Ya en 2012 hablaba de la huida hacia delante del nacionalismo catalán.
El juicio del 9N
Parece que ya tenemos el juicio del 9N visto para sentencia y ha corrido mucha tinta sobre el mismo y sobre lo que algunos llaman la judicialización de la política, como si los detentadores del poder ejecutivo no solo estuviesen aforados sino que también pretendiesen la inviolabilidad e irresponsabilidad que el artículo 56.3 de la C.E. sólo reconoce al Rey. Artículo que, por cierto, habría que revisar.
Es evidente que a nadie le juzgan por poner unas urnas de cartón en la calle. A Mas, Ortega y Rigau se les juzga por desobedecer una sentencia del Tribunal Constitucional. El problema es que, en España, lo de la separación de poderes va por barrios, y algunos que se dicen muy demócratas se pasan las sentencias por salva sea la parte.
Todo hay que decirlo: la máquina del “Procés” necesitan ponerla en marcha de vez en cuando para que no se gripe. Por eso, cualquier evento que permita montar una procesión nacionalista es utilizado con alegría por sus gestores. Aunque esa máquina no puede evitar mostrar cierto cansancio estructural. La gasolina utilizada en esta ocasión debería haber soliviantado a los llamados sindicatos de clase, esos que se supone que han de defender, en este caso, al funcionariado catalán contra un mobbing laboral ejecutado por las autoridades autonómicas. Parece que hacer listas de “adhesiones inquebrantables al régimen” –que lógicamente también implican, correlativamente, listas de “no adheridos”– les parece de lo más natural.
La preverdad
Lo grave es que comunicaron a bombo y platillo que eran cuarenta mil (40.000) los inscritos para la procesión de acompañamiento del Masías y sus dos apóstoles. La realidad, el día de autos, fue de entre quince y vente mil (15.000>20.000), pero los medios del régimen, y otros (no se entiende; se supone que no cobran subvención ¿o sí?), publicaron urbi et orbe que hubo cuarenta mil catalanes recibiendo con palmas y ramas de olivo a Mas y Cía. Digamos que la postverdad se construye, a veces, antes de que el hecho ocurra. Pero bueno; ya estamos acostumbrados, desde lo de los dos millones, a que multipliquen por tres o por cuatro la realidad.
Es como lo del 80% de catalanes que quieren un referéndum de independencia: otra mentira, pero ya he explicado otras veces.
Entender lo que pasa en Cataluña
Al nacionalismo siempre le ha gustado lo de Spain is different, perdón, quería decir Catalonia is different, y por eso siempre ha abonado la tesis del “hecho diferencial”. Ya saben aquello de la Cataluña laboriosa frente a la España subvencionada; la Cataluña progresista y democrática –primer parlamento democrático del mundo por sufragio universal, ¡oiga!– frente a la España retrógrada y dictatorial. Se ha alimentado una dualidad excluyente: Cataluña no es España, y eso da muchos réditos.
La realidad es que el problema de Cataluña no responde a una dinámica interna, solo de la parte, sino que tiene que ver con el todo, España. Y es que Cataluña no puede entenderse sin el chollo de España.
No es por hacer ficción histórica, pero… se imaginan que si en lugar de independizarse Portugal, en su día, lo hace Cataluña… ¿Quién se hubiera beneficiado de la libertad de comercio con America? ¿En qué lugar de esa, supuesta, “España-Portugal” se habrían desarrollado las necesarias industrias textiles que demandaba el mercado español, en qué mercados Cataluña habría vendido sus vinos? Y, más cercano en el tiempo, ¿dónde se habría desarrollado la industria automovilística o la química o la farmacéutica? Está claro que las trescientas (300) familias que conforman esa burguesía catalana y que llevan chupando del bote 300 años o más, no serían tan ricas, no habrían acumulado tanto capital y, ¿quién sabe?, las emigraciones del pasado siglo, que hicieron grande a Cataluña, tal vez no se hubieran dado…. Sí, es ficción histórica, repito ficción, y no resuelve nada, pero manipular la historia, tal como hace el nacionalismo, tiene el peligro de que otros también lo hagan y puedan, correspondiéndoles, sentirse discriminados y ultrajados, y no necesariamente de fuera de Cataluña. Alimentar identidades, en toda España, es uno de los grandes errores de nuestra última etapa histórica.
Los nacionalismos viven del odio al otro y del egoísmo humano, poco se puede construir con eso: muros físicos y mentales.
Como decía: las dinámicas políticas, sociales, culturales y, sobre todo, económicas, se producen en el marco España; otra cosa es como pretenden jugarlas unos y otros. Y otra, como se alimenta el horno del “Procés”; y ahí, las responsabilidades están repartidas de forma poco homogénea. Recuerdan ese mantra de “el PP es una fábrica de independentistas” –yo no le tengo ningún cariño al PP, ¡ninguno!–. Pero, ¿se imaginan que alguien dijera “el PSOE es una fábrica de peperos” o “Las CUP son una fábrica de españolistas”, o “CDC/PDECAT es una fábrica de izquierdistas-españolistas” o que Podemos es una fábrica de fachas o Ciudadanos una fabrica de podemitas? Que alguien se crea cualquiera –repito, cualquiera– de esos mantras, que se lo haga mirar.
Digo yo que el PP fabrica peperos, incluso podemos decir que fabrica españolistas –y los de C’s también–, y que a los catalanistas/independentistas los fabrican los partidos, valga la redundancia, nacionalistas; es decir, CDC/PDCAT, ERC y las CUP.
Vale, ya sabemos lo que fabrican las derechas. Y ¿qué fabrican las izquierdas? Supongo que deberían huir del tema identitario ya que se declaran internacionalistas, pero me temo que en España tienen un buen cacao mental.
La corrupción, la crisis económica y la crisis del sistema de partidos
La gasolina que han compartido todos los partidos que han tocado poder en España se llama corrupción, y ahí no ha habido distinciones identitarias: todos se tapaban, los unos a los otros.
La crisis económica golpea a las clases trabajadoras y proletariza a una parte importante de las clases medias. El sueño del estado del bienestar se disipa, el 15M dispara la queja ciudadana, la partitocracia entra, aparentemente, en crisis. Los casos de corrupción empiezan aflorar. Tirar de la manta del otro se convierte en un deporte entre los que hasta hace poco se tapaban. El pacto no escrito de reparto de poderes –merced a un sistema electoral tramposo– entre los dos grandes partidos PP y PSOE, y los nacionalistas PNV y CDC, se rompe.
Hay quien considera que hay dos tipos de nacionalismos: moderados y radicales. En realidad, el nacionalismo es uno, ya que su ideología es un proyecto de “construcción nacional”, y este proyecto tiene fases, unas más lentas y otras más rápidas.
En Cataluña, con el 15M aparece una contestación social a los recortes que el neoliberal Artur Mas está aplicando, y eso se constata el 15 de junio de 2011 cuando se rodea el Parlament. Fue un punto de inflexión en el ritmo que llevaba el nacionalismo: se acelera.
En realidad, el proyecto no estaba maduro para acelerarlo, faltaba un tiempo más largo de maceración de la idea nacionalista en la sociedad catalana. Pero la contestación de la calle contra los recortes desnudaba de la piel de cordero con que el nacionalismo tapaba sus vergüenzas lobunas (neoliberalismo feroz y corrupción), además de un miedo a un movimiento que en principio no comulgaba con el proyecto nacional-catalanista –Carod, Homs y otros lo despreciaron por españolista–. La solución fue envolverse en la bandera, pero en esta ocasión se usó la estelada. Huyendo de la crisis y los escándalos del 3%, se inició un proceso en el que no parecen tener los suficientes mimbres para culminarlo; además, la situación es tal que ellos mismos son conscientes de que, si en esta tesitura no lo consiguen, el proyecto nacionalista quedará mortalmente herido. Los riesgos son tan altos que, como un toro embolado y ciego por el fuego, embiste buscando forzar la salida liberadora de la secesión.
CDC inicia el Procés y está claro que se autoinmola en él, aunque pretende, cual ave fénix, resucitar transmutado en PDCAT. La crisis de la partitocracia le afecta tanto como a los dos partidos nacionales (estatales), PP y PSOE. Es decir, que sufre los mismos problemas que en el resto de España y la salida no será, como ya he advertido alguna otra vez, cambiar el sistema electoral para regenerar la vida política española (y catalana, claro), sino cambiar los actores; es decir, crear un nuevo sistema de partidos que, soportados por este sistema electoral, se convierta en la nueva partitocracia. Y ahí están peleándose y en la pelea todo vale… desde el órdago independentista hasta la aplicación, si llega el caso, del 155. Independientemente de que al gobierno le asiste, en ese caso, la razón legal y legitima. Otra cosa son las formas o los réditos que como partido quiera conseguir.
La izquierda española
La pasada semana ya me preguntaba por la izquierda y me centraba en la catalana. Pero es que la izquierda española está en crisis de identidad permanente, resultado de un complejo de culpa impropia ante el nacionalismo que deviene de una incapacidad para superar los traumas del franquismo. Esto la hace huir, como alma que lleva el diablo, de la idea de España.
Hay otra España posible y ésa es la republicana, la de los trabajadores, la de Goytisolo, Celaya, Hernández, Lorca, Machado; la de La Pasionaria, Federica Montseny, Azaña, Pi i Maragall, Ortega y Gasset, etc. Superando el pasado y mirando al futuro.
El problema de los nacionalismos en España se solventará el día que exista una izquierda desacomplejada, que tenga un proyecto para España y se posicione frontalmente a este.
Otra España es posible pero para ello necesitamos que otra izquierda sea posible.
Vicente Serrano
Nou Barris. Barcelona, 17 de febrero de 2017
Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista
Autor del ensayo “EL VALOR REAL DEL VOTO”