Muchos han querido ver en la visita del príncipe heredero de Arabia Saudí a la Casa Blanca, y en los agasajos que le ha prodigado Donald Trump, otra trama en la que están entremezclados los propios negocios del presidente norteamericano. Pero detrás de esta cumbre, que vuelve a poner las relaciones diplomáticas entre Washington y Riad a máxima potencia, hay una clara lectura geopolítica.
La línea Trump se esfuerza por volver a enclavar a Arabia Saudí en su órbita política y militar, separándola de las derivas que en los últimos años la han llevado a acercarse a China y los BRICS. Riad es una pieza clave en los Acuerdos de Abraham de los países árabes con Israel, en el cerco y derribo a Irán… y en el dominio norteamericano sobre Oriente Medio.
Pasan ya siete años del asesinato y desmembramiento del periodista Jamal Khashoggi -saudí, pero nacionalizado estadounidense- en la embajada de Arabia en Estambul. Un crimen que según las propias agencias de inteligencia norteamericanas, tuvo un indudable autor intelectual, Mohamed bin Salman, príncipe heredero y hombre fuerte de la familia real saudí, y de facto dirigente de los destinos de Arabia Saudí, cabeza de la rama sunni del Islam y potencia número diez en el ránking de gasto militar global (46.000 millones de dólares al año).
Por eso, pelillos a la mar. «Estas cosas pasan», dijo Trump en la Casa Blanca ante su invitado, cuando una periodista osó preguntarle a Bin Salman, en su cara, sobre el asesinato de Khashoggi. «Él no sabía nada de eso. Y podemos dejarlo ahí. No tienes que avergonzar a nuestro invitado», le espetó a la periodista ante las cámaras de medio planeta. Mientras Bin Salman esbozaba una sonrisa, Trump fusiló a la corresponsal de la ABC: «Eres una mala persona y una pésima periodista».
Durante años, especialmente durante la presidencia de Biden, las relaciones entre Washington y Riad han estado agriadas por el asesinato de Kashoggi y la obvia implicación del príncipe heredero. Pero ese ostracismo ha sido oficialmente clausurado. Trump ha recibido a Bin Salman como a muy pocos invitados a la Casa Blanca, con guardia de honor militar, un saludo de cañón y sobrevuelo de aviones, y lo definió como “un actor indispensable para Oriente Medio en las próximas décadas”. Además ha asegurado que «está haciendo un trabajo increíble en materia de derechos humanos».
El encuentro entre Trump y Bin Salman se ha cerrado con importantísimos acuerdos en materia militar y estratégica, que vuelven a anclar firmemente a Arabia Saudí en la órbita de Washington.
Trump ha designado a Arabia Saudí como «Aliado Mayor NO-OTAN», un rango reservado a gendarmes militares clave (como Israel) y ha firmado un «Acuerdo Estratégico de Defensa EE.UU.-Arabia Saudí (SDA)» que facilita las operaciones de empresas de defensa estadounidenses en el reino saudí, y reafirma a Estados Unidos como el socio estratégico principal de Arabia Saudí. También incluye un pacto de cooperación en defensa para profundizar la asociación estratégica.
Además, Trump ha logrado la aprobación de un «Paquete de Venta de Defensa Mayor» cifrado oficialmente por la Casa Blanca en 142.000 millones de dólares -lo cual supondría con mucho el mayor paquete de venta armamentístico de la historia, y triplicaría el acuerdo que firmó Trump con Riad en su primer mandato, aunque otros expertos rebajan su cuantía- que incluye la futura venta de medio centenar de aviones de combate F-35 (aunque esto requiere de la autorización del Congreso).
Lo que sí está acordado ya es la adquisición por parte de Arabia Saudí de casi 300 tanques estadounidenses, así como de una amplia gama de equipos y servicios de más de una docena de empresas estadounidenses (como Lockheed Martin, Boeing y RTX). El acuerdo cubre modernización militar en áreas como defensa aérea, misiles, fuerza aérea, seguridad marítima y comunicaciones.
Además de un astronómicamente lucrativo negocio para las poderosas corporaciones del complejo militar-industrial norteamericano, estos acuerdos refuerzan el ya histórico y profundo vínculo político-militar que une a Arabia Saudí con la superpotencia norteamericana. Trump avanza así en volver a impulsar los «Acuerdos de Abraham» entre las monarquías árabes e Israel, apuntando siempre a Irán, para volver a afianzar el dominio norteamericano en una región estratégica, Oriente Medio, donde debido a los reveses en Irak, Afganistán o Siria, Washington había perdido poder e influencia.
Trump trata además de apartar a Arabia Saudí de un rumbo que le ha llevado a acercarse demasiado a China y los BRICS -Riad estuvo a punto de ingresar como miembro de pleno derecho de los BRICS+ hace dos años, trayectoria que se malogró por las maniobras norteamericanas- y a normalizar limitadamente (gracias a la intermediación china) las relaciones diplomáticas con Teherán.
