Brexit

Brexit… con acuerdo

Abusando de un simbolismo algo trasnochado, Boris Johnson y los negociadores de la UE alcanzaron en la madrugada de la Nochebuena, como en el Cuento de Navidad de Dickens, el acuerdo que pone fin a uno de los procesos de negociación más largos, tortuosos e inquietantes que se recuerdan. Al final lo que se ha impuesto no es la sensatez, sino los intereses de la nueva administración Biden, que se jugaba mucho en este acuerdo: atraerse de nuevo a la UE al redil de los aliados, rediseñar el nuevo papel de Gran Bretaña en su estrategia global e impedir la reapertura de conflictos, como el de Irlanda, que costó décadas cerrar.

Tras un año de suspense, todo tipo de alternativas y añagazas, retos y desplantes, amenazas y discordias, Gran Bretaña y la Unión Europea han llegado a un divorcio “amistoso”, tras la firma de un tratado comercial que regirá las relaciones económicas y comerciales entre las dos partes en los próximos años. 

Gran Bretaña, a todos los efectos, ya no es miembro de la UE, ni se rige por sus normas y tratados. La UE ha perdido a la que era su segunda mayor economía, su principal socio militar y un centro financiero global, un país en el que el resto de naciones que permanecen en la UE tiene invertidos más de 700.000 millones de euros y al que exportan cada año por valor de 300.000 millones. 

Con el acuerdo firmado se ha evitado una ruptura total, lo que en algún momento se llegó a llamar Brexit salvaje, que hubiera obligado a plantearse las relaciones con Gran Bretaña prácticamente “desde cero”, como un país extranjero más, con una frontera dura, aranceles para cada producto importado o exportado, aduanas burocráticas e intransigentes, control absoluto de fronteras… lo que hubiera supuesto un golpe de consecuencias incalculables para el comercio (en una y otra dirección) y un problema muy serio para los más de tres millones de europeos que viven y trabajan en Reino Unido.

El acuerdo no evitará muchas de estas cosas, pero en principio garantiza cierta fluidez para el tránsito de mercancías, capitales y personas, así como mecanismos rápidos de arbitraje para los conflictos que se presenten. Lo que el acuerdo no ha evitado es el incremento del papeleo y la burocracia, pues a pesar de que se han evitado los aranceles, se mantiene nuevos y rigurosos controles, que obligarán a las empresas a gastar más dinero que antes para conseguir lo mismo. 

Aún quedan por conocer muchos detalles y toda la letra pequeña de un acuerdo de 1250 páginas, que se ha tejido hilo a hilo y línea a línea para que pueda ser aprobado tanto por el Parlamento Europeo como, sobre todo, por el británico, donde aún resuenan las voces ardientes en pro de una ruptura radical de los muchos eurófobos que todavía se sientan en el Parlamento británico, y que aún pueden darle más de un quebradero de cabeza a Boris Johnson en el trámite de aprobación. 

Las turbulentas negociaciones a contrarreloj (el acuerdo debía firmarse antes del 31 de diciembre) dieron un cambio de rumbo radical tras las elecciones norteamericanas del 3 de noviembre que anunciaron la salida de Trump de la Casa Blanca. Trump dio aliento al Brexit antes incluso de ser presidente en 2016, lo convirtió en el emblema de su actitud hostil hacia la UE, ayudó a sostenerlo cuando el parlamento británico se bloqueó, promovió la caída de Theresa May y la llegada de Boris Johnson a primer ministro y alentó a este a que diera un portazo total a Europa, para firmar a continuación un tratado de libre comercio con EEUU que diera entrada al capital y las grandes empresas norteamericanas en todas las arterias vitales de la economía británica. Su derrota y su caída han modificado el signo de la partida. A la semana de las elecciones americanas, era “despedido” de Downing Street el principal asesor de Johnson, artífice de la victoria del Brexit y partidario incondicional del Brexit salvaje. Fue una señal inequívoca de que el viento cambiaba de dirección. Biden ya había anunciado que quería un acuerdo con la UE y que no se tocara la cuestión irlandesa. Jonhson no se ha atrevido a seguir jugando en solitario, y vivir enfrentado a la vez a la UE y a EEUU, en unos momentos en que la economía británica hace aguas por todas partes y sufre una de las peores caídas, a consecuencia de su pésima gestión de la pandemia de Covid.

El acuerdo final ha sido recibido con alivio tanto en Bruselas como entre la patronal británica, que venía semanas lanzando señales de alerta ante lo que podría suponer la quiebra radical de los vínculos económicos y comerciales con la UE, donde se ponía en juego el 25% del PIB británico y los casi 200.000 millones de euros anuales de las exportaciones a la UE.

El pacto logrado no resuelve, sin embargo, la incógnita de cuál será el nuevo papel que Gran Bretaña va a desempeñar en Europa en el futuro. Aun estando fuera de la UE, Reino Unido sigue siendo una importante potencia europea. Como le recordó Macron a Johnson, “la geografía pesa”, y es un factor ineludible. Por otro lado, está por ver cuál será el papel que la nueva administración americana desee dar a su “más fiel aliado”. Por el momento, le ha hecho un guiño a la UE, favoreciendo un acuerdo que Bruselas deseaba. Pero eso no significa que la oveja descarriada vaya a volver al redil. Ni que las relaciones de la UE con Gran Bretaña vayan a ir como la seda. Aun fuera de la UE, Reino Unido seguirá siendo una china en el zapato de la construcción europea, y, si las cosas le van bien, un “ejemplo” que podría ser seguido por otros en el futuro: será todo un símbolo de que se puede escapar a la “bota alemana” o seguir rodando sin necesidad del “eje franco alemán”.