Tras casi dos meses de intensas protestas en Chile -que están haciendo retroceder al gobierno derechista de Piñera- la brutal represión por parte de las fuerzas policiales alcanza cifras de espanto. La violencia de los carabineros, el militarizado cuerpo represivo heredero de la dictadura de Pinochet, se ha cobrado 23 muertos, cientos de heridos de bala o de perdigones, así como numerosas denuncias de atropellos, palizas, torturas y violaciones.
Chile es «un verdadero oasis de estabilidad», dijo Sebastián Piñera hace muy pocos meses, un tiempo que ahora parece muy remoto. El «oasis» descansaba sobre un polvorín de antagonismos que acabó por estallar. Las clases populares chilenas se han hartado de un perpetuo empobrecimiento, de unas condiciones de vida permanentemente degradadas a costa del saqueo de la oligarquía y del capital extranjero.
Ese polvorín no es nuevo: lo creó la dictadura de Pinochet (1973-1990). Durante 30 años de régimen democrático, los distintos gobiernos -conservadores o socialdemócratas- se han cuidado muy bien de no tocar los fundamentos que permiten a las clases dominantes ejercer un asfixiante dominio sobre los trabajadores. Se ha mantenido intacta una Constitución redactada por el dictador, y sobre todo, a un ejército y a una policía -los carabineros- que se han mantenido fieles a una tradición fascista, al culto a la represión, al miedo y a la fuerza bruta.
Tras 45 días de intensas protestas ciudadanas, el Instituto de Derechos Humanos de Chile (INDH) ofrece cifras estremecedoras de violencia policial: 23 muertos y 2.300 heridos, 1.400 de ellos de bala.
Desde las primeras semanas -en las que Piñera dijo «declarar la guerra» a los alborotadores- los Carabineros y fuerzas militarizadas han reprimido a los manifestantes con mano dura, con tanquetas que lanzan agua a presión y bombas lacrimógenas; con escopetas de balines o perdigones que se disparan a la altura de la cabeza; y con palizas propinadas con porras y bastones extensibles. Hay videos virales que muestran a los carabineros atropellando con sus motocicletas a los manifestantes caídos en el suelo, aplastando con las ruedas delanteras sus estómagos y rompiendo sus costillas. En otros se pueden ver detenciones nocturnas y persecuciones dignas de la dictadura de los 70.
En los actos de protesta contra Piñera, los ojos vendados se han convertido en un símbolo de resistencia. La razón son los más de 300 casos de traumatismo ocular severo: la policía dispara directamente perdigones al rostro de los manifestantes, o bombas lacrimógenas a quemarropa.
Miles de mujeres en todo el mundo están entonando un canto de protesta, «Un violador en tu camino». Se refiere a los numerosos casos de denuncias de abusos y agresiones sexuales por parte de los carabineros a las mujeres detenidas en las movilizaciones. El INDH documenta 79 querellas por violencia sexual contra manifestantes. La famosa cantante chilena Mon Laferte quiso denunciar estos hechos mostrando en la gala de los Grammy Latinos su pecho desnudo con un contundente mensaje en su cuerpo: «en Chile torturan, violan y matan».
Esto se suma a las 369 querellas presentadas por torturas y tratos crueles en calabozos, comisarías y centros de detención. Esta es la cruel herencia de una dictadura -la de la clase dominante chilena, aliada y dependiente de EEUU- que ha cambiado de régimen, pero no de aparatos represivos.