El camino que llevó a Issur Danielovitch Demsky, el hijo de un trapero alcohólico de ascendencia ruso judía de Nueva York, a convertirse en Kirk Douglas, icono del Hollywood más clásico y venerado define una realidad que ya no existe.
Era un momento donde las estrellas no se fabricaban todavía en el Actor´s Studio. Llegaban a la pantalla tras una experiencia vital que impregnaba cada uno de sus personajes.
La muerte de Kirk Douglas, a sus 103 años, nos retrotrae a ese momento.
Al escribir su primera autobiografía, Kirk Douglas reconocía haber descubierto que “tenía mucha rabia en mí. Estoy enfadado con cosas que ocurrieron cuando era pequeño”. Confesando que “esa furia ha sido mucho del combustible que me ha ayudado a hacer lo que hecho. Ha sido algo positivo”.
Furia es quizá la mejor palabra que define a Kirk Douglas como actor. La sentimos en cada escena, cuando él aparece en pantalla. No solo está servida por un físico imponente. Sino también por una forma de estar en escena. Algo que desprendía un magnetismo especial, que aun en un plano amplio con múltiples personajes hacía dirigir la mirada del espectador allí donde él estaba. Y porque, con la sola presencia de Kirk Douglas presentimos a una fuerza de la naturaleza siempre, incluso en los momentos de paz, a punto de estallar.
Kirk Douglas nos ha entregado un ramillete de poderosas interpretaciones, a través de las cuales podemos acercarnos a algunas de las mejores películas de la historia del cine. Personajes heroicos enfrentándose al poder, desde el coronel Dax de “Senderos de gloria” al líder de las rebeliones de esclavos en “Espartaco”. Consiguiendo entrar en la mente perturbada y creadora de Van Gogh en “El loco del pelo rojo”. O metiéndose en la piel de canallas oscuros, como el gánster de “Retorno al pasado”, el despiadado productor de “Cautivos del mal” o el periodista que ya basaba el poder de los grandes medios en la creación de “fake news” en “El gran carnaval”.
Y en su filmografía encontramos un “tour de force”: las siete veces que coincidieron en la pantalla Kirk Douglas y Burt Lancaster. Amigos, integrantes de la misma saga de poderosas presencias, arrolladoras y sin doble fondo, que el mejor cine clásico norteamericano nos ofreció, y miembros de una izquierda que también dejó su huella en Hollywood. Los vemos rememorando el duelo en el OK Corral en “Duelo de titanes”, un extraordinario western crepuscular. O en una hiperactual cinta política, “Siete días de mayo”, que indaga en el oscuro poder del complejo militar industrial en la política norteamericana.
De “Senderos de gloria” a Espartaco
Del cruce entre Kirk Douglas y Stanley Kubrick saltaron chispas y dos extraordinarias películas, “Senderos de gloria” y “Espartaco”.
Kubrick era el director norteamericano de más talento desde Orson Wells, pero fue progresivamente marginado por los grandes estudios, incapaces de asumir su independencia y radicalidad. En estas dos películas pudo expresarlas gracias al empeño personal de Kirk Douglas.
Cuando la United Artists se negó a financiar “Senderos de gloria”, Douglas puso encima de la mesa un millón de dólares de su productora personal, con un lema tajante, inusual en un productor: “tenemos que hacer esta película aunque no recaude un centavo”.
En “Senderos de gloria”, Kubrick abre con su cámara las entrañas de los ejércitos imperialistas y nos muestra su auténtico contenido. Poniendo la mirada en la Iª Guerra Mundial, la primera contienda imperialista, expresión del grado de criminalidad, impensable antes para la humanidad, al que era capaz de llegar el capitalismo.
Presentándonos a unos generales franceses que diseñan con frialdad de contable las vidas humanas, de sus propios soldados, utilizados como carne de cañón, necesarios para cumplir sus planes. “Un 10% morirán al salir de las trincheras, un tercio más caerán en nuestras alambradas, la mitad serán abatidos en tierra de nadie, un tercio podrán llegar a la colina y conquistar el objetivo”.
Para el Estado francés, “Senderos de gloria” fue anatema durante años. El gobierno socialista galo la prohibió, permitiendo su exhibición sólo a partir de 1972, considerando la película un atentado contra los valores nacionales franceses.
Pero el más osado acto de Kirk Douglas fue “Espartaco”. Un atrevimiento impensable incluso en el el cine actual.
Fue Kirk Douglas quien contrató a Dalton Trumbo como guionista, y exigió que su nombre apareciera en los títulos de crédito. Este procedimiento habitual se convirtió en revolucionario. Dalton Trumbo había sido uno de “los diez de Hollywood” encarcelados por el Comité de Actividades Anti-Americanas, en las razzias anticomunistas del macarthysmo. Estuvo encarcelado 11 meses, tuvo que exiliarse en México, y debía encubrir su nombre bajo un seudónimo.
Pero la osadía era todavía mayor. El guión estaba basado en la novela del escritor comunista Howard Fast. Militante del Partido Comunista de EEUU, fue encarcelado en 1950 por el Comité de Actividades Anti-Americanas. En la cárcel comenzó a escribir “Espartaco”. El temido director del FBI, J. Edgar Hoover, envió una carta a su editor advirtiéndole que no debía publicarla jamás.
“Espartaco” fue una superproduccion de Hollywood, que tuvo un gran éxito de taquilla y ganó cuatro Oscars. En pleno éxito comercial del “peplum”, el cine “de romanos”, Kubrick y Douglas lo aprovechan para darle la vuelta al género. No miran hacia arriba, a los césares y emperadores o grandes senadores, a sus hazañas o desmanes, sino a la rebelión de los esclavos encabezada por Espartaco, tomando posición por los explotados y oprimidos. No es una exaltación del imperio -con EEUU, ya convertida en superpotencia, como la nueva Roma-, sino que nos recuerda que, como el romano, todos los imperios tienen fecha de caducidad y serán barridos de la historia.
Tras su muerte, Kirk Douglas nos deja un abanico de grandes películas que, como “Espartaco”, adquieren hoy una rabiosa y revolucionaria actualidad.