Todo apunta a la autoría de los servicios secretos israelíes -el mortífero Mossad- en el asesinato de Mohsen Fakhrizadeh, el científico considerado el padre del programa nuclear iraní. El magnicidio, ocurrido en el turbulento proceso de traspaso de poderes en Washington, eleva aún más la tensión en Oriente Medio entre Irán y los aliados de EEUU (Israel y Arabia Saudí) y dificultará las maniobras de Biden para recomponer el Acuerdo Nuclear con Teherán.
El atentado -una letal combinación de ataque con armas cortas y explosivos contra el coche en el que viajaba el físico nuclear- ha ocurrido a 90 kilómetros de Teherán, poniendo en evidencia los fallos de seguridad del régimen iraní. Nadie ha reivindicado el ataque, pero los indicios que culpan a Israel son abrumadores. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ya había señalado públicamente al científico en el centro de la diana. “Recuerden ese nombre, Fakhrizadeh”, había dicho durante una presentación en 2018 en la que reveló los detalles del programa secreto de Irán para -según Tel Aviv- desarrollar un arma atómica. Y se atribuye al Mossad el asesinato de al menos cuatro científicos iraníes vinculados al programa nuclear entre 2010 y 2012.
El resultado de las elecciones norteamericanas -con el triunfo de un Joe Biden, que ha confirmado sus intenciones de retomar las negociaciones con Irán para volver a alcanzar un Acuerdo Nuclear- han levantado la alarma de los más acérrimos enemigos de Teherán: Israel y Arabia Saudí. Pocos días antes del atentado contra Fakhrizadeh, Netanyahu se reunía en secreto con el heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, en lo que todos los analistas han interpretado como una coalición antiiraní, a la que se sumarían Emiratos Árabes y Bahrein en una auténtica «OTAN de Oriente Medio» bajo la batuta de Washington.
Todo esto no ocurre al margen del padrinazgo de EEUU. Si bien una fracción de la clase dominante norteamericana, alineada tras la línea Obama y ahora la de Biden, apuestan por llegar a un nuevo Acuerdo Nuclear con Irán como fórmula para contener a la República Islámica, otra fracción de la burguesía monopolista yanqui, alineados tras la línea Trump -entre los que se encuentran los sectores más vinculados a la industria del armamento o los lobbies pro-sionistas- apuestan por la estrategia de que la superpotencia haga valer su fuerza militar contra el régimen de los ayatolás.
Hace poco, el New York Times informaba de que Trump había realizado consultas acerca de la posibilidad de atacar Irán antes de ser relevado por Biden el 20 de enero. No es aventurerismo. Trump y la línea que encarna tratan de dejar una herencia «envenenada» y «condicionada» a su sucesor, para que los cambios en política exterior que lleve adelante Biden tengan que desarrollarse bajo estrechos y determinados márgenes.