El fracaso de May debilita en el exterior la línea Trump, ya suficientemente cuestionada en el frente interno.
Contra las previsiones de la premier británica, Theresa May, y de todas las encuestas que llegaron a pronosticarle una ventaja de hasta 20 puntos sobre los laboristas, los resultados de las elecciones han supuesto, además de una auténtica bofetada a May, un agravamiento de la división y la crisis política generada por el triunfo del Brexit en el referéndum. Pero más allá de la política interna del Reino Unido, el estrepitoso fracaso de May – una ajustada victoria pero en realidad una contundente derrota– tiene una importante dimensión internacional. El más estrecho e incondicional aliado de Trump en el nuevo orden global que intenta diseñar ha quedado gravemente debilitado. Como ha dicho la prensa alemana estos días, el resultado ha sido recibido con un velado júbilo en la cancillería germana.
Los errores de la campaña de May han sido demoledores. Negándose a debatir con los otros candidatos, anunciando un programa de nuevos recortes sociales, gestionando catastróficamente los dos atentados terroristas cometidos durante la campaña, haciendo suyo una parte importante del programa del partido eurófobo y racista UKIP o incluyendo un nuevo impuesto para jubilados y dependientes denunciado inmediatamente como “dementia tax” (“impuesto sobre la demencia”) que le granjeó el rechazo de parte de sus votantes y al que uno de sus propios ministros calificó de “error mostruoso”. Ni siquiera los hundimientos electorales del UKIP y del Partido Nacionalista Escocés, le han evitado la pérdida de 12 escaños y de la mayoría absoluta.
El Partido Laborista, por el contrario, bajo la dirección y el programa escorado a la izquierda por un Corbyn al que élites de su partido han boicoteado lo indecible, gana 21 escaños y, aunque todavía lejos de los conservadores, se consolida como una oposición sólida e implacable.
Mucho más teniendo en cuenta las tendencias “caníbales” que están en el ADN del Partido Conservador. De los tres gobernantes conservadores en las últimas cuatro décadas dos de ellos, Margaret Tatcher y David Cameron no llegaron a ser derrotados por su oponente laborista porque fueron obligados a dimitir por su propio partido. Mientras que la derrota electoral de John Major ante Tony Blair fue provocada por la rebelión y división en sus propias filas. Desde esta perspectiva, las expectativas de Theresa May como primera ministra van a estar sometidas desde el principio a fuertes tensiones internas, quedando en entredicho su futuro político de líder del Partido Conservador como ya se han apresurado a anunciar muchos de sus dirigentes.
Con el fracaso de May la precariedad e inestabilidad del nuevo mapa político se apoderan de Gran Bretaña en los dos años tan delicados como decisivos en que deben negociarse las condiciones de su salida de la Unión Europa. Pero además, uno de los aliados fundamentales (y escasos) de Trump y su línea de rediseñar el orden mundial, socavando a Alemania, aumentando el reforzamiento militar propio y el de los vasallos o poniendo trabas a la globalización e impulsando el proteccionismo comercial sale enormemente debilitado. Y con ello las posibilidades de Trump de utilizar a Reino Unido como punta de lanza de su nueva política quedan notablemente disminuidas.
Lo que lleva, inevitablemente, a preguntarse por el papel que han jugado los atentados terroristas en Manchester y Londres en plena campaña electoral. Los españoles ya conocemos, por propia y trágica experiencia, los efectos que pueden tener en un resultado electoral. 24 horas antes del 11-M Rajoy le llevaba una ventaja de 5 puntos a Zapatero. En las elecciones tres días más tarde, y después de la catastrófica gestión del atentado de Aznar y su gobierno, Zapatero sacó 5 puntos de ventaja a Rajoy.
Es imposible no advertir las similitudes entre una y otra situación. El terrorismo apareciendo como un “arma de destrucción masiva” electoral. En la lucha de clases –y mucho más en el terreno político, la lucha por el poder– difícilmente existen las casualidades. Y mucho más cuando se trata de las oscuras y siniestras tramas que mueven el terrorismo apareciendo en el lugar y el momento precisos para provocar un terremoto político. No es un secreto para nadie los hilos ocultos que, de una u otra manera, conectan el yihaddismo con las agencias de inteligencia norteamericanas, la CIA o la NSA. En este sentido, no es en absoluto descartable la utilización del terror como medio de debilitar a Trump. Puede parecer monstruoso, y ciertamente lo es. ¿Pero desde cuándo el hegemonismo se ha detenido en barreras morales para conseguir sus objetivos? Si hay que invadir militarmente un país, se invade. Si hay que cercarlo por hambre se le cerca. Si hay que dar un golpe de Estado, se da. Si hay que asesinar a un dirigente se le asesina. Si hay que inocular una dosis de terror se inocula.
Y dado el feroz antagonismo y la cruenta batalla contra Trump que están protagonizando importantes sectores de ese “Estado profundo” –como lo califica la propia prensa de EEUU– no es una hipótesis en absoluto descartable que algunos de estos hilos hayan sido activados para provocar el efecto deseado.
Sea como fuere, el hecho es que el fracaso de May debilita en el exterior la línea Trump, ya suficientemente cuestionada en el frente interno. Añadiendo así nuevos factores de caos y tensión en el orden mundial.