Arantxa Echevarría, cineasta

Arantxa Echevarría: ‘La infiltrada’

Hablamos con Arantxa Echevarría sobre el éxito de ‘La Infiltrada’, que acaba de comenzar a andar, con Carolina Yuste y Luis Tosar

Tenemos que retrasar la entrevista tres horas porque le acaban de llamar de Onda Cero. La película está cogiendo vuelo y se lo merece. Arantxa Echevarría ha rodado una película en la que, junto a Carolina Yuste, Luis Tosar, y un fantástico elenco, ofrece una historia que va a convertirse en imprescindible.

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Cuando te entrevisté por ‘Chinas’ me contaste que te había llegado este proyecto como un encargo, pero ¿por qué lo aceptaste y cómo ha tomado forma?

La idea viene de la productora, Marilu Gutiérrez, que se enteró de la historia y le extrañó que no se supiese. Es la infiltración más larga que ha habido en la historia de España, ocho años.

Cuando me la contaron ella, Mercedes Gamero y Pablo Nogueroles, me pareció un caramelo. Es un encargo pero deja de serlo en cuanto me pongo, con Amelia Mora, a escribir el guion.

Hemos hecho algo parecido a ‘Chinas’, hablar con la gente que estaba involucrada en el operativo, con el propio comisario que la infiltró, con ‘El inhumano’ y con los policías que estuvieron alrededor, como ‘Andrea’ o ‘Teruel’. Tal y como pasó en ‘Chinas’, al hablar con los personajes reales surgió poco a poco la historia.

Con la única persona con la que no pudimos hablar fue con la infiltrada de verdad, y nos intranquilizaba porque había mucho que ficcionar. Pero de la mano del periodista Pablo Muñoz hablamos con un infiltrado que estaba en activo en la mafia rusa. Nos contó, por ejemplo, que en los únicos momentos en los que no tenía que estar fingiendo eran en el cuarto de baño, y ahí podía dar rienda suelta a sus emociones, y lo recogimos en el guion.

¿Cómo te has enfrentado a tu primer thriller?

Es el primero, pero es un género que todo el mundo reconoce, que está en nuestro acervo. Hemos visto muchos thrillers como ‘French Connection’, ‘Chacal’, ‘La Conversación’, incluso ‘La vida de los otros’. Pero el reto estaba en cómo darle el toque personal a una historia que es un thriller psicológico, donde lo que te deja pegada al asiento es cómo la tensión externa se traduce en tensión interna.

Es un género muy masculino, y en una película sobre policías y etarras, muy testosterónica, lo que me ha salvado es que la protagonista es una mujer. No sé si hubiera sabido hacerla con un hombre pero me sentí conectada desde el principio con el personaje, porque como mujer sabía toda la tensión que podía producirse, y más en 1992, con el terrorismo de género también actuando.

Dentro de la propia banda terrorista, las mujeres estaban en un estado mucho más inferior, no tenían acceso al poder, era ‘el apoyo del guerrero’, por decirlo así. En ese sitio tan oscuro, contar cómo una mujer da lo mejor de sí, ocho años de su vida, y desbarata un comando que seguramente habría sido el resurgir de ETA, me parecía, ¡vamos!, un caramelo.

¿Y cómo te has enfrentado al equilibrio entre la denuncia del terrorismo, la memoria, la verdad, la justicia…? Es uno de esos temas donde corres el riesgo de recibir críticas de varios sitios.

Ese era nuestro principal miedo, es decir, posicionarte en un lado muy claro o en otro. De todas formas seguro que recibiré, porque es un tema espinoso, y quedan muchas cicatrices y heridas abiertas.

Amelia y yo teníamos muy claro que no íbamos a contar una historia de todo negro o todo blanco. Era una guerra y en los dos lados había violencia, en los dos lados había machismo, y en los dos lados usaban cualquier tipo de treta para conseguir su resultado. En 1993 la policía era muy machista, era homófoba. Igual que los etarras, que eran machistas y homófobos.

Y luego están los dos etarras, Kepa Etxebarria y Sergio Polo -interpretados por Íñigo Gastesi y Diego Anido-, que representan a dos países vascos. Por un lado, un joven idealista que tiene un sueño, que quizás era de izquierdas, que va a una mani, quema un contenedor, y en una sociedad polarizada en la que hay una sensación de pertenecer a un sitio o a otro, es decir, eres de los míos o estás contra mí, acaba con pistola en la mano, porque no tiene una cuadrilla, o un aita o una ama, que le agarre y le diga, ‘¡qué estás haciendo!’. Se metió en un sinsentido y se convirtió en un asesino.

Y por otro, el etarra que es más militar y que está de acuerdo con la socialización del dolor, ‘¡que sufran todos!’, que es la última época de ETA. A pesar de que ya había salido la gente en las manifestaciones de Miguel Ángel Blanco diciendo, ‘nosotros no estamos con vosotros’.

En 1993 la policía era muy machista, era homófoba. Igual que los etarras’

Es un retrato que tiene muchísimas más aristas y conflictos. Evidentemente, todavía queda la película definitiva por hacer y muchos puntos de vista que hay que contar. Pero esta es una película contada desde el punto de vista de una poli, no nos olvidemos de eso, más deshelado. Creo que hemos salido airosas porque lo hemos tratado con mucho respeto.

Yo creo que la película se pone del lado de la mayoría de la sociedad, que rechazaba el terrorismo de ETA sin aceptar ninguna justificación, y precisamente por eso nunca aceptó el terrorismo de Estado, o que estuviera bien torturar o violar a una detenida en una comisaría.

Exacto. La violencia por la violencia nunca tiene ningún sentido. Y menos en democracia, ¡que estamos hablando de democracia!, donde ya no tiene ninguna razón cercenar una vida o torturar a nadie. Vivimos en una democracia y todas las discusiones tienen que ir al Congreso.

Hay dos momentos espectaculares. Cuando el personaje de Carolina Yuste, la policía, ‘recuerda’ que con quien está compartiendo intimidad, el etarra que interpreta Íñigo Gastesi, es un asesino. Y cuando hace acto de presencia el otro etarra que podría ser un sargento de las SS nazis.

Es que ese etarra, Sergio Polo, tiene muchos delitos de sangre. No hay ningún tipo de motivación idealista que te permita asesinar a alguien. Diego Anido, el actor que lo interpreta, cuando lanzamos el papel me decía, ‘a ver, es un sociópata’. Obviamente, no es alguien normal.

En el acercamiento que se produce entre el etarra y la policía, cuando se declara la tregua, se encuentran dos personas solitarias, dos personas que han dado su vida por algo, que al fin y al cabo, es una entelequia, un bien común para cada uno de ellos, pero los dos sueñan y piensan lo mismo. Los dos han dejado a su familia, a sus amigos y su propia vida atrás, y se les para por la tregua. Ese acercamiento que surge entre ellos, que pasó en la realidad, es muy lógico, pero nos daba mucho miedo porque parece que blanquea al etarra y que nuestra heroína falla. Para mí es humanidad en estado puro. Fue la única persona que le hizo una caricia en ocho años.

Cuando lanzamos el papel me decía, ‘a ver, es un sociópata’

¿Hay un momento en el que Carolina Yuste mira a cámara y rompe la cuarta pared?

Sí. De hecho hay dos momentos. Es una mirada al espectador. El más claro es el momento de la carpeta, que mira a cámara para decirle al espectador, ‘no puedo más’. A mí, romper la cuarta pared me gusta mucho. En ‘Chinas’ también hay una mirada a cámara de la adolescente cuando, después del abuso, que está en la terraza, está mirando hacia afuera y de pronto cambia la mirada y nos mira a nosotros.. Interpela al espectador porque quiere compartir ese momento.

¿La relación entre los personajes de Luis y Carolina llegó a ser tan explosiva?

Hubo un momento en el que se decide parar el operativo y cuando hablamos con el ‘Luis Tosar’ verdadero, decía que para ella era como haber perdido seis años de su vida.

Hubo un trabajo de guion previo sobre cómo se debería sentir ella, pero claro, las cosas que escribes hasta que no las ves… sobre todo con Carolina y Luis que son dos grandes de verdad y se autoalimentan. Son muy generosos.

Esa secuencia cogió muchísima más fuerza de la que yo tenía pensado. Y al final hubo una parte de improvisación. En ese ‘¿qué soy yo para ti?, ¿qué soy yo para ti?’, teníamos escrito que lo decía una vez, Luis contestaba ‘nada’ y se iba. O en la secuencia del hospital, cuando ella empieza a llorar y dice que no puede más, después de la bofetada de Tosar… eso es un error que cometió ella.

Queríamos mostrar esa relación tóxica que tiene con su manipulador, porque al fin y al cabo es absolutamente violenta. Le pega una torta y le dice ‘¿tú sabes lo que me has hecho pasar?’, y pretende mostrarle amor. Es un poco esto que pasa en la violencia de género, ‘te pego porque te quiero’. Pero verlo representado en el odio de la mirada de Carolina… ha sido un viaje emocional súper intenso.

Estaba el texto, pero en el ensayo, el texto podía incluso cambiar, transformarse’

Había una clave entre Luis, Carolina y yo, que era que no la podía tocar nunca. Y si recuerdas, hay una secuencia en el barco que él intenta hacer un amago de caricia con la mano, y ella se retira inmediatamente y se va creando esa vinculación. Sólo la podía abrazar al final de la película.

Es un proceso de creación muy vinculado al ensayo, muy teatral.

Por supuesto. Estaba el texto, pero en el ensayo, el texto podía incluso cambiar, transformarse. Por ejemplo, Diego Anido, que interpreta al etarra Sergio Polo, es un tío de teatro que viene con muchísimas ideas y desarrolló cosas que no estaban en el guion. Y ya sabes cómo soy yo, me gusta mucho la improvisación.

En la conversación que tiene Sergio Polo con Aranzazu Berrade –seudónimo que utiliza Mónica, la policía nacional– en la mesa cenando, está totalmente improvisada. Les senté a la mesa y les dije, vamos a hablar de esto.

O cuando Sergio Polo se acerca a ella sentados en la cama. El texto era ese, pero yo le dije a Carol, ‘pase lo que pase no te puedes mover’. Y hablé con Diego de la connotación sexual que tenía el personaje, porque nos habían comentado que a Sergio Polo le atraía el personaje de Carol y que también había mucha rivalidad masculina dentro de la casa por eso. Cuando se pone a jugar con la pistola, a acariciarla sexualmente, Carol no sabía que iba a pasar eso. La cara que tiene de asco profundo, de tensión, incluso el amago de quitarle la pistola, que ella jamás lo hubiera hecho como policía, salía de Carol.

Hemos jugado mucho en los ensayos a crear, a transformar. Yo escucho mucho a los actores porque son, al fin y al cabo, la mejor y la única herramienta que tengo para contar algo. Y cuando son tan inteligentes y sensoriales es que te dan oro.

¿Qué papel crees que puede jugar el cine con la memoria, la justicia y la reparación?

Se pueden hacer cosas interesantes. Por ejemplo, en la película sale el atentado de Txapote, en el que asesinó a Gregorio Ordóñez. Antes de rodar nos pusimos en contacto con la familia de Ordóñez, y les dijimos que necesitábamos su permiso. Hablamos de familias destrozadas y era una cuestión de respeto. Así que les dijimos que si no querían, cambiábamos el guion, y fueron súper generosos.

Pero es que después de rodar, era muy gráfica la imagen y no queríamos endulzarlo, porque es un asesinato. No queríamos poetizar una salvajada. Claro, el miedo era, ¿y ahora cómo se lo van a tomar los familiares? Entonces, antes de estrenar la película, hicimos un pase para la viuda y la hermana de Ordóñez. Y les dijimos, ‘si tenemos que recortar la secuencia o incluso quitarla, lo hacemos’. El cine no puede hacer daño. El cine tiene siempre que ser curativo.

Quien me importa son las víctimas, la policía y los abertzales me dan igual’

Vieron la película y yo no fui. Pasé mucha angustia. Imagínate. Cuando salieron nos dijeron, ‘gracias, no toquéis nada porque hay que recordarlo para no repetirlo’.

La única gente a la que le tiene que gustar y comprender la película de verdad son las víctimas. Los demás me dan más igual, la policía o la gente de la izquierda abertzale. Para mí las víctimas son las que tienen todo el respeto y toda mi atención. Recordar es importante. Los chavales de 20 años no vivieron esto. No se estudia en los libros de historia y les pilla muy lejos.

Yo vi el atentado a Irene de Villa en la tele y me cambió la existencia. Como a todos nosotros. Esta película puede ser un acicate para que algún chaval investigue y lea algunos libros, que vea otras películas como Maixabel o la serie ‘Patria’.

Las manifestaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco nos cambiaron a todos…

Es algo que la sociedad vasca no había hecho hasta ese momento. Es que ‘la socialización del dolor’, esta idea tan absurda de ‘democratizar el daño’, matar a un chavalito de Ermua del PP fue una barbaridad.

Y más teniendo en cuenta que estábamos en democracia. Fue como la gota que colmó el vaso de la sociedad y que dijimos, no, ya no queremos más de esto y no te tengo miedo, sobre todo no te tengo miedo.