El presidente de Bolivia Evo Morales lidera la intención de voto para obtener su cuarto mandato consecutivo en las próximas elecciones del 20 de octubre. Pero sus perspectivas se podrían complicar si los resultados le llevan a una segunda vuelta de desempate, donde una eventual suma de votos de la derecha podría arrebatarle el triunfo. Conforme se va aproximando la fecha electoral, la oposición y los centros de poder, dirigidos desde Washington, maniobran para socavar la popularidad de Morales.
Tras trece años gobernando, con una economía creciendo al 4% junto a la paulatina pero sustancial mejora de las condiciones de vida de las clases populares, el Movimiento Al Socialismo (MAS) del presidente Evo Morales se mantiene hoy como la principal fuerza política en el país con vista a los comicios generales del próximo 20 de octubre.
Una reciente encuesta del diario local Página Siete da a Morales una intención de voto del 35%, seguido del opositor Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana, CC) con el 27% y tras él el candidato del Movimiento Demócrata Social, Óscar Ortiz, con un 11%. La encuesta muestra también una enorme bolsa de indecisos: hasta un 24% de bolivianos aún no han decidido su voto, algo que podría ser decisivo.
La ley electoral boliviana establece que para obtener la presidencia en la primera vuelta, el candidato más votado tiene que sacar el 50% de los votos válidos, o bien un 40% de los sufragios si consigue una ventaja de al menos 10% por encima de su inmediato perseguidor.
Hasta ahora Evo Morales había superado con nota este trámite. En su primer ascenso a la presidencia, en diciembre de 2005, barrió a sus rivales con un masivo apoyo del 53,7%, hito que rompería en 2009 con el 64,2% de los sufragios y en 2014 con el 61,3%. Evo conserva un granero de voto rural (donde vive el 40% de la población del país) con cifras de 80 y 90% de adhesión. En general, la Bolivia india, campesina y de bajos ingresos, es el electorado constante y fiel del primer presidente indígena en 194 años de historia del país.
Pero contando con este «factor incógnita» (nunca recogido del todo fielmente en las encuestas), es probable que haya una segunda vuelta para el 15 de diciembre. Y ahí es donde las cosas se complican considerablemente para el MAS, ya que permitiría la unificación de la oposición, ahora dividida en varias facciones. Distintos sondeos indican que en ese caso, el opositor Mesa se impondría con el 45 %, frente al 38 % de Morales.
«Guerra de desgaste» de la oposición
Las elecciones presidenciales de 2019 se presentan por tanto como las de resultado más incierto de los últimos años, las primeras en más de una década en las que la derecha, la oligarquía criolla y los centros de poder imperialistas acarician la posibilidad de hacer caer a un MAS que ha llevado a Bolivia a ser uno de los referentes del frente antihegemonista latinoamericano, y que ha logrado para el país cotas de soberanía, independencia y desarrollo económico nunca vistas.
Esta batalla ha estado precedida por una pugna legal para impedir que Evo Morales -una figura de enorme prestigio y tirón electoral entre amplios sectores del electorado- pudiera presentarse a un cuarto mandato. La derecha boliviana demanda que se respeten los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016, según los cuales Morales no puede postularse en las elecciones de 2019; sin embargo, un fallo del Tribunal Constitucional reconoció el año pasado el derecho de Evo a postularse para unas nuevas elecciones: una decisión que ha sido respaldada por la ONU.
En las últimas semanas, coincidiendo con el arranque de la campaña electoral (empezó en julio), los ataques al MAS se han centrado en el culpabilización del gobierno de Morales por los incendios forestales en el territorio amazónica de Bolivia. La campaña -en la que el líder opositor, Carlos Mesa, ha tenido un papel protagonista- ha ido desde las críticas «por su tardanza en la toma de decisiones» hasta inauditas acusaciones de «haber propiciado los fuegos para la siembra de coca».
Mientras que en la vecina Brasil, el gobierno de Bolsonaro -en una evidente actitud de desprecio y hostilidad al medio ambiente y a las comunidades indígenas, cuando no de complicidad con los intereses económicos que están prendiendo fuego a la selva- ha despreciado la cooperación internacional para apagar los fuegos, Bolivia ha movilizado a su ejército y ha empleado más de 11 millones de dólares para sofocar las llamas, aceptando toda ayuda de la comunidad internacional.
La continua guerra de desgaste de la popularidad de Evo Morales por parte de la derecha boliviana sigue todas las pautas de los manuales de ‘golpe blando’ de los centros de intervención hegemonista. Utilizan una combinación de furiosos ataques de la oposición, un permanente hostigamiento de los medios de comunicación y esporádicos estallidos de movilizaciones de la «sociedad civil» para erosionar y posteriormente hacer caer a gobiernos desafectos al poder de Washington.