«La Unión tiene una oportunidad única para corregir los errores que han condicionado su viabilidad desde el inicio. Y que ahora se han puesto de manifiesto. Algo que pasa por una cierta cesión de soberanía por lo que al control de las cuentas públicas se refiere, por una parte, y la adecuación de la moneda única a la realidad estructural de cada uno de sus miembros por otra»
Resolver la imosibilidad de que estas naciones puedan hacer frente a sus deudas a través de los mecanismos tradicionales, pasa por la creación de una dualidad monetaria en toda la Unión, con los países centrales manteniendo el actual euro y el resto adoptando una divisa devaluada de forma temporal, salvo para sus obligaciones de pago (créditos y bonos) que se abonarían al tipo de cambio fuerte. ¿Qué supone un menor peso de las naciones afectadas dentro de la Unión? Pues claro. ¿No es eso de lo que estamos hablando? De que cada uno asuma el papel real que en esta entelequia le corresponde (EL CONFIDENCIAL) EL PAÍS.- Nada mejor para recuperar la moral de la tropa que señalar al enemigo. El PSOE, en apuros, vuelve a la concepción de la política como lucha entre el amigo y el enemigo. El pueblo de izquierdas ya tiene un malvado enemigo al que culpar de las desventuras del Gobierno socialista. Por fin, alguien señala con el dedo a este ente sin rostro preciso al que llaman mercados financieros, que nos hundió en la crisis y ahora pretende sacarnos de ella con una verdadera contrareforma social. Planteado el conflicto en estos términos, ya sólo queda difundir una imagen del PP como partido insensible a los intereses del país, que calla en vez de defenderlo de los ataques exteriores LA VANGUARDIA.- Puede estar ocurriendo algo insólito: que un líder nacionalista, Josep Antoni Duran Lleida, se convierta en el único hombre de Estado que nos queda. Pero, ay, los dirigentes españoles no tienen su mentalidad: no existe el menor indicio de complicidad entre ambos. Por razones electorales o falta de química personal, sólo aspiran a destrozarse. No se aproximan. No dialogan. Disparan. Embisten el uno contra el otro, como en las peleas de vecindad: a ver quién dice la palabra más sonora. Son insensibles ante esa elemental demanda de que traten de entenderse. Opinión. El Confidencial ¿Aún no conocen la futura nueva moneda española? S. McCoy La primera vez que oí hablar del término IOU, derechos especiales de giro, referido al ámbito de las divisas fue en un artículo publicado el pasado 25 de enero en Financial Times por los profesores Goodhart y Tsomocos, titulado The Californian solution for the Club Med. En él, los autores, tras recordar el difícil marco fiscal y de competitividad al que se enfrentan los países del Sur de Europa, y la falta de alternativas para alterarlo de modo ordenado y sin que se produzca una brecha social, concluían que la única solución factible a sus problemas pasa por acudir al viejo recurso de la devaluación competitiva del tipo de cambio. Como tal posibilidad es impensable dentro del euro, y la salida de estas naciones del mismo traería más inconvenientes que ventajas, la única alternativa posible consiste en hacer la depreciación dentro de la moneda única. ¿Cómo? A través de la creación temporal de una suerte de Obligaciones de Pago o IOUs para las transacciones interiores, similares a las usadas en Estados Unidos por las administraciones locales, a una relación de intercambio sustancialmente por debajo de la paridad actualmente en vigor.De este modo, proseguían, todos los pagos entre residentes en Portugal, por poner un ejemplo, incluidos los salarios y los intereses bancarios, serían realizados en esta nueva divisa que afectaría igualmente a los créditos y depósitos de sus ciudadanos en la banca local. Quedaría únicamente excluido el abono de impuestos al Estado. Por su parte, cualquiera transacción financiera con no residentes, como las derivadas del turismo, seguirían materializándose en euros. Con ello, se lograría restaurar paulatinamente las finanzas públicas (que cobran en euros y pagan en IOUs) y el déficit exterior pues se vende en euros y se produce en la nueva y devaluada moneda. Una explicación simplista con muchos matices, lo sé, pero básicamente es así. Me pareció, he de reconocerlo, una idea peregrina, de difícil implantación y sujeta a enorme picaresca y terrible arbitraje, si nos atenemos a lo ocurrido a los largo de la Historia. Quedó en algún cajón de la memoria.Sin embargo, el amigo Roubini ha vuelto con la idea reformulada debajo del brazo esta semana en una propuesta que tiene mayor sentido. Bueno, él directamente no, sino dos articulistas que publican bajo el paraguas de su Roubini Global Economics, antes conocido como RGE Monitor. En efecto: Michael Arghyrou y John Tsoukalas (no me pidan, por favor, que memorice sus nombres) rescatan esta posibilidad como opción final si cualesquiera otros intentos de restaurar la Unión y evitar la división entre Norte y Sur finalmente fracasan. Su tesis, de último recurso como insisten en recalcar, parte de un hecho innegable: la Eurozona no es una zona monetaria óptima, ni mucho menos, como prueba el hecho de que, desde su implantación en 1999, los países periféricos no sólo no han convergido con la Europa Central sino que se han distanciado aún más, probablemente debido a la falsa sensación de seguridad que les ha dado la pertenencia a un entorno supranacional y que ha impedido que acometieran las reformas estructurales necesarias, con las consecuencias a las que hemos hecho referencia al inicio de este post.El documento, de imprescindible lectura por los múltiples matices que incluye en la descripción de la actual situación y sus posibles soluciones (…), se centra a partir de ahí en la imposibilidad de que estas naciones puedan hacer frente a sus deudas a través de los mecanismos tradicionales. No se prevé un aumento de producción a corto plazo mientras que el recorte salarial y de precios propugnado por los expertos podría abocarles a una severa depresión. And then? Pues vuelta la burra al trigo: la solución monetaria. En este caso su estructura es sustancialmente distinta y pasa por la creación de una dualidad monetaria en toda la Unión, con los países core manteniendo el actual euro y el resto adoptando una divisa devaluada de forma temporal, salvo para sus obligaciones de pago (créditos y bonos) que se abonarían al tipo de cambio fuerte. ¿Cuánto? El tiempo necesario para corregir la ampliación de competitividad entre ambas regiones en la última década. En este caso, ambas monedas estarían controladas por el BCE y el salto de una a otra se produciría no sólo en términos de convergencia nominal sino también de balanza de pagos.Para los autores, se matarían de este modo cuatro pájaros de un tiro. Uno, preservar la credibilidad de la UEM. Dos, evitar una quiebra con las negativas implicaciones que eso supondría. Estos elementos benefician a todos pero especialmente a las naciones más fuertes de la Eurozona. Por otra parte, y en tercer lugar, se evitarían las tensiones internas derivadas de cualquier rescate que se pudiera adoptar de unos países hacia otros y, por último, permitiría abordar reformas estructurales sin los inconvenientes derivados de una excesiva presión. Adicionalmente facilitaría una vía más suave de entrada en la moneda única de los nuevos socios. En definitiva, una devaluación concertada que permitiera, por la vía de la mayor competitividad, aumentar la actividad hasta el punto de corregir los desequilibrios presupuestarios y exteriores y repagar las deudas. Pena que el hombre sea el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, que si no…Es innegable que la evolución de la anunciada crisis de las finanzas de algunas naciones exige soluciones imaginativas. Con relación a Europa, la Unión tiene una oportunidad única para corregir los errores que han condicionado su viabilidad desde el inicio. Y que ahora se han puesto de manifiesto. Algo que pasa por una cierta cesión de soberanía por lo que al control de las cuentas públicas se refiere, por una parte, y la adecuación de la moneda única a la realidad estructural de cada uno de sus miembros por otra. Desde ese punto de vista, esta alternativa puede ser razonable. Con un pero: durante el periodo de transición, la adecuación ha de ser, a partir de las nuevas emisiones de deuda, del euro fuerte al débil y no al revés de manera que la nueva paridad quede establecida como la definitiva a futuro. Pensar que determinados problemas estructurales, y propios de la idiosincrasia de determinados miembros, se va a corregir de forma rápida es de un optimista que mata. De este modo se evitaría la recurrencia de los problemas a futuro. ¿Qué supone un menor peso de las naciones afectadas dentro de la Unión? Pues claro. ¿No es eso de lo que estamos hablando? De que cada uno asuma el papel real que en esta entelequia le corresponde. Pues nada, dicho queda. EL CONFIDENCIAL. 11-2-2010 Opinión. El País El amigo y el enemigo Josep Ramoneda Nada mejor para recuperar la moral de la tropa que señalar al enemigo. El PSOE, en apuros, vuelve a la concepción de la política como lucha entre el amigo y el enemigo que teorizó Carl Schmitt. Mientras Elena Salgado rendía pleitesía a los mercados y a sus portavoces, José Blanco afinaba el contraataque. Zapatero había insinuado la existencia de una conspiración antiespañola, originada en terminales mediáticas a las que algún maligno compatriota de la derecha tendría acceso. Blanco dejaba de lado los ensueños conspiratorios, que sólo sirven para confirmar la debilidad y la inseguridad del que los sufre, para plantear un conflicto de calado: los mercados financieros contra los Gobiernos partidarios de regularlos. Zapatero ya no estaría solo porque esta doctrina le alinea con Obama. El pueblo de izquierdas ya tiene un malvado enemigo al que culpar de las desventuras del Gobierno socialista. Por fin, alguien señala con el dedo a este ente sin rostro preciso al que llaman mercados financieros, que nos hundió en la crisis y ahora pretende sacarnos de ella con una verdadera contrareforma social. Planteado el conflicto en estos términos, ya sólo queda difundir una imagen del PP como partido insensible a los intereses del país, que calla en vez de defenderlo de los ataques exteriores. Para completar la estrategia, Zapatero, otro tumbo más de los muchos que ha dado últimamente, anuncia más ayudas para los parados y garantiza a los suyos que "nunca perjudicará a los más débiles". Los maliciosos dirán que entre los mercados y los sindicatos Zapatero ha vuelto a escoger a los sindicatos. El hecho es que a la hora de la verdad, cuando se ve con el agua al cuello el PSOE vuelve a las posiciones clásicas: izquierda reformista frente a una derecha de contrareforma. Pero, ¿está Zapatero en condiciones de recuperar las voluntades perdidas? Algún día, Zapatero se dará cuenta del inmenso error que cometió al tardar tanto tiempo en reconocer la realidad y la profundidad de la crisis. Si la hubiese asumido desde el inicio, si hubiese tomado alguna decisión drástica e impopular al principio, como uno de sus ministros sugería, para que la gente entendiera que el Ejecutivo era consciente de la gravedad de la situación y obraba en consecuencia, el presidente no habría entrado en barrena. Lo más importante de la semana pasada, la semana de los giros y contragiros del Gobierno y de la cascada de malas noticias sobre España, ha sido el impacto psicológico negativo sobre la población. La ciudadanía creía que estaba empezando la salida de la crisis y, de pronto, ha tenido la sensación de estar en el peor momento. Y se ha caído en la cuenta de que en los próximos meses muchos parados perderán el subsidio de desempleo y muchas empresas ya no podrán resistir más las restricciones de crédito. El presidente afronta una crisis de confianza muy difícil de recuperar. Además, al tiempo que relanza su estrategia de confrontación izquierda-derecha, tendrá que seguir, de algún modo, rindiendo pleitesía a los mercados porque España necesita dinero y alguien lo tiene que vender. De modo que lo más probable es que el presidente siga dando bandazos. Es decir, desorientando al personal. Juega en cambio a favor del presidente el irresponsable comportamiento de Mariano Rajoy. Puede que efectivamente la crisis estrangule a España y el poder caiga en las manos del PP. Y las estrategias ganadoras acaban siendo aplaudidas porque la política no sabe de criterios morales sino de resultados. Pero con una situación económica y social tan delicada, la actitud de Mariano Rajoy de no proponer ninguna de las recetas que dice poseer y de ni siquiera opinar sobre los temas que están en debate por puro ventajismo, por no tener que decir que está a favor de variar el cómputo de las pensiones y de alargar la edad de jubilación, es sencillamente inmoral. Que España se hunda para que me salve yo. Y después dirán que no se mueven por intereses personales. Una de las muchas causas de desafección política es que la ciudadanía no entiende que en situaciones de emergencia los dirigentes políticos no sean capaces de pactar y de compartir la hoja de ruta. Tanto el PSOE, resucitando la lógica de la confrontación, como el PP instalado en el "cuanto peor, mejor" desoyen este mensaje. Es cierto que la confrontación es la esencia de la política, lo que, finalmente, moviliza al personal. Pero, en tiempos de zozobra, acierta CiU proponiendo un pacto de Estado contra la crisis: es lo que la ciudadanía quiere oír. EL PAÍS. 11-2-2010 Opinión. La Vanguardia Momento crucial Fernando Ónega Puede estar ocurriendo algo insólito: que un líder nacionalista, Josep Antoni Duran Lleida, se convierta en el único hombre de Estado que nos queda. Algo intuye la sociedad española, y por eso le otorga una alta valoración política. Se le escucha en el Congreso o en sus declaraciones públicas, y no parece un dirigente de partido. Parece un mediador. Está en las antípodas de Zapatero, pero no tiene inconveniente en arrimar el hombro y ofrecerse para acuerdos concretos, con tal de salvar el difícil momento que vive el país. Le separan cientos de millas de Rajoy, pero se reúne con él para tratar de entenderse y sondear si es posible trabar el pacto de Estado que siempre preconizó.Pero, ay, los dirigentes españoles no tienen su mentalidad. Lo vimos ayer, en los fogonazos dialécticos del presidente del Gobierno y el jefe de la oposición en la sesión de control: no existe el menor indicio de complicidad entre ambos. Por razones electorales o falta de química personal, sólo aspiran a destrozarse. No se aproximan. No dialogan. Disparan. Embisten el uno contra el otro, como en las peleas de vecindad: a ver quién dice la palabra más sonora. Son insensibles ante esa elemental demanda de que traten de entenderse. La sociedad les pide muy poco: sólo que intenten un acuerdo para sacar a su España del alma de la calamidad económica. Pero se impone la necesidad recíproca de ver derrotado al adversario. Sigo exclamando ¡qué desgracia de país! Así se destrozará el buen clima que, por fin, asoma después del vértigo: mejora la calificación crediticia cuando parecía que se cerraban todas las puertas; Elena Salgado catequizó al Financial Times; convencen las propuestas del Gobierno, aunque sean teóricas y aunque el Gabinete carezca de credibilidad para ponerlas en marcha; hay entendimiento entre los agentes sociales; se logra un pacto de contención de salarios; hay clima para aceptar medidas de dureza… Desde que empezó la crisis, no hubo un momento tan favorable para acometer reformas y tomar impulso. ¿Serán capaces esos dos señores de transformar esa nueva corriente en estímulos para salir de la postración? Por lo oído ayer en el Congreso, en absoluto. Rajoy y Soraya, frente a Zapatero y De la Vega, sólo pretenden demostrar que el Gobierno no sirve. Zapatero y De la Vega, frente a Rajoy y Soraya, sólo quieren cerrarles el acceso al poder. Egoísta. Lamentable. Sólo nos faltan por ver estos detalles: 1. Que Zapatero, por no dar oxígeno a Rajoy, se encierre en su verdad, termine por convertirla en mesiánica, y no acepte una idea de la oposición. Ni siquiera de Duran. 2. Que Mariano Rajoy, en una nueva embestida, termine por dañar la credibilidad exterior de España, con tal de demostrar que Zapatero es un desastre. Ante esos peligros, sólo se puede advertir: de poco sirve que mejore la calificación de España, si desde dentro se anuncia el descalabro nacional. LA VANGUARDIA. 11-2-2010