En contra de las primeras versiones, que trataban de explicar la muerte de Gadafi como consecuencia del bombardeo por aviones de la OTAN a un convoy militar, el vídeo grabado por sus propios ejecutores muestra a un Gadafi capturado vivo, linchado y ejecutado con un tiro de gracia por sus captores.
¿Consecuencia de la ira popular como han querido hacernos creer? ¿O mandato dado para que el líder libio sirva de escarmiento en cabeza ajena?«Un Gadafi vivo hubiera sido un peligro para muchos» Las imágenes –terribles– de un Gadafi primero linchado, después rematado de un tiro de gracia y mas tarde exhibido como un trofeo ante una turba de energúmenos encierran varios mensajes. Y cada uno de ellos es todavía más terrible, si cabe, que las imágenes emitidas. En primer lugar, un Gadafi vivo hubiera sido un peligro para muchos. Porque ante un tribunal bien habría podido relatar lo mucho que sabía sobre las estrechas relaciones entre su gobierno y la CIA en los últimos años, desde que recompuso sus relaciones con Washington y fue sacado por éste del listado de “terroristas internacionales”. O con el gobierno y los servicios de inteligencia británicos. Por no hablar del apoyo abierto o encubierto de Sarkozy a todos aquellos que en el Norte de África constituían un dique contra el ascenso de los “barbudos” (los islamistas radicales). O de sus privilegiadas relaciones con la Italia de Berlusconi y la mafia. O podría haber recordado quiénes son y que tareas desempeñaron en su régimen Mahmoud Jabril y Mustafá Jalil, principales líderes visibles del Consejo Nacional de Transición y anteriormente fieles servidores y agentes de Gadafi como ministros de Economía y Justicia, respectivamente.Algo que Washington ya ha aplicado con eficacia con otros “muñecos diabólicos” como el general Noriega, quien de ser el mas eficaz agente de la CIA en Panamá, al convertirse en su presidente, acabó convertido en un estorbo. Noriega pudo salvarse del bombardeo de la ciudad de Panamá con el que EEUU buscaba asesinarlo, sin embargo desde 1989 lleva encarcelado alternativamente en cárceles norteamericanas y francesas sin haber sido sometido nunca a un juicio mínimamente creíble. O como Saddam Hussein, agente directo de Washington durante la guerra de ocho años contra Irán, promovida por EEUU y la URSS para contener la expansión de la revolución antihegemonista de Jomeini en Oriente Medio. De su defensa política en el juicio, ante un tribunal secreto compuesto por lacayos de EEUU y verdugos a su servicio, se ocuparon muy mucho que no trascendiera nada para terminar ahorcado de modo infamante y ante los ojos de todo el mundo. Por no mencionar Bin Laden, agente reclutado, formado, armado y financiado por la CIA durante la guerra de Afganistán contra la invasión soviética y cuya familia sigue siendo socia del ex presidente Bush en la industria petrolera. Asesinado en una operación más propia de gángsteres para que no hablase en un proceso y pudiera desvelar los múltiples lazos que históricamente lo habían unido con los más oscuros sótanos de poder del Imperio.
Ahora, apoyándose en la barbarie y el odio intertribal, EEUU, Francia e Inglaterra se han desembarazado de un personaje que, como prisionero, era para ellos un peligro. Y al hacerlo han enviado un tétrico mensaje. Este es el destino de todos aquellos que, por una u otra razón, se atreven a desafiar o resistirse a los designios del hegemonismo. El tunecino Ben Alí no lo hizo, abandonó rápidamente el poder a la menor indicación de Washington y hoy disfruta de un exilio dorado en Arabia Saudita. Mubarak se resistió algo más, y por eso hoy sufre prisión, aunque edulcorada por el exquisito trato carcelario que le proporciona el ejército y los cientos de millones de dólares que su familia ha logrado amasar y poner a buen recaudo. Pero el mensaje para los Assad sirios, los Salehs yemeníes o cualquier otro que pretenda resistirse a los planes de Washington, no admite dudas: ya saben lo que puede llegar a ocurrirles si persisten en ella. «Su asesinato es todo un síntoma de hacia donde se dirige la nueva Libia» Gadafi no muere, desde luego, como el heroico líder de la resistencia al imperialismo italiano Omar Mukhtar (el famoso León de Desierto) ahorcado en 1931 por los fascistas. Sino como un dirigente que antes de ser asesinado por su antiguos protectores, socios y servidores fue responsable directo de innumerables crímenes y de traicionar y masacrar a su propio pueblo. Pero su asesinato es todo un síntoma de hacia donde se dirige la nueva Libia, cuyo acto fundacional es la ejecución salvaje e implacable que el imperialismo decreta contra los antiguos socios que ahora necesita desechar.Y también de hacia dónde trata de dirigir el mundo Washington –con Bush o con Obama, en esto no hay la más mínima diferencia entre ellos–: a un planeta donde el asesinato impune es la ley y el terrorismo de Estado la norma en las relaciones internacionales.