Miles de seguidores de Donald Trump, azuzados por sus acusaciones de fraude electoral, rodearon el Capitolio y traspasaron de forma violenta los cordones policiales para tratar de impedir la ratificación de los resultados de las elecciones del 3 de noviembre cuando Joe Biden derrotó a Donald Trump con 306 votos electorales, frente a los 232 del republicano
Minutos antes, Trump había dado un discurso ante miles de seguidores, concentrados frente al Capitolio, y declarara que Joe Biden va a ser «un presidente ilegítimo animándoles a marchar hacia el Congreso. «No van a tomar esta Casa Blanca. Vamos a luchar hasta el final», arengaba Trump a las masas este lunes durante un mitin en Georgia de cara a la segunda vuelta del Senado celebrada este martes en el estado.
Trump volvió a insistir en que el vicepresidente, Mike Pence, podía anular el resultado de las elecciones del 3 de noviembre. Pence, que presidía la sesión, se negó a hacerlo.
Los congresistas y Mike Pence han tenido que ser evacuados del edificio y una mujer ha muerto por herida de bala.
La sesión fue suspendida y la alcaldesa de Washington, Muriel Bowser, ha impuesto un toque de queda en la ciudad desde las 18.00 horas.
Ante la insólita imagen, demoledora para el prestigio de la democracia norteamericana en el mundo, de un Capitolio ocupado y siendo escenario de violentos disturbios, muchas son las preguntas que están encima de la mesa.
¿Por qué se ha permitido a un grupo de exaltados -cuya presencia estaba además anunciada- penetrar en uno de los lugares emblemáticos de la superpotencia, protegidos por una seguridad máxima?
Estos episodios violentos se producen el mismo dia en que prácticamente se ha certificado la victoria demócrata en las elecciones de Gergia, lo que les permitirá controlar el Senado, disminuyendo drásticamente los mecanismos de los republicanos para maniatar la presidencia de Biden.
Y cuando importantes centros de poder norteamericanos se han pronunciado públicamente a favor de una transición presidencial pacífica. Casi dos centenares de altos representes de los principales bancos y monopolios norteamericanos han enviado una carta al Congreso instándole a ratificar a Biden como presidente, afirmando que “los intentos de frustrar o retrasar este proceso van en contra de los principios esenciales de nuestra democracia”. En el mismo sentido se han pronunciado, en una carta abierta publicada en el Washington Post, diez exsecretarios de Defensa, tanto demócratas como republicanos. E incluso el vicepresidente de Trump, Mike Pence, ha declarado que la constitución no permite revertir el resultado electoral.
Habrá que esperar a como se desarrollan los acontecimientos. Pero una actuación como ésta, de una gravedad extrema y que convulsiona la política norteamericana, y por extensión la política global, no puede corresponderse ni a la ira de un reducido grupo de extremistas ni a las maniobras desesperadas de un presidente que se resiste a abandonar el cargo.
El incremento de la tensión política en EEUU, que puede incrementarse hasta el 20 de enero, fecha de la toma de posesión de Joe Biden, es la expresión de una división y polarización que recorre de arriba a abajo toda la superpotencia. Se expresa en el abismo abierto entre partidarios y detractores de Trump, pero nace en las mismas élites norteamericanas, divididas en torno al camino que la superpotencia debe tomar.
La forma en que va a resolverse el relevo en la Casa Blanca -que todos dan por hecho- marcará la presidencia de Biden y decidirá también el papel político que el “trumpismo” ocupará en los próximos años en EEUU.