en las instituciones europeas y que solo han recibido de ellas sartenazos económicos y restricción de sus derechos políticos y sociales.
Visión dogmática de Europa
Es muy frecuente referirse a Europa de forma unívoca y dogmática, dando por sentado que sólo es válido el proyecto existente al que se pone como ejemplo de toda clase de bondades. Desde luego esa es la posición del Gobierno español y, con matices, la de las restantes fuerzas parlamentarias. Por eso, la ventaja del Partido Popular parece indiscutible, ya que los demás van a rebufo de las políticas oficiales sin tomarse la molestia, quizás porque no lo creen necesario, de enmendar la plana a lo que se ha venido haciendo con el proyecto europeo durante años. Esas actuaciones han convertido a la UE en una pesadilla para las clases medias y populares que, con su empobrecimiento, están pagando la factura más onerosa de la crisis financiera engendrada por las políticas crediticias expansivas previas a 2007. España y su sistema bancario fueron la punta de lanza de tales políticas y bien caro lo estamos pagando. De ahí que resulte chocante observar que en nuestro país no germinen alternativas serias a lo que viene sucediendo, más allá de leves críticas a cosas puntuales de las políticas comunitarias. No sólo eso, se sigue vendiendo la idea de que el tinglado comunitario es el mejor de los mundos y pobres de aquellos que dejen de pertenecer a él. Increíble, pero la propaganda es la propaganda. En realidad, el mejor objetivo para el futuro sería quitar la idea de Europa de las manos de quienes, con sus numerosos errores, están poniendo en peligro la estabilidad política y social del continente.
Porque parece claro que otro modelo europeo no sólo es posible, sino que es muy deseable, para no terminar perdiendo un proyecto que tan buenos frutos produjo en sus primeras décadas de funcionamiento. En éste caso, echar la vista atrás es un ejercicio saludable para entender cuánto se ha perdido y cuántos riesgos se están corriendo por ello. Eso explica que las opiniones públicas se vayan distanciando progresivamente de las instituciones comunitarias a las que se considera una cáscara lujosa y costosa que envuelve el fruto amargo que se nos está haciendo tragar en dosis indigeribles. Ahora están en duermevela por mor de la consulta del 25 de mayo próximo, pero, que nadie se engañe, no hay el menor atisbo de que las opciones presuntamente mayoritarias tengan intención de revisar lo actuado. Sólo aquellos gobiernos nacionales que resulten dañados por sus electores estarían en condiciones de impulsar los cambios que el núcleo duro de la UE, Alemania y sus satélites, impedirán mientras puedan, entre otras cosas, porque a ellos les va bien, aunque tampoco es que estén tirando cohetes.
España, sin debate sobre el modelo europeo
Como decía, España ha sido uno de los ejemplos más claros de la simbiosis de las políticas europeas y unas políticas nacionales trufadas de contenidos especulativos. Los resultados han terminado por descoyuntar a la sociedad española, creando mayores desigualdades y cegando las esperanzas de un futuro mejor para las nuevas generaciones. Es sorprendente la ausencia de debates sobre ello, teniendo en cuenta que los españoles de ahora y del futuro se tendrán que conformar con adaptarse a vivir en una economía de subsistencia para una población menor de cuarenta millones de personas, de las que trabajen alrededor de quince millones. Lo que exceda de ahí es lo que habrá quedado por el camino y, como se dice coloquialmente, ya no figura en la agenda de los gobernantes. Todo tendrá que encogerse y el Estado también, aunque, lamentablemente, la reducción de éste no afecta a su estructura, sólo a los servicios que presta. Es verdad que eso no es sostenible, pero perdurará mientras el cuerpo electoral aguante y los acreedores lo sigan financiando. Y en éste inmovilismo, el partido del gobierno tiene más posibilidades que sus febles adversarios.
Lo dicho: en términos de resistencia, de aceptación de los modelos vigentes y del escaso interés por las consecuencias de las políticas europeas, la candidatura del gobierno es acertada y en perfecta sintonía con el discurso de su presidente. Este se encuentra cómodo con esa Europa y a ella se encomienda para que le saque las castañas del fuego que le aguardan en los meses próximos. Lo de lograr el favor de los electores, ya se verá.