Alarma sanitaria extrema

Atención a una tercera ola mucho peor de lo esperada

Las previsiones más pesimistas han quedado superadas por la realidad. España afronta estas semanas lo peor de una tercera oleada con cifras en muchos casos peores que en los momentos más duros de primavera. 

La incidencia acumulada (IA) está desbocada, rozando o superando los 900 casos por 100.000 habitantes en 14 días, cuando los 250 se considera «riesgo extremo». La presión hospitalaria se dispara y supera los datos de la primera ola en varias comunidades. La ocupación de camas UCI, que a partir del 25% se considera de extremo riesgo, supera o roza el 50% en hasta siete autonomías. Y a todo esto se suma la propagación de la cepa británica, más contagiosa.

Por todo ello, un notable y creciente número de expertos reclama ya medidas más contundentes, incluyendo un confinamiento domiciliario de dos o tres semanas.

Todos los expertos nos advirtieron que ocurriría: después de las navidades un notable incremento de los casos, de los contagios, las hospitalizaciones, y desgraciadamente las muertes. Pero las cifras son más demoledoras de lo esperado. Solo en el fin de semana del 23 de enero se notificación 93.822 nuevos casos y 767 muertos. 

Al día del cierre de la edición la incidencia es de 828 casos por 100.000 habitantes en 14 días, y aunque hay voces que hablan de que entramos en una meseta, eso quiere decir que las próximas semanas van a ser muy duras en los hospitales. Y está la variante británica, que de «residual» ha pasado a preocupar como candidata a cepa dominante.

España está en lo alto de la tercera ola, aunque muchos epidemiólogos dudan de que alguna vez superáramos la segunda. Y ya pocos dudan de que estemos igual o peor que en los momentos más trágicos de primavera. 

Hasta ahora los expertos se habían resistido a hacer comparaciones, ya que en los primeros momentos de la pandemia apenas si se diagnosticaban los casos que producían síntomas graves, mientras que hacia el verano-otoño la capacidad de detección se incrementó notablemente. Pero ahora hay indicadores, sobre todo en la presión hospitalaria, que indican una situación comparable al mes de abril. Casi en todas las CCAA se comprueba que la tercera ola en los hospitales ya está siendo mucho peor que la segunda. Y seguirá creciendo entre una semana y 10 días después de que se alcance el pico de casos.

Así, en la peor semana de la primavera hubo 27.000 ingresos. En la peor de la segunda ola de otoño, 7.000 ingresos. En esta primera semana de tercera ola desatada ya hay 14.000, y todo parece indicar que queda una o dos semanas de cifras similares.

En lo peor de abril, los estudios de seroprevalencia han permitido estimar que se producían 100.000 infecciones cada día. En esta tercera ola ya se han reportado jornadas de 44.000 nuevos casos, y partiendo de que se sabe que se detectan sólo dos de cada tres infecciones reales, la cifra real se acercaría a los 70.000 contagios cada día. Y todo ello, no dejan de insistir los expertos, podría dispararse si la cepa británica, con mayor transmisibilidad, aumenta su prevalencia.

Hay algunas razones para el optimismo. Ya no estamos en el primer momento de la pandemia, donde la sanidad pública y la medicina se enfrentaron a un enemigo completamente inesperado y del que se sabía apenas nada. 

Desde entonces nos hemos ido preparando. La carga hospitalaria está más repartida por todo el país, algo que hace más improbable -pero no imposible- el colapso local de una CCAA. Las tasas de supervivencia en UCI son mejores que en abril: los médicos saben cómo tratar a los pacientes más graves, y ya hay algunas terapias disponibles. Hay más equipos de protección individual y los protocolos están más afinados. Hay más ventiladores mecánicos, las residencias están más vigiladas, y comienzan a suministrarse vacunas. 

Todo ello alivia, felizmente pero solo en parte, la extrema gravedad de la emergencia sanitaria. Pero no basta, son cientos de muertos cada día. Hace falta mucho más, por parte de las autoridades y de los ciudadanos. 

Hay que fortalecer nuestro muro de contención: la sanidad pública y sus trabajadores. La consigna es «cuídate, cuida a los que te cuidan».