SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Asesores al asalto del cielo

“Aburres a las ovejas” fue la concluyente respuesta que hace algunas semanas proporcionaba una política madrileña al requerimiento insistente que le hacía el periodista que le entrevistaba para que aclarara de una vez por todas un episodio confuso, relacionado con ayudas públicas, en el que aquélla se había visto involucrada. El fallido diálogo tuvo lugar, cómo no, en uno de esos programas de televisión que se emiten en algunas cadenas privadas los sábados por la noche y que -oh casualidades de la vida- han venido a sustituir a los programas llamados del corazón que hasta hace no tanto ocupaban exactamente la misma franja horaria.

Habrá quien a la respuesta de la joven política le objete que en realidad no es respuesta en absoluto, que omite entrar en el fondo del asunto o cualquier otra consideración semejante, pero lo que no se le puede negar es que resulta profundamente coherente con el escenario en el que se produjo, un plató de televisión. Porque, a poco que se analice con atención, se observa que la respuesta de marras viene a explicitar el convencimiento al que parecen haberse abandonado últimamente gran parte de nuestros responsables públicos: la política se ha espectacularizado por completo. No estamos ante una mera premisa obvia, banal, o exenta de consecuencias, que se limite a describir una situación de hecho. Al contrario, aceptarla da lugar a unas exigencias específicas. Y es que de todos es sabido que lo peor que le puede suceder a un espectáculo es que resulte aburrido.

Se desprende de esta lógica que el político o aspirante a político que participe en el mismo viene poco menos que obligado a entretener (esperar que divierta tal vez sería esperar demasiado). Ello significa que ha de proporcionar argumentos mordaces, disponer de réplicas ingeniosas (como aquel celebrado “tic-tac, tic-tac”, recurso retórico destinado inicialmente a poner nerviosa a la adversaria que se demoraba en responder a una pregunta comprometida, y que, a la vista de la buena acogida obtenida entre el público, ha terminado por constituirse en eslógan multiuso) y, en general, acreditar un dominio de la esgrima verbal que es en lo que, a fin de cuentas, se sustancia el espectáculo de esa manera de hacer política.

Claro que la misma lógica tiene una consecuencia que debería preocupar severamente a los protagonistas del espectáculo. Porque si, por decirlo con las palabras de la tertuliana a la que empezaba refiriéndome, aburre que alguien repita las mismas preguntas muchas veces en muy poco espacio de tiempo, también aburre en igual proporción ver las mismas caras todas las semanas en los mismos lugares diciendo poco a más o menos las mismas cosas. Pero aburren, conviene dejarlo claro, precisamente porque abdican de la política en sentido fuerte. Consagrados al análisis más superficial de los discursos y encandilados con la visibilidad inmediata y masiva que proporcionan los mencionados escenarios mediáticos, estos políticos presuntamente de nuevo cuño confunden la destreza dialéctica con la competencia para la cosa pública, confusión simétrica a la de identificar una buena imagen desde el punto de vista de la mercadotecnia con la capacidad política propiamente dicha.

Y es que en este caso el relevo no está siendo protagonizado por los lugartenientes, esto es, por los segundos en la cadena de mando de dichas formaciones. Aquí están siendo los asesores, publicistas, politólogos y demás profesionales especializados en la comunicación política y social (en algún caso, con masters y doctorados en dicho ámbito) los que parecen haber llegado al convencimiento de que ya estaba bien de trabajar por cuenta ajena, de escribir o analizar los discursos de los poderosos, de construir (o deconstruir en clase) la imagen pública de los políticos, o incluso de asesorar a gobiernos de cualquier parte del mundo en caso de recibir el encargo.

Se diría que han llegado a una conclusión del siguiente tenor: una vez que conocemos al dedillo los intríngulis del negocio de la política (lo que a buen seguro en una business school se denominaría know-how), ¿qué sentido tiene que nos conformemos con continuar en el lugar subalterno que veníamos ocupando hasta el presente? Y, en efecto, con un espíritu emprendedor muy propio de los tiempos que vivimos (con el complemento doctrinal de un cierto arriolismo-leninismo), han tomado la determinación de montar su propia empresa y competir con aquéllas para las que antes trabajaban, ahora decididamente en crisis. Por lo pronto, el departamento comercial de la nueva funciona a toda máquina y con excelentes perspectivas. Tal vez no podía ser de otra manera, vista la especialidad profesional de los promotores. Habrá que ver si, cuando llegue la hora de empezar a servir el producto, el cliente queda tan satisfecho como, de momento, parece estarlo con los vistosos folletos.