Veinte meses de genocidio israelí en la Franja

Asesinados por las bombas, por el hambre, envenenados o acribillados: las mil caras del genocidio en Gaza

Ya se cuentan más de 549 muertos en las colas de hambre de Gaza. Se han usado ametralladoras, morteros, francotiradores y hasta disparos de tanque. Y hay testimonios que denuncian que la harina suministrada como "ayuda humanitaria" está contaminada con oxicodona

No. No nos podemos acostumbrar al horror cotidiano, a la llaga sangrienta que es la Franja de Gaza. A la brutalidad de las bombas cayendo sobre hospitales, escuelas, refugios o tiendas de campaña; a las imágenes de dolor y sufrimiento de la población civil, se suma ahora una nueva modalidad de muerte, un nuevo tipo de crimen de guerra diario por parte de las tropas israelíes: acribillar a la multitud indefensa y famélica en las colas del hambre.

No. No nos podemos acostumbrar a las mil caras del genocidio en Gaza.

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La dimensión del genocidio

Desde hace veinte meses, Israel han sometido a dos millones de personas a más de 600 días de bombardeos diarios, arrojando más de 110.000 toneladas de explosivos -el equivalente a unas 7 u 8 bombas atómicas como la de Hiroshima- sobre una estrecha franja de terreno, densamente poblada.

Cada día, durante veinte meses, Israel ha bombardeado hospitales, escuelas, mercados, campos de refugiados, instalaciones de agua potable, saneamientos, campos de cultivo… aniquilando todo lo que hace posible la vida en la Franja

Desde que comenzó su criminal ofensiva, los bombardeos sionistas han masacrado a 56.100 personas de manera verificada por el ministerio de Salud de Gaza, hiriendo a casi 130.000 gazatíes más. Pero ya todo el mundo sabe que esta cifra no mide la verdadera dimensión del horror, no cuantificando los diez o quince mil cadáveres que se estima que hay bajo las más de 50 millones de toneladas de escombros

Un estudio de enero de 2025 de la prestigiosa revista médica británica The Lancet arrojaba una cifra un 41% superior que las que en ese momento daban las autoridades, teniendo en cuenta las muertes por lesiones traumáticas o por los rigores de la guerra: desnutrición, deshidratación o hipotermia. Teniendo en cuenta esa estimación, sería realista estimar los gazatíes asesinados en este periodo en unos 78.000 u 80.000, el 70% de los cuales serían mujeres y niños. Sin embargo, otros estudios -el Instituto Watson de la Universidad de Brown en EEUU- también publicados en The Lancet hace un año, sugerían ya la cifra de 186.000 muertes (7-9% de la población de Gaza), incluyendo muertes indirectas por inanición, enfermedades y falta de atención médica.

Además de la brutalidad de las bombas, Gaza sufre una crisis humanitaria sin parangón. Según el Programa Mundial de Alimentos, toda la población de Gaza (más de dos millones de habitantes, la mitad de los cuales son menores) sufren de hambre y deshidratación.

Especialmente vulnerables a esta situación son los 71.000 niños menores de 5 años que sufren desnutrición aguda, y que de acuerdo a las repetidas y cada vez más acuciantes advertencias de la ONU; podrían morir por cientos o por miles a la semana si no comienza a llegar en grandes cantidades ayuda humanitaria.

Una ayuda -116.000 toneladas métricas de alimentos, suficientes para alimentar a un millón de personas durante cuatro meses- que está bloqueada por Israel desde principios de marzo.

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Un holocausto que tiene responsables.

No podemos cuantificar exactamente la magnitud de una matanza que todos los días expande sus números de sangre y destrucción.

Pero hay una cosa clara. Brutalmente clara. Estamos ante un genocidio, ante uno de los mayores y más cruentos holocaustos de la historia moderna.

Un genocidio que tiene como brazo ejecutor al Estado de Israel, y al gobierno de Netanyahu -el más ultraderechista y fanáticamente sionista de la historia-, pero que desde el primer momento ha contado con todo el apoyo económico, político, diplomático, y -sobre todo- militar de la superpotencia norteamericana.

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Asedio y masacres en las colas del hambre

Osama Hajjaj

Declarando a la agencia de la ONU -la UNRWA- como agente hostil, Israel y EEUU han armado una pseudo-ONG llamada Fundación Humanitaria para Gaza (GHF, en inglés). Una «agencia» que ejerce su «labor humanitaria»… rodeada de soldados israelíes o de mercenarios norteamericanos que han descubierto lo «rentable» -desde su criminal punto de vista- que es descargar cargadores contra una muchedumbre hambrienta que se agolpa para conseguir algo de alimento. Una trampa mortal contra gente que solo pide ayuda

En el mes y medio que la GHF lleva haciendo su «labor humanitaria», organizando puntos de reparto a modo de embudo, donde se agolpan miles de gazatíes famélicos, se cuentan por decenas los episodios donde las tropas han abierto fuego contra la población. Las masacres son casi diarias, y desde mayo ya se cuentan más de 549 muertos en las colas de hambre de Gaza. También han llegado a los hospitales 267 heridos de los puntos de distribución de comida, lo que eleva el total a 4.066 palestinos heridos en menos de un mes.

No son incidentes “accidentales” ni aislados. Se han usado ametralladoras, morteros, francotiradores y hasta disparos de tanque. Según el periódico israelí Haaretz soldados israelíes han revelado que recibieron órdenes de disparar contra civiles desarmados que esperaban comida en Gaza.

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Oxicodona en las bolsas de harina

Israel intoxica la «ayuda humanitaria»

No sólo usan el hambre como arma de guerra. No sólo acribillan a las multitudes hambrientas cuando se hacinan en recibir -de las manos de sus verdugos- un poco de harina con el que dar de comer a sus familias.

El genocidio de Israel siempre encuentra una nueva forma de dar descender un nuevo escalón en el horror. Siempre encuentra una innovadora forma de cometer un nuevo crimen de guerra, una nueva ignominia.

De la Franja de Gaza llegan ahora una decena de testimonios que aseguran de que en los sacos de harina entregados por la pseudo-ONG estadounidense-israelí Gaza Humanitarian Foundation (GHF) se han detectado potentes sustancias narcóticas. En concreto se trata de pastillas de oxicodona, un analgésico opioide de alto riesgo, conocido por su fuerte capacidad adictiva y efectos graves sobre el sistema nervioso. Esta droga al interactuar con receptores neuronales específicos, puede provocar dependencia severa, disminución del ritmo cardíaco, pérdida de conciencia y fallos respiratorios peligrosos, especialmente en niños.

El farmacéutico gazatí Omar Hamad, que es el que ha alertado sobre este nuevo crimen de guerra contra la población civil, asegura que “la droga no sólo está escondida dentro de bolsas de harina, sino que la propia harina parece estar mezclada con ella”.