Vivimos un momento de reordenamiento mundial, y los atentados terroristas cumplen el papel de alimentar las peores tendencias.
Un camión ha arrollado este viernes a una multitud en una de las principales calles comerciales de Estocolmo, la capital de Suecia, matando a al menos tres personas e hiriendo a otros ocho viandantes, según la policía sueca. El primer ministro, Stefan Löfven, señaló que todo apunta a que se trata de un atentado terrorista.
Drottninggatan es una de las arterias comerciales más concurridas de la capital sueca.La policía sueca trabaja bajo la hipótesis única del atentado terrorista, que recuerda por su ejecución a los de Niza o Berlín, ocurridos en julio y diciembre de 2016 respectivamente.
El 11 de diciembre de 2010 un ataque terrorista fallido tuvo lugar en la misma calle. El terrorista suicida resultó muerto y dejó heridas a dos personas.
Aún es pronto para conocer los pormenores del atentado y su grado de vinculación con el terrorismo yihadista. Pero de lo que podemos estar seguros es que el terrorismo, venga de donde venga y bajo la forma que adopte, siempre sirve a los más oscuros intereses de Estado. La cadena de atentados que han golpeado a las principales ciudades europeas no puede ser azaroso. Atentados que estallan como bombas racimo debilitando a una Europa dividida y con cada vez menos peso político y económico. El tablero mundial está sufriendo preocupantes sacudidas. Ante este nuevo atentado hay quien ya afirma que la única forma de acabar con la amenaza terrorista es atacar su retaguardia, “echando pie a tierra en Siria, Libia, Irak…”, es decir con una mayor intervención militar sobre el terreno. Y seguramente volveremos a escuchar las justificaciones de medidas que recorten las libertades.
Vivimos un momento de reordenamiento mundial, y los atentados terroristas cumplen el papel de alimentar las peores tendencias. Basta recordar las consecuencias de anteriores atentados para evidenciar el poder de desestabilización de esta oleada de terror