Aunque Trump se vista de seda…

Trump quiere, según Tillerson «volver a comprometerse con Europa», frente a la «recientemente resurgida amenaza que supone Rusia».

A pocos días de comenzar su gira europea, el secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, ha sacado su mejor guante de seda para acariciar los oídos del Viejo Continente. Trump quiere, según Tillerson «volver a comprometerse con Europa», frente a la «recientemente resurgida amenaza que supone Rusia». Al preparar así su gira por la UE, Tillerson parece pretender dos cosas: anunciar una mejora del trato que hasta ahora la administración Tump ha deparado a sus aliados europeos, y anunciar que la Rusia de Putin vuelve a ser una amenaza para la Casa Blanca. ¿Que hay de propagandístico y tacticista, o -por el contrario- de anuncio estratégico en estas palabras?

Por un lado, las elogiosas palabras de Tillerson hacia Europa buscan alisar unas relaciones transatlánticas que en el primer año de la era Trump han sido algo más que abruptas.

El presidente norteamericano felicitó a Reino Unido por la «liberación» que suponía el Brexit, proclamó a los cuatro vientos que «Europa es básicamente un vehículo para Alemania», o trató descortésmente a la canciller Ángela Merkel en su visita a Washington. Durante sus primeros doce meses Trump ha tensado activamente las costuras de la UE, haciendo gestos para degradarla en el terreno internacional, condición para poder someterla a tratos más depredadores y, sobretodo, a un mayor encuadramiento en los diseños bélicos del Pentágono. La exigencia -cada vez más imperiosa y finalmente resultante- de que los europeos de la OTAN debían pasar inmediatamente a gastar el 2% de sus PIB en gastos militares ha sido una constante este año.

Si Europa ha sido despreciada, el tono de la Casa Blanca con Rusia ha sido -hasta ahora- completamente distinto. Es de dominio público que desde su llegada al Despacho Oval, Trump ha intentado denodadamente dar un giro de 180º a las tensas relaciones que la línea Obama dejó con Moscú. El objetivo de la nueva política exterior del republicano es tratar de atraer a Rusia a un «frente mundial anti-China», el verdadero y principal oponente geoestrategico de la superpotencia norteamericana. Pero en este terreno, los resultados han sido magros, por no decir inexistentes. A pesar de que el mismo secretario de Estado, Rex Tillerson, fue escogido por su cercanía personal a Vladimir Putin, el Kremlin no parece haberse movido sustancialmente de su orientación estratégica: avance en sus áreas de influencia -disputándose con Washington zonas como Oriente Medio- y cooperación cada vez más estrecha con Pekín en múltiples terrenos.

Pero ahora podría pensarse que la UE y el Kremlin se han cambiado los papeles. Poco antes de partir para su gira Europea, en un discurso, pronunciado en el centro de estudios Wilson Center de Washington, Rex Tillerson afirmó que «junto con nuestros amigos en Europa, reconocemos la amenaza activa que supone Rusia, que recientemente ha resurgido (…) un peligro activo, frente al que Europa debe fortalecer la disuasión militar en el seno de la OTAN (…) Además de su invasión de Georgia en 2008 y de Ucrania en 2014, Rusia continúa su comportamiento agresivo hacia otros vecinos de la región, al interferir en procesos electorales y promover ideales no democráticos», afirmó Tillerson. “Necesitamos la fuerza y la cooperación de nuestros aliados. Compartimos amenazas comunes, tanto convencionales, como nucleares y cibernéticas. EEUU no puede hacer frente solo a todos los peligros”, remachó.

¿Significan las duras palabras de Tillerson hacia Rusia que Donald Trump ha abandonado sus pretensiones de atraer a Moscú a su diseño hegemonista?. Aún es pronto para decirlo. Pero lo que no hay duda es que la pragmática política internacional de Trump se está adaptando a la cruda realidad. Moscú es hoy mucho más oponente que aliado de Washington, y no parece que esa relación vaya a cambiar en el futuro inmediato. Por tanto, necesita encuadrar más firmemente a sus aliados europeos de la OTAN en que militaricen las fronteras con Rusia, o que intervengan más activamente en los escenarios de Oriente Medio o el norte de África, zonas de las que EEUU tiene que ir necesariamente retirando fuerzas para concentrarse en Asia-Pacífico y en la contención de China.

¿Significan las suaves palabras de Tillerson hacia la Vieja Europa que EEUU va a pasar a tratarla de nuevo con cierta deferencia, como en la época de la «hegemonía consensuada» de Clinton o de Obama?. Tal cosa es bastante improbable. Y es así, de nuevo, por la cruda realidad a la que se enfrenta la superpotencia norteamericana.

En el siglo XXI, el centro del mundo se está desplazando del Atlántico al área del Asia-Pacífico. Es en esta zona donde más se desarrollan las fuerzas productivas, y donde Washington se juega el mantenimiento de su hegemonía. Europa -cuyo peso relativo en la economía mundial merma al mismo tiempo que emergen los BRICS- tiende a tener una importancia cada vez más marginal en la geopolítica global y en los planes de Washington.

Al mismo tiempo, cuanto más se agudiza el declive norteamericano, tanto más crece la tendencia de Washington a subordinar los intereses de sus vasallos europeos, a incrementar el peso de sus tributos e intensificar el saqueo de sus economías, o a usarlos como peones en sus planes militares. Esta es la dirección inexorable de los planes de la superpotencia hacia Europa: degradarla para imponerle una mayor intervención, saqueo y encuadramiento.

Por eso no importa cuanta seda se ponga -en los guantes o en la lengua- la diplomacia estadounidense. Parafraseando al estadista británico del siglo XlX Lord Palmerston, «EEUU no tiene amigos, solo intereses».