El primer viaje de Estado del presidente brasileño lo lleva a Washington

Bolsonaro en Washington

La primera visita de Estado del recientemente elegido presidente brasileño, Jair Bolsonaro, no podía ser otra que Estados Unidos. El ultraderechista nunca ha ocultado el magisterio que Donald Trump ejerce sobre él y las «especiales relaciones» -en lo económico, político y militar- que busca que tenga Brasil con la superpotencia. En la visita, además de múltiples acuerdos comerciales y de cooperación, se ha sugerido la posibilidad de que Brasil acabe ingresando en la OTAN.

«Por primera vez en mucho tiempo, un presidente brasileño que no es antinorteamericano llega a Washington. Es el comienzo de una alianza por la libertad y la prosperidad», dijo a los medios Bolsonaro, nada más aterrizar en EEUU. “Tenemos una gran alianza con Brasil, mejor que nunca. Es una oportunidad verdaderamente histórica de forjar lazos aún más fuertes entre nuestras dos grandes naciones”, concedió el inquilino de la Casa Blanca poco después. Son más que declaraciones. Las convulsiones políticas que ha vivido Brasil desde hace tres años -que arrancaron con el impeachment golpista a Dilma Rousseff, que continuaron con la fraudulenta farsa judicial que ha llevado a Lula a la cárcel, y que han culminado con la llegada de Bolsonaro al Palacio de Planalto- tenían como objetivo devolver a Brasil a la órbita de la superpotencia norteamericana.

Entre Trump y Bolsonaro hay mucho más que sintonía ideológica y semejanzas en sus estilos políticos: hay una relación de clase, de alianza y dependencia, de colusión y subordinación. Ambos se han conjurado contra el avance de la lucha de los pueblos, contra la corriente revolucionaria, progresista y antihegemonista que llevó en la década pasada a que la mayor parte de los países de América Latina estuvieran gobernados por opciones abierta o marcadamente rebeldes contra EEUU. 

Lo dicen ellos mismos. Ambos han acordado formar un eje «contra el socialismo» en su primera reunión. «Más y más gente está abriendo sus ojos frente a la realidad del socialismo», dijo Bolsonaro ante las cámaras, mientras que Trump subrayó que «el crepúsculo» de esa ideología «ha llegado a este hemisferio». No se referían solo a Venezuela: saben que tienen enfrente a otros gobiernos, y sobre todo a millones de personas organizadas en todos los países del continente hispano.

Bolsonaro se ha ido de Washington con dos premios del Imperio: la promesa de Trump de apoyarle en su intento de acceder a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y un acuerdo para designar a Brasil como aliado militar estratégico fuera de la OTAN. 

El primero significa que Bolsonaro busca vincular de forma mucho más profunda a la economía brasileña con la norteamericana. Además de entrar en la OCDE, el gobierno de Bolsonaro ha firmado acuerdos en defensa que permitirán al potente sector aeronáutico brasileño participar en licitaciones del Pentágono y comprar material estadounidense a mejores precios. Por su parte EEUU ha conseguido poder utilizar la base espacial militar de Alcántara, en el noroeste de Brasil, para lanzar satélites comerciales.

El acercamiento de Brasil a la órbita del gran capital norteamericano cuenta con un obstáculo: años de políticas del PT y de pertenencia de Brasil al club de las economías emergentes del Tercer Mundo, los BRICS, han hecho que a día de hoy sea China, y no EEUU, el primer socio comercial del gigante latinoamericano. Por muy proyanqui que sea Bolsonaro, la oligarquía financiera de Brasil no quiere ni puede romper sus negocios con China, por ejemplo en el estratégico sector de las tecnologías 5G, donde Huawei puja en las subastas por obtener las bandas de frecuencia que le permitan operar en Brasil. 

Pero Bolsonaro tiene la firme intención de alejar Brasilia de Pekín. Su ministro de economía -un ultraliberal formado en Chicago, Paulo Guedes- ha  detallado cómo «el gobierno piensa diversificar sus relaciones comerciales» e ir distanciándose de China.

En cuanto a lo militar, aunque solo se sugirió la integración futura en la Alianza Atlántica -«tendría que hablar con mucha gente», dijo Trump- el estatus de «aliado estratégico» de la OTAN abre la puerta a maniobras conjuntas y la entrega de excedentes de defensa, que convertiría a Brasil en el segundo país latinoamericano en conseguirlo después de Argentina. Y sobre todo significa una multiplicación de la ya muy intensa intervención del Pentágono en las entrañas del ejército carioca.

Otro punto de la agenda de Trump y Bolsonaro fue -cómo no- Venezuela. El ultraderechista carioca se ha alineado con Washington en su estrategia de acoso y derribo al gobierno bolivariano, reconociendo a Juan Guaidó y ofreciéndose a apoyar a EEUU en el frente político y diplomático contra Maduro. Pero ha marcado distancias con Washington ante la posibilidad de una intervención militar: ni siquiera Bolsonaro quiere participar en algo así.