Cuando “La escopeta nacional” se estrena en 1978 se transformó en el mayor éxito comercial de la carrera de Luis García Berlanga. La sociedad española necesitaba burlarse de forma descarnada de las élites de un régimen fascista vigente durante cuatro décadas. Destrozar la hipócrita fachada con la que se recubrían, y dejar al descubierto sus miserias, su carácter ridículo.
Y nadie mejor que Berlanga para ejecutar ese imprescindible exorcismo social.
Ahora podemos volver a verla en cines, en una copia restaurada presentada por A Contracorriente films.
Las cacerías franquistas -donde se reunían las élites económicas y políticas, y en las que se amañaban fabulosos negocios o inesperados cambios de gobierno- son el microcosmos que Berlanga disecciona para ofrecernos un demoledor retrato de las basuras que esconde el poder.
Y no hay títere, sector o círculo de poder, que quede con cabeza.
Vemos a una aristocracia terrateniente, acostumbrada a detentar el poder durante siglos, ya arruinada y decrépita, que alquila al mejor postor su pasado y ya inexistente lustre.
A una iglesia representada por el más esperpéntico cura trabucaire, que exhibe un ultra reaccionario y carpetovetónico carlismo que ya se había convertido, a principios de los setenta, en una antigualla.
A los banqueros y sus gestores, los que de verdad mueven los hilos, solo preocupados por el beneficio rápido, utilizando al Estado -sea bajo uno u otro régimen- para multiplicar, por vías legales o casi siempre ilegales, sus fabulosas ganancias.
A un franquismo que relega a los falangistas para encumbrar a los tecnócratas opusdeístas, que llevan en una mano el catecismo y en la otra la hoja de cálculo de los grandes bancos o inversores extranjeros a los que representan.
Y en medio de ese marasmo, Jaume Canivell, el empresario catalán que al tiempo que dona dinero para la “escola en català” busca acercarse a los círculos más selectos de la dictadura para abrir paso a sus negocios. Ha pagado la cacería, corriendo con todos los gastos, intenta por todos los medios intimar con el ministro falangista y acaba poniéndose la chaqueta del Opus cuando el ministerio cae en sus manos.
Están todos los que cuentan, en las postrimerías del franquismo, preparándose ya para seguir mandando en el nuevo régimen.
En “Bienvenido Mr Marshall”, “Plácido” o “El verdugo”, Berlanga mira más hacia abajo, a personajes populares. Con “La escopeta nacional” dirige sus ojos hacia arriba, retrata al poder, y entonces su mirada se vuelve más descarnada, más cruel, menos compasiva.
Berlanga desvela que los que se presentan como poderosos y temibles son en realidad esperpentos ridículos y putrefactos
Esta expresión –“la escopeta nacional”– ha pasado ya a incorporarse al lenguaje popular, para definir el esperpento y los trapicheos del poder. Este es el mayor logro de la película. No retrata únicamente a las élites del tardofranquismo. Es una demoledora mirada hacia el poder de cualquier época y lugar. Afirmando que los que se presentan como poderosos y temibles son en realidad esperpentos ridículos y putrefactos. Burlarse despiadadamente de ellos, como hace Berlanga, es revolucionario. Sigue, de una forma muy personal, la estela de Lorca, Dalí o Buñuel, cuando en la Residencia de Estudiantes se referían a las élites del poder como “los putrefactos”. Siguen siendo, en 1928, en 1978 o en 2021, ridículos y putrefactos.
Y trituran a todo el que se les acerca. Como a ese empresario catalán, magistralmente interpretado por José Sazatornil, que es reiteradamente humillado, no consigue nada de lo que se proponía, y acaba la cacería más pobre, económica y moralmente, que antes.
Liberado del corsé de la censura, Berlanga, junto a la afilada y ácida pluma de Rafael Azcona, puede dar rienda suelta a su vena más ácrata, levantando lo que es un extraordinario esperpento mediterráneo, entre Valle Inclán y unas fallas donde se queman todos los ninots, sin indultar a ninguno. Donde no admite límite alguno, ni político, ni moral, ni sexual.
Necesitamos una “escopeta nacional” que mire a las élites de hoy con la misma libertad y sana mala leche que nos ofreció Berlanga
Servido a través de una sabiduría cinematográfica que muy pocos pueden alcanzar. Con un magistral dominio del plano secuencia que nos ofrece una historia coral que fluye a borbotones, como la vida. Y en la que vuelven a brillar un extraordinario elenco de actores, desde “Saza” a López Vázquez, Agustín González, Antonio Ferrandis, Luis Cigés, Amparo Soler Leal, Chus Lampreave… o el hallazgo de un Luis Escobar que jamás se había puesto delante de una cámara, y que es la mejor encarnación de ese marqués decrépito, libertino y sádico.
“La escopeta nacional” nos ofrece una descarnada forma de mirar al poder. Lo que necesitamos es aplicarla a la actualidad, levantando una “escopeta nacional” que mire a las élites de hoy con la misma libertad y sana mala leche que nos ofreció Berlanga.
El legado secreto de Berlanga
La caja 1.034 depositada en el Instituto Cervantes contenía el legado de Berlanga. Debía ser abierta cuando se cumpliera el centenario de su nacimiento. Uno de sus hijos, Jorge, también ligado al cine, advertía en el más puro estilo berlanguiano que podía contener “un guion, unas memorias o un mensaje demoledor a la humanidad”.
Ya sabemos lo que guardaba. En una ceremonia amenizada por las notas de una banda de música valenciana, se ha abierto, desvelando el secreto.
Contenía un ejemplar de la revista francesa L’Avant-scène con el guion de “El verdugo”; una biografía de Berlanga escrita por Antonio Gómez Rufo, significativamente titulada “Contra el poder y la gloria”; y el guion de la cuarta parte de la saga que se inició con “La escopeta nacional”, y que debía titularse “¡Que viva Rusia!”.
Podrán verse en la exposición que la Academia de Cine dedica al director valenciano: “Berlanguiano. Luis García Berlanga (1921-2021)”.
Lo más berlanguiano de su legado son sus películas, que vuelven a sorprendernos cada vez que nos acercamos a ellas, comprobando su rabiosa actualidad.